Tocó el turno ahora a París y a Beirut, como antes lo fue Ankara. El mundo se vuelca horrorizado por lo que sabe… Más por París que por Beirut y Ankara, sobre todo porque en Beirut y Ankara los muertos fueron musulmanes chií masacrados por musulmanes suní. Como están las cosas, espero que lo más reciente hayan sido las carnicerías de París, Beirut y Ankara. Sin embargo, es seguro que la locura no concluya aquí.
Lo que antes considerábamos como eventualidad, hoy forma parte de nuestra cotidianidad. Escribo esto a poco más de cuarenta y ocho horas de los hechos parisinos y no sería raro que ya se hayan efectuado masacres similares en uno u otro bando, o cualesquiera otros bandos a lo largo y ancho del mundo. Posiblemente no con tanta difusión como la de París. Los franceses ya bombardearon dizque posiciones del EI en Siria, la locura sigue desatada.
Sabemos que hechos similares suceden a diario sobre la superficie de este planeta y los medios de comunicación dan preferencia a unos acontecimientos sobre los demás. Los medios tienen sus intereses comerciales, sus patrocinadores, sus afinidades ideológicas y, muy al último, escondida por los rincones, una política de información que cada día se aleja más de cualquier principio ético.
Nadie debe dudar que vivimos un momento, por enésima ocasión, en el que diferentes fuerzas en el mundo se encuentran enfrentadas para hacerse valer como las dominantes. Se representa burdamente el conflicto entre el mundo islámico y occidente, como si no existiera otro más. Pero nadie quiere voltear a ver la encarnizada lucha por los recursos naturales que aún quedan sobre la superficie y las entrañas de la Tierra.
Estamos hablando de metales, petróleo, gas, agua, tierras cultivables, pastos, recursos pesqueros, oxígeno, bosques, espacios aéreos… y la mano de obra suficiente y dócil para el mejor aprovechamiento de todo eso que llamamos “el progreso humano”, “el bienestar de la sociedad”, “la vida moderna”, “la civilización actual”…
Quien lamenta tantas muertes lo debe sentir desde la profundidad de sus pensamientos y si el dolor es sincero, lo mismo debe doler la muerte de musulmanes que de cristianos, de judíos, de animistas o de ateos. Si hubiese sinceridad en el horror, apenaría saber de los masacrados en el Bataclán, lo mismo que en los campos de refugiados, que en las calles de Jerusalén, en las rutas de los migrantes por Veracruz, Chiapas, Oaxaca o el Estado de México, en los campos nazis de concentración, en Guantánamo, en Puerto Príncipe, en las balsas del Mediterráneo, en la frontera entre México y los Estados Unidos o en los suburbios de Kiev, Pekín o Los Ángeles.
El terrorismo mata espectacularmente a conjuntos de personas por medios violentos; no menos violentas son las muertes por inanición en Sudán, en Brasil, en Haití -¿alguien recuerda su existencia?- o en la Tarahumara. Quizá sea menos vistoso informar de todo lo anterior y porque han de ser menos los consumidores para este tipo de noticias: la casa pierde, no hay business.
Lo que sí es cierto es que gente como Bailleres (el de la medallita que le entregaron los usurpadores de la soberanía nacional mexicana), Hernández, Slim, Servitje, Salinas, Aramburusabala, Azcárraga, Larrea y todos los de similar ralea sobre la faz de la tierra, nombrables y señalables como cualquier otro terrorista, pero sin Kaláshnikov en mano ni cinturón con explosivos, dirá que no es igual… aunque sea lo mismo.
Sus corifeos en los gobiernos locales, estatales, regionales, provinciales, nacionales y multinacionales repetirán solamente lo que los patrones manden. Ya lanzarán migajas a los muertos de hambre, a los miserables del mundo civilizado, incivilizado, oriental u occidental, judeo-cristiano, islámico, budista, amarillo, negro, colorado, blanco o entre azul y buenas noches. Les mandarán alguna que otra bagatela con la cuál entretenerse para que no se sientan parte de lo mismo que se encuentra al fondo de la letrina.
¿Acaso no son de la misma calidad moral quienes lanzan balas y explosivos contra la sociedad civil que quienes acaparan las riquezas de una parte del planeta a costa de salarios miserables de millones de mujeres y hombres?
Es tan terrorista un yihadista de cualquier nacionalidad que un sacerdote pederasta, que un marido envalentonado que agarra a chingadazos a su mujer y termina con sus hijos, que un policía que tortura a quien se le viene en gana -o le mandan-, que un banquero que eleva tasas de interés y establece comisiones hasta por el aire que se consume a la hora de pensar en utilizar alguno de los servicios que presta, que el que destruye alimentos para evitar la caída de los precios.
¿No es terrorismo acaso producir y vender agroquímicos que matan abejas y detienen los procesos naturales de reproducción de la naturaleza? ¿Es menos terrorista que un miembro de Al-Qaeda o del EI, la compañía que derrama al agua o al aire desechos tóxicos que modifican o matan a los organismos vivos, incluyendo a las personas?
¿Cuál es la diferencia entre el Estado Islámico y algún otro estado nacional que permite, consiente y permanece indiferente ante la muerte o desaparición forzada de niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, en las ciudades y en el campo? Si la ONU condena a los estados que permiten y alientan el terrorismo, ¿los estados que permiten la desaparición de migrantes que pasan por su territorio, no deberían ser condenados?
Igual da… ¿de qué sirve una condena de la pinche ONU? Los amos del mundo emprenderán una nueva andanada contra el terrorismo, matando a quienes consideren terroristas con los consabidos, dolorosos y necesarios daños colaterales. Parte del mundo aplaudirá, otro tanto condenará y la espiral seguirá su curso. Nadie pone un alto porque parece ser que la historia de la humanidad no puede ser de otra manera y más cuando pocos quieren ser conscientes de ella.
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