Para empezar, ¿Siglo o Siglos de Oro? Inicialmente el término Siglo de Oro fue concebido por el erudito y anticuario Luis José Velázquez (1722-1772), quien lo empleó por primera vez en 1754, en su obra crítica pionera Orígenes de la poesía castellana, para referirse exclusivamente al siglo XVI. Luego la definición se amplió, entendiendo toda la época clásica o de apogeo de la cultura española, esencialmente el Renacimiento del siglo XVI y el Barroco del siglo XVII, desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492 hasta la muerte de Calderón en 1681.
Dentro de este periodo encontramos entre los diferentes géneros, el teatro, uno de los más preciados de la época. Y de entre todos los dramaturgos de ese momento, sobresalen tres importantísimos nombres: Lope de Vega y Carpio (1562-1635), Tirso de Molina (1579-1648) y Pedro Calderón de la Barca (1600-1681). Aunque muchos críticos incluyen a Juan Ruiz de Alarcón, en esta ocasión no hablaré de él, pues ya lo he hecho en una entrega reciente.
De Lope es la poética de la comedia y que a la fecha se ha convertido en un texto clásico para discutir la teoría dramática, Arte nuevo de hacer comedias. De él tenemos un retrato que fue dibujado por Francisco Pacheco, y que se encuentra en su famoso Libro de verdaderos retratos; también existe una película muy recomendable, titulada precisamente Lope, del 2010. Muchas de las obras de Lope podrían ser estudiadas en apoyo de sus ideas sobre el teatro, tal como Lo fingido verdadero. Una tradicional y primera clasificación de su obra fue hecha por Menéndez Pelayo, de acuerdo a los temas o motivos de inspiración: piezas cortas y comedias; en las primeras incluye autos sacramentales, del nacimiento y coloquios, los y entremeses; las comedias se agrupan, por ejemplo, las de asunto del Antiguo Testamento, del Nuevo Testamento, de vidas de santos, las que tratan leyendas y tradiciones devotas, las basadas en temas mitológicos, sobre historia clásica, historia extranjera, crónicas y leyendas de España, las pastoriles, caballerescas, aquellas de argumento extraído de novelas, de enredo, de malas costumbres, de costumbres urbanas o palatinas, y de costumbres rurales; algunas a su vez se subdividen, tal es el caso de las crónicas y leyendas dramáticas de España, apartado que Menéndez Pelayo agrupa cronológicamente, y las de argumento extraído de novelas, subdivididas en orientales, italianas y españolas.
Tirso escribió 300 dramas y es el más prolífico de todos los dramaturgos del siglo después de Lope de Vega. Un excelente apunte biográfico y una cronología pueden ser consultadas en la biblioteca Cervantes virtual, así como un verdadero «estado de la cuestión» tirsiano de innegable utilidad. Sus obras más conocidas son El burlador de Sevilla, que inicia la larga tradición donjuanesca en la literatura, El vergonzoso en palacio y Don Gil de las calzas verdes, pero tiene otras, muy sugerentes son los títulos Amazonas en las Indias y la Trilogía
de los Pizarro, como se darán cuenta. Tirso tiene otras obras, una de ellas es un poema, y la otra es una mezcla de géneros, algunas la llaman híbrida, Deleytar aprovechando.
La vida es sueño es su obra más famosa, quizá la que más artículos críticos ha merecido después de El Quijote. Pero con Pedro Calderón de la Barca llegaron a su más alta expresión los autores sacramentales, tan es así que él mismo escribió sus Memorias de apariencias, la fuente más importante para saber cómo se representaban. Él describe ahí cómo tiene que ser la representación de sus propios autos. Estas memorias nos hacen conocer las verdaderas dimensiones de los carros, y las diferentes tramoyas que se utilizaban para la representación. Calderón representa la culminación barroca del modelo teatral creado a finales del siglo XVI y comienzos del XVII. Según sus propias palabras, su producción consta de casi 200 obras.
El teatro más antiguo de Madrid, en la plaza de Santa Ana, es el corral de la Pacheca (1583), que en tiempos de Alatriste, cuando triunfaba en él Lope de Vega, se llamaba corral del Príncipe. Hoy, reedificado en el siglo XIX, se llama teatro Español. Cuando la obra gustaba, los espectadores aplaudían. A veces el entusiasmo era fingido porque los autores sobornaban a algunos individuos para que aplaudieran. Si la obra decepcionaba, tales prorrumpían en pateos o silbidos y arrojaban a los actores huevos, frutas o verduras en mal estado. Podía ser que la bronca fuera más teatral que la propia representación. Así pues, existían camorristas profesionales contratados para hundir las obras de ciertos autores.
Hay dos obras importantísimas para entender esa época: el Libro de la erudición poética (1611), de Luis Carrillo y Sotomayor (c. 1585-1610), en él expone la estética del Barroco (conceptismo y culteranismo): poesía difícil y de forma muy elaborada e ingeniosa. Por otra parte, tenemos la obra de Baltasar Gracián (1601-1658), publicada inicialmente con el título de Arte de ingenio, tratado de la agudeza, la edición princeps de Madrid, 1642, luego como Agudeza y arte de ingenio, segunda edición de 1648, en la que se plantea que la mayor agudeza está basada en el procedimiento mental que encuentra la correspondencia entre dos objetos, cuya materialización en el discurso es el concepto.