La materia de la literatura es obtenida de la historia, cuenta los hechos no de forma similar sino reensamblados, es decir, no de idéntica forma; y, además, lo hace de una manera que causa deleite, en otras palabras, envueltos en los colores del lenguaje poético. No sólo lo digo yo, ya lo dijo hace varios siglos Ludovico Castelvetro. Podemos afirmar entonces, que la literatura se sustenta en la vida real. Un excelente ejemplo de tal aseveración es la literatura mexicana del siglo XIX, sin dejar fuera la poesía.
Antes de hablar de este género recordemos que entre los antecedentes de la literatura decimonónica mexicana, están las literaturas de los pueblos indígenas de Mesoamérica; con la llegada de los españoles se dio un proceso de mestizaje; con lo que surgió una época de criollización de la literatura en la Nueva España, que incorporó multitud de términos en el habla local del virreinato y la inclusión de algunos temas propios de estas tierras. Posteriormente, se dejó sentir la influencia barroca en autores como Bernardo de Balbuena (Toledo 1562 – Puerto Rico 1627), quien aunque no era mexicano, escribió su Grandeza mexicana (1604); así mismo, encontramos a Juan Ruiz de Alarcón (c. 1580-1639), dramaturgo que se incrustó en el teatro español; Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) y Juana Ramírez (sor Juana) (1651-1695). Después, el siguiente periodo estuvo marcado por la obra de los jesuitas, sobre todo, por el Poema Heroico de Diego Abad, Rusticatio Mexicana de Rafael Landívar, y la famosa Historia Antigua de México de Francisco Javier Clavijero. Por la misma época se publicó La portentosa vida de la muerte (1792), de Joaquín Bolaños (Zacatecas), y para cerrar el siglo XVIII encontramos la poesía neoclásica y pre-romántica de Fray Manuel Martínez de Navarrete.
Llegamos pues al siglo XIX, periodo que podemos encuadrar perfectamente entre dos eventos político-sociales cruciales en la vida de nuestro país, la Independencia y la irrupción de la Revolución mexicana, con Porfirio Díaz como figura principal. Esta etapa es inaugurada literariamente hablando, con la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi, el Pensador mexicano, cuyo El periquillo sarniento ha sido considerado la primera novela en México. También es de relevante importancia la obra ensayística de Servando Teresa de Mier.
Este siglo está marcado por diversas corrientes de expresión, por una parte está finalizando el neoclasicismo que todavía se encuentra presente en las fábulas de Fernández de Lizardi, por otra, el romanticismo tomó acá otras formas de manifestación pues en lugar de recurrir a historias del medievo, se eligieron personajes precoloniales. Debemos considerar también que el realismo irrumpió en la literatura de este siglo, junto a su gran cantidad de cuadros costumbristas, en, por ejemplo, Los bandidos de Río Frío, Astucia, de Luis G. Inclán, o las novelas cortas de la colección de José Tomás de Cuéllar, llamada por él La linterna mágica. Por último, el realismo, como en Europa, se transformó en un
naturalismo, ya mencionado en la novela de Payno, y en su mejor muestra, Santa, de Federico Gamboa. Por último, el modernismo también se hizo presente, sobre todo en la poesía.
En fin, mucha de la poesía de esos alrededor de cien años, está íntimamente ligada a los hechos históricos que marcaron el siglo. Lean simplemente los siguientes nombres y títulos:
Andrés Quintana Roo (Yucatán, 1787 – Ciudad de México, 1851)
“Oda al 16 de Septiembre”
Manuel Carpio (Veracruz, 1791 - México, D. F., 1860)
“México en 1847”
Francisco Ortega (México, 1793-1849)
“A Iturbide en su coronación”
Fernando Calderón y Beltrán (Guadalajara, 1809 – Zacatecas, 1845)
“El soldado de la libertad”
“El sueño del tirano”
“A Hidalgo”
“Himno patriótico”
Ignacio Rodríguez Galván (Hidalgo, 1816 - 1842; La Habana)
“Profecía de Guatimoc” (largo poema, más de 10 páginas)
“Al baile del señor presidente”
“Adiós, oh patria mía”
Guillermo Prieto (Ciudad de México, 1818 - Tacubaya, 1897)
“Al grito de la Independencia”
Francisco González Bocanegra (San Luis Potosí, 1824 - Ciudad de México, 1861)
“Himno nacional mexicano”
José Rosas Moreno (Jalisco, 1838 – 1883, León)
“Guerrero”
Antonio Plaza (Guanajuato, 1844 – Ciudad de México, 1882)
“16 de Septiembre”
Manuel Acuña (1849-1873)
“Hidalgo”
“15 de Septiembre”
Juan de Dios Peza (1852-1910)
“Hidalgo”
“1810”
“1810-1910”
Manuel Gutiérrez Nájera (1858-1895)
“A la corregidora”
Amado Nervo (1870-1919)
“Hidalgo y Morelos”
“A Iturbide, libertador de México” (1890)
Ramón Modesto López Velarde Berumen (Zacatecas, 1888- Ciudad de México, 1921)
“La suave patria”
José Santos Chocano Gastañodi (Lima, Perú, 1875 – Santiago de Chile, 1934), conocido como El cantor de América.
“La campana de Dolores”
“Presencia de Hidalgo”
Quiero hacer una aclaración: Aunque el himno original contiene 84 versos decasílabos, repartidos en el coro de introducción –cuatro líneas– y en diez estrofas de ocho versos cada una, desde el triunfo de la Revolución de Ayutla se acostumbró no cantar las estrofas IV y VII porque en la primera se alude a Antonio López de Santa Anna Pérez (“Del guerrero inmortal de Zempola”) y en la segunda a Agustín de Iturbide Arámburu (“Y de Iguala la enseña querida”).
En esa poesía vemos la búsqueda de una identidad nacional. Por supuesto, sólo es una muestra del anclaje de la literatura en la historia. Para saber más sobre este aspecto de la creación, es bueno leer la Poética de Escalígero, o las opiniones de Estrabón en su Geografía. En fin, el tema da para largo, pero ya tendremos ocasión de seguirlo tratando.