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La irreversibilidad de España y la fuga catalana en vísperas electorales.

Rajoy no podía soñar que los soberanistas le hicieran tan gran regalo cuando estaba agonizando. A menos de dos meses de las elecciones al Parlamento de Madrid, con un Partido Popular enfangado en la corrupción sistémica que lo aproxima mucho a una organización delictiva, y con una realidad económica que la ciudadanía no puede conciliar con el discurso triunfalista de los popularistas, el presidente del gobierno español ha recibido un pase de gol o, si se prefiere, un bocatto di cardinale, desde Cataluña. Las dos metáforas son de Enric Juliana, y funcionan perfectamente para describir lo que ha ocurrido en el Parlamento catalán. Con las alegrías de la señora Forcadell y la declaración apoyada por Junts pel Sí y la Candidatura d’Unitat Popular el programa electoral del PP ya ha quedado cerrado y redondeado, y puede resumirse así: "Por la Unidad de España, de los mucho españoles unidos, muy españoles".

La unidad de España, ―que hay días que arranca de Isabel y Fernando, y otros de Viriato o de Atapuerca―, es y será eterna, dicen muchos desde todas partes, Cataluña incluida. Afirmaciones de este tipo nos recuerdan, por ejemplo, que el régimen castrista añadió en 2002 una disposición especial a la Constitución cubana de 1976, según la cual el socialismo fue declarado irrevocable. No sólo Francis Fukuyama ha querido acabar con la historia, también otros han intentado, intentan e intentarán hacer valer su idea de que hay cosas ―un Estado en el caso del que hablamos― que son y serán por los siglos de los siglos. Una concepción así tiene poco a ver con la democracia. El presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, ―para poner otro ejemplo―, ha declarado, ante las próximas elecciones en su país, que si la oposición obtiene la victoria, él no cederá el poder y gobernará “con el pueblo, siempre con el pueblo y en unión cívica militar”. Otro que también quiere decretar que se ha llegado al final de la historia, y si el decreto no funciona, los militares se encargarán de hacerlo funcionar.

Evidentemente no se trata de comparar el régimen político español, una democracia occidental homologada [de una calidad muy mejorable, eso sí, a estas alturas] con una dictadura como la cubana o un régimen populista autoritario como el venezolano, pero sí los podemos usar para entender que las estructuras políticas son como son mientras los ciudadanos, ―quienes poseen realmente la soberanía―, no decidan otra cosa. Y esto se tiene que aplicar en Cuba, en Venezuela y, también, en España.

Actualmente, el creciente distanciamiento entre Cataluña y España se asemeja cada vez más a un abismo ante el cual muchos han empezado a sufrir un ataque de vértigo. No será porque los soberanistas no vinieran anunciando sus intenciones desde hace tiempo. Desde La Moncloa, aun así, Rajoy fue fiel a sus principios y continuó con la letanía del cumplimiento de la ley y del no hay nada a debatir sobre la irreversibilidad española. El problema no ha hecho sino complicarse cada día más, y él ahora confía en que abanderando la unidad de España, apareciendo como el capitán de los que hacen frente a los separatistas, el electorado olvidará contingencias menores como por ejemplo el paro, la corrupción, los recortes o el empobrecimiento creciente, y lo

apoyará para mantenerse en La Moncloa cuatro años más. Ya lo ha dicho él, con esa manera irritante que tiene de maltratar la lengua castellana: "Estar seguros. Esto acabará bien. Lo malo es que ha comenzado mal".

Rajoy se ha reunido con los dirigentes del Partido Socialista, de Ciudadanos y de Podemos, tratando de constituir un frente anti-soberanista. Los dos primeros son sensibles o directamente partidarios de hacerlo. Sería un error más en la larguísima serie de errores que se han cometido desde hace años, particular y especialmente el Partido Popular. Cualquier cosa que polarice la situación, que confirme la existencia de dos bloques que no pueden ni siquiera hablarse, será no ya contraproducente, sino que significará la victoria de aquellos que desde las dos posiciones enfrentadas son enconados partidarios de la conocida consigna del “cuánto que peor, mejor”. Para ellos, está claro; mejor, sólo para ellos.

También en Cataluña hay partidarios de esta tesis. La radicalización es creciente cada vez más. Personas que parecían sensatas equiparan la situación catalana con las luchas de liberación nacional de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, como si Cataluña tuviera algo que ver con Argelia, el Congo o Vietnam. Otros, incluso, han emparentado la actual situación en el Principado a la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos. Y no son declaraciones aisladas y sin recorrido, no; que hay quién se lo toma muy en serio. Lo demuestra que incluso el Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, ha declarado de forma explícita que Cataluña no está entre los territorios con derecho a la autodeterminación.

¿Es que nos estamos volviendo todos locos? Cosa parecida dijo algún consejero en la reunión de gobierno presidida por Artur Mas hace unos días, según ha contado La Vanguardia. Cómo no podía ser menos han empezado a aparecer disensiones dentro del gobierno catalán, y en el seno de la propia Convergencia. Más allá de la credibilidad que pueda merecernos un pacto estable entre JxS y la CUP, fuerzas antitéticas en tantas cosas, sorprende y mucho la urgencia con la que la actual mayoría parlamentaria quiere actuar. No quieren esperar ni a tener gobierno, ni siquiera candidato a presidirlo. Han decidido lo que llaman la desconexión, pero ―si llegara el caso― marchar de España no debería ser huir de España; desconectar no tendría que ser arrancar los cables y los enchufes. Todo hace pensar que tienen miedo de perder impulso y necesitan mantener una reacción airada, incluso autoritaria por parte del gobierno de Madrid.

Es difícil no caer en la sospecha de que están haciendo tanto de ruido y tanto alboroto con tanta urgencia porque quieren que el PP continúe mandando en Madrid. Aznar, FAES, Rajoy y el PP son quienes han ensanchado y fortalecido el independentismo en Cataluña, como reconoció un hombre que habla en plata cómo es Joan Tardà. ¿Será que desde el puente de mando del proceso hay miedo que cambie el color y la perspectiva del gobierno español después del 20N? Todo hace pensar que sí. ¿Por qué sino el pase de gol a Rajoy?

Tendría que quedar claro que una cosa es el derecho legítimo de los ciudadanos de Cataluña de redefinir su futuro, incluyendo el tipo de relación

que quieren tener con España, y otra cómo está gestionado la actual mayoría parlamentaria ese derecho. ¿Dónde creen que pueden llegar así? Corren el riesgo de perder el apoyo de quienes desde fuera de Cataluña ―pocos o muchos― apoyan su derecho a decidir. Parece que no los importa, no obstante.

En cualquier caso, sería conveniente que reflexionaron un poco. Nunca, ―es una regla de oro en cualquier confrontación política de negociación, y la situación actual exigirá tarde o temprano negociar―, puede dejarse al otro sin ninguna salida, ni nunca se le puede pedir una cosa que no puede concederte. Dejando de lado la utilización bastarda que Rajoy y el PP están haciendo y harán de la situación, el gobierno español ―con el marco legal actual― nunca podrá pulsar la tecla del Sí a todo lo que se pide hoy por hoy desde el Parlamento de Cataluña. No queda, por lo tanto, otra salida que negociar, razonar, pactar. Es una evidencia que tendría que estar clara para todos.

Sería conveniente volver a aquello del derecho a decidir. Volver a exigir la convocatoria de un plebiscito absolutamente legal para llegar a saber que piensa realmente la gente catalana ante una pregunta simple: quiere o no quiere usted continuar dentro del Estado español? Hay que ser conscientes, aun así, que el referéndum no sería una especie de abracadabra que desharía el nudo actual. No sería suficiente, pero si necesario para que unos pudieran conocer en profundidad los pro y los contra de la separación de España y otros el escenario sobre el que tendrían que actuar. Es decir, que convendría abandonar el frentismo, la híper polarización, la confrontación del todo o nada, y empezar a hacer política de alta calidad democrática y sin urgencias. Una situación como la actual no se puede resolver ni en días ni en meses. Habrá que mantener la calma y ser pacientes. Para empezar, unos tendrían que aceptar que nada excepto la muerte es irreversible, y otros que marchar, si llegara el caso, no puede ser de ninguna forma huir.

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