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Historias Cotidianas: Ódiame pero no me olvides

Una de las maravillas tecnológicas de nuestro tiempo es internet. Digan lo que digan, le pese a quien le pese, la posibilidad de enviar y recibir datos a través del espacio de manera casi instantánea, ha incrementado muchas de nuestras potencialidades: de conocimiento, de comunicación, de intercambio, de negocios, de diversión, de convivencia, de satisfacción, de soñar, de reír, de llorar, de joder al prójimo, de construir la paz, de convencer sobre la necesidad de matar a los demás, de odiar, de engañar, de ser solidarios, de negar lo diferente, de homogenizar, de agrandar la brecha entre los más y los menos. ¡Sirve para eso y mucho más!

Hace ya un buen de años, más o menos setenta, George Orwell publicó su novela 1984. Eran los días en que las potencias vencedoras de la llamada segunda guerra mundial felizmente proponían al mundo la ONU como una forma de solucionar los conflictos entre las naciones. El ideal era la paz por los siglos de los siglos. Pero al mismo tiempo, Orwell nos pintaba un futuro regido por un estado totalitario, similar a lo que habían ayudado a destruir ingleses, franceses y estadounidenses, junto con sus aliados –a los franceses y soviéticos los mandaron a la banca de volada–. “El totalitario soy yo”, parafraseaban a Luis XIV el británico Atlee y el gabacho Truman. Luego se les juntaron los otros.

Como que no queriendo la cosa, Orwell vislumbraba que el futuro de la humanidad se acercaba a grandes pasos con rasgos que pretendieron destruir con la derrota de Hitler, Mussolini e Hirohito. Gracias a la tecnología y a la creciente estupidez de la humanidad de permanecer anonadada por las maravillas innovadoras, el estado controlaría todos y cada uno de los movimientos de los minimizados ciudadanos que conservarían ese apodo solamente por no dejar.

La vigilancia es hoy una realidad, solamente que Orwell no fue lo suficientemente sagaz como para darse cuenta que los ciudadanos de hoy, al mismo tiempo que exigen privacidad y libertad, entregan al “gran hermano” toda la información que éste requiere para mantener cualquier forma de control.

Como habíamos comentado en una cotidiana anterior, las maravillas del mundo moderno nos facilitan la existencia y nos chupan las neuronas. Actuamos como autómatas o zombis frente al televisor y somos capaces de informar al mundo, por el tuiter, el feisbuc, anexos, conexos y similares, quiénes somos, lo que queremos, lo pensado y deseado, lo odiado y temido, lo propio y lo ajeno. Del estado de imbecilidad pasiva, hemos saltado al de alardear nuestra vida, no importa cuán hueca sea o qué tanta urgencia tengamos de vivir nuestra intimidad y privacidad.

Las posibilidades que la tecnología nos abría en cuanto a conocimiento y dignidad, individuales y colectivas, las hemos hecho a un lado para rayar en lo superfluo, en lo banal. Navegamos dando tumbos de una estupidez a una imbecilidad, luego a una tontería, para terminar en la idiotez y vuelta a comenzar el ciclo en un ambiente de vacío.

La forma en como utilizamos la tecnología nos hizo caer en un estado cuasi hipnótico al que entramos por nuestra voluntad y del que no pretendemos salir porque no se nos pega nuestra regalada gana. La red está siendo cargada con millones y millones de MB que dejan una cauda kilométrica de efluvios viscosos que los antropólogos argentinos –de moda en estos tiempos– califican como “extraña secreción líquida similar a la de ciertos moluscos gasterópodos del orden pulmonata”. Sepa la chingada lo que significa lo anterior, como tampoco me imagino qué caraja autoridad tiene un antropólogo para opinar sobre biotecnología futurológica en tiempo presente, pero lo habremos de averiguar. No se pierda las siguientes entregas de Las Cotidianas.

Total, que para no perder el hilo de nuestra querella semanal, he de decir a ustedes, sufridos lectores de uno y otro sexo, que cuanto más peleamos por la privacidad de nuestros datos y de nuestra cotidianidad, más rápido nos aprontamos en el teclado de cualquier dispositivo para decirle a medio mundo lo que tragamos, lo que soñamos, nuestros deseos, nuestras decepciones, los miedos que nos cargamos, los pedos que nos echamos, los rincones donde ubicamos el nuevo piercing con sus respectivos tatuajes, los zapatos que nos compramos o el auto que anhelamos, el lugar que visitamos y hasta la oración que rezamos.

En el mundo dominado por el individualismo, pretendemos alejarnos de él compartiendo nuestras futilidades, tan fatuos como somos de manera sobrada. Sin embargo, hacemos hasta lo imposible para que el resto del mundo nos escuche, lo quiera o no, que nos vea, que al menos sepa que estamos aquí, chapoteando en nuestra viscosidad, destilando tanto vacío que si lo juntásemos, estaríamos próximos a producir el primer hoyo negro artificial en la historia del universo. Ese agujero negro sería muy poderoso, pues es consecuencia de todo ese desperdicio de energía para lograr la nada. ¡Oh, grandioso fracaso para los constructores del súper acelerador de partículas subatómicas! Tanto esfuerzo para probar la existencia del bosón de Higgs y nosotros construyendo agujeros negros sin querer.

Si toda esta escalada energética de oquis la utilizásemos para aprender cosas nuevas, para lograr una vida digna, sana, de respeto a lo demás (lo demás, insisto), solidariamente, tolerando las diferencias, buscando la equidad y dejarnos de pendejadas, otro gallo nos cantaría. Cantamos transparencia y mientras más se entona el concepto, más perversidades se esconden. Buscamos respeto a la intimidad y nos ponemos de pechito para exhibir nuestras miserias sin que nadie nos lo pida. Exigimos libertad y voluntariamente nos atamos a las máquinas y a los procesos automatizados en tanto nos alejamos de la imaginación, de la creatividad y de lo sublime.

Todo cuanto ponemos en la red se vuelve de consumo universal. Algunos hablarán de la democratización de la red, yo insisto que es la generalización de lo banal, aunque las posibilidades estén dadas para decidir un mejor rumbo, que si no es entre todos, podría ser entre muchos.

Los medios están a nuestra disposición, falta echar a andar las neuronas con inteligencia, imaginación, creatividad y responsabilidad. No podemos acusar a los demás de nuestras estupideces. Nosotros entregamos en bandeja de plata nuestras vidas a todos aquellos que esperan cualquier oportunidad para actuar de manera perversa y avasalladora. En la oquedad, confundimos el medio con la finalidad… Superficiales al fin. Y todo lo que digamos

se utilizará en nuestra contra, porque la tirada siempre ha sido que ganen solamente unos cuántos.

mawyaka@hotmail.com

http://www.semanarioelreto.com

http://lascotidianas.wordpress.com

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