Seguramente han escuchado decir que anteriormente las mujeres no participaban en el teatro, es decir, no había actrices, eran hombres quienes hacían los papeles femeninos. Lo anterior está bien documentado para la época de Shakespeare, cuando las mujeres estaban subordinadas a los hombres y sus opciones eran muy limitadas. En las agrupaciones teatrales que empezaban a circular por la península ibérica, los papeles femeninos eran representados por muchachos, como lo hace constar en 1542, el catalán Andreu Solanell.
Se especula que la participación inicial de las mujeres en el ambiente teatral estaba relacionada con canciones y danzas. Con el tiempo se fueron integrando de forma natural, cuestión comprensible, ya que estaban casadas con los hombres dramaturgos o actores. Pero, aproximadamente desde 1580, se discutía el tema de la inmoralidad y del escándalo provocado por la aparición de actrices en escena, lo que culminó en 1586 con la prohibición de la actuación de mujeres en los teatros, si las compañías se atrevían a permitir la participación de una, se les castigaba a cinco años de destierro del reino y al pago de 100,000 maravedís. En 1587 se emite, por parte del Consejo de Su Majestad, Felipe II, un decreto en el que se autorizaba la presencia de actrices en los escenarios, con la condición de que debían estar casadas con actores de su misma agrupación. Además, estaba prohibido que los varones se disfrazaran con hábitos de mujeres y que las mujeres representasen disfrazadas de varón.
El caso es que los grandes dramaturgos españoles no sólo incluían personajes femeninos en sus comedias, sino que las vestían de hombre. De 460 comedias escritas por Lope de Vega, 113 revelan el uso del disfraz varonil, es decir, casi la cuarta parte de su obra. Tirso de Molina también lo usó en 21 de sus comedias. Hay, sin embargo, algunos dramaturgos que no se atrevieron a emplear el recurso con tanta frecuencia. Por ejemplo, de 26 comedias de Juan Ruiz de Alarcón, solamente una incluye tal recurso. Calderón, también como Ruiz de Alarcón, se separa de las normas establecidas por Lope con respecto al empleo del recurso. De las 105 comedias suyas, sólo siete nos ofrecen empleos de mujeres disfrazadas de hombre. De Cervantes, Margarita, de El gallardo español, es el personaje que quizá merezca la atención y llamarse mujer de vestida de hombre en un sentido estricto; y en El laberinto de amor, Porcia y Julia.
La aparición de las actrices en las tablas españolas, requisito para emplear el recurso, está documentada a partir de 1587, año en que Cervantes «dejó la pluma y las comedias», según declaró él mismo en el prólogo de las Ocho comedias. Y no tardó mucho tiempo en aparecer la mujer vestida de hombre, recurso acogido frenéticamente por el pueblo pero condenado furiosamente por las autoridades eclesiásticas. Después de entrar en el siglo XVII, se prohibió de manera rigurosa. En los reglamentos del teatro,
promulgados en 1615, año en que se publicó las Ocho comedias, leemos así: «Que las mujeres (...) no representen en hábito de hombres, no hagan personages de tales».
Conocida es la crítica que expresó Cervantes contra Lope de Vega, aunque no tocó concretamente el disfraz varonil. Los pasajes más importantes para nuestro tema son las palabras del Cura en el capítulo 48 de la primera parte del Quijote:
Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, porque algunos dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben extremadamente lo que deben hacer; pero como las comedias se han hecho mercadería vendible dicen, y dicen verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide. Y que esto sea verdad, véase por muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio destos reinos con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias, y finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo de su fama, y, por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la perfección que requieren.
Entre las obras más divertidas, en las que encontramos a la doncella disfrazada de varón, se encuentran, por ejemplo, Don Gil de las calzas verdes (1635), un excelente ejemplo de la comedia de enredo, de Tirso de Molina. Otros personajes femeninos que se visten de hombre son: Rosaura en La vida es sueño de Calderón; Serafina de El vergonzoso en palacio (también de Tirso), quien se enamora de su propio retrato disfrazada de hombre. También la obra de Lope, El alcalde Mayor, presenta una disfrazada por amor que recibe del Corregidor de Toledo el nombramiento de Alcalde Mayor y hasta la quiere casar con su hermana.
Les recomiendo que lean alguna de dichas obras, estoy segura que se enredarán en la obra, que se asombrarán con las historias contadas, pero que finalmente se divertirán y desearán leer algunas otras más.