Como avispero en primavera, un enjambre de parqueros vestidos con su camisa colorada atraca a cuanto automovilista pretende acercarse a los terrenos de la feria. ¡Hay de aquél quien ose no dejar al menos un tercio de salario mínimo diario al que trae el escudito del PRI sobre tan colorida prenda! La extorsión oficial funciona y no hay alternativa. Te aclimatas o te aclichingas. De alguna manera debe garantizarse la seguridad del vehículo. En una de esas, de cualquier manera le bajan la batería, lo dejan sin herramienta, sin las copas de las llantas o hasta sin las mismas llantas.
La cosa es que uno puede estacionarse donde al parquero se le venga en gana, independientemente de reglamentos, de molestias a los vecinos o de lo que sea. ¿Y si pretendo estacionarme donde se me dé mi gana? Habrá que caerse con una feria, de la extorsión nadie se salva. La patrulla que va y viene garantizará la seguridad… ¿del parquero… del usuario del auto… del carro mismo? Es un albur y en tiempo de feria, hay que jugarlo. Todo sea por la entretención.
Ha sido todo un éxito esta feria, que ahora se llama Fiesta Juárez 2015 “En familia” –a ver si Chabelo no les cobra regalías, seguramente ya patentó la expresión como propia–. Miles de habitantes fronterizos se pasean alegremente, después de pagar de nuevo por usar un espacio público.
El éxito consiste en cobrar al ciudadano por utilizar el oxígeno que deambula por los terrenos de un espacio público, habilitado con dineros públicos, para beneficio de unos cuantos y gozo de todos. Se han gastado millones de pesos públicos para rehabilitar espacios públicos que ahora se detentan como espacios privados y por los que el incauto ciudadano debe volver a pagar. La ciudadanía recupera la ciudad dentro de espacios disfrazados como si fueran de todos, pero de los cuales unos cuantos obtienen beneficio.
En pocas palabras, se aprovecha privadamente un espacio legalmente público. La ciudad vuelve a ser solamente de unos cuantos… ¿O me equivoco y la ciudad siempre ha sido de esos pocos y los muchos son los que debemos pagar por su mantenimiento, su rehabilitación, su administración y hasta por su uso?
Se anuncia la convivencia familiar y ésta solamente se traduce en el consumo indiscriminado de cuanta porquería se expende allí. Coexistencia es igual a consumo. Consumo para convivir. Me relaciono con los demás por medio de las mercancías de las que me apropio con mi miserable salario que siempre estará destinado a engordar los bolsillos de voraces inversionistas que reactivan día con día la economía local y nacional al poner en el mercado los productos y abrir las fuentes de trabajo que tanta falta hacen entre los miserables que gastarán su escaso dinero en otro más de los engaños de esta relación de convivencia entre Estado y sector privado.
De nada nos servirá decir que esta práctica es común en cualquier parte del mundo. Las ciudades son el terreno propicio para la especulación de cualquier índole. Así como nos amontonamos en estos núcleos urbanos, quienes los gobiernan son quienes monopolizan la economía local. Son los mismos que deciden cómo crecer, para dónde hacerlo, dónde invertir el dinero público, cómo obtener más recursos de los habitantes, con cuánto y para qué endeudarse –como gobierno de la ciudad– y cómo volver a exprimir a los pagadores de impuestos.
En tiempo de la Roma imperial, se hablaba de pan y circo para la plebe. Mientras se parlanchina por el mundo el grave peligro que se corre de permitir que los gobiernos populistas retomen las riendas de las naciones, se reparten tortillas a cambio de votos, se entregan materiales sobrantes para disminuir en parte las miserables condiciones de existencia de las casas, se organizan fiestas para el entretenimiento popular y se entregan migajas como becas para alcanzar las metas de una farsa que llaman educación pública. Tortillas y conciertos, para todos.
Pero nada de esto importa. Lo realmente importante de la vida es gozarla, aunque sea un ratito y para ello debamos gastar una parte importante de nuestros exiguos salarios. El Bebeto, los Invasores de Nuevo León, el Buki, el Norteño con el Compayito, los Ángeles Azules, los Tigres del Norte y Río Roma, entre muchas otras grandes estrellas de la farándula mexicana, han hecho la delicias de chicos y grandes –ya me gustó el discurso mercadotécnico, carajo–. En algunos casos, boletos de 600 pesos para arriba, pero muchos de los “eventos” son gratuitos (sic) al pagar los cincuenta pesos de entrada a un lugar público construido con dinero público para solaz del público fronterizo.
No tiene precio el éxtasis catártico de juntarse en bola para gritar, para gastar, para disfrutar de una ciudad que es muy nuestra, aunque esté alejada de todo cuanto pudiese demostrarnos que nos pertenece. Los miles llevan sus celulares y fotografían todo cuanto hallan a su paso. Las selfies invaden el feis y el tuiter, mostrando la algarabía de la feliz gente fronteriza que sabe ser feliz cuando es tiempo de serlo, aunque le cueste una lana. La felicidad es priceless, me dijeron. Esas fotos así lo demuestran.
Después de la media noche la gente se retira. A pie, en los autobuses que prometió el gobierno que estarían a disposición gratuita de los sin-auto. Quienes encuentran su carro, se dan cuenta que los parqueros ya han desaparecido, que nadie cuidó nada, que la lana que le soltaron al de la camisa colorada fue de oquis (como si alguna vez sirva de algo diferente el acto de timar).
Las calles aledañas al lugar de la felicidad fronteriza van siendo abandonadas. Mudos testigos de la happiness son las toneladas de basura que quedan sembradas por doquier: papeles grasientos, bolsas de plástico, platos y vasos de unicel, popotes de a madres, envolturas de junkfood, envases de soda, botellas y latas de cerveza… el gozo es directamente proporcional a la cantidad de basura que obligadamente debe abandonarse en las banquetas, en las puertas de las casas de alrededor, sobre el lugar público-privado.
Ahora toca el turno de la ciudadanía. Con dinero nuestro, la gente de la dirección de Limpia debe hacerse cargo de los resabios de la dicha popular… Hasta donde alcance, pues las cuadrillas nunca serán suficientes para las montañas de desperdicios. Los empresarios y los gobernantes duermen plácidamente, soñando en lo bien que le va a “la ciudad”. Los felices van de prisa para dormir un poco antes de levantarse trempa para camellar en la mañana. ¡Qué bonito es lo bonito!
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