Hace ya bastante tiempo que no hablamos de poesía. Los tiempos se prestan, aunque parezca paradójico, ya que estos días previos a la Navidad, la gente se mantiene en un frenesí que parece que acabará por consumirlo todo. Para ustedes, que prefieren mantenerse al margen de esta vertiginosa temporada, van estos espléndidos poemas del español León Felipe.
ROMERO SÓLO...
Ser en la vida romero, romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos. Ser en la vida romero, sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo. Ser en la vida romero, romero..., sólo romero. Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo, ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos para que nunca recemos como el sacristán los rezos, ni como el cómico viejo digamos los versos. La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos, decía el príncipe Hamlet, viendo cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo un sepulturero. No sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero. Un día todos sabemos hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo la hizo Sancho el escudero y el villano Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo. Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.
Su vida azarosa lo llevó por diversos pueblos de su país natal, trabajando como farmacéutico primero y luego como cómico teatral. Allá conoció a la peruana Irene Lambarri, con quien contrajo matrimonio y de quien después se separó. Posteriormente se involucró en el ambiente hospitalario en una de las colonias españolas. Fue Alfonso Reyes quien lo invitó a integrarse al grupo intelectual de México. En Veracruz fue bibliotecario y profesor en una universidad de Estados Unidos, donde se volvió a casar. Se regresó a España para participar en la Guerra Civil, para terminar exiliándose definitivamente a México.
COMO TÚ...
Así es mi vida, piedra, como tú. Como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras; como tú, que en días de tormenta te hundes en el cieno de la tierra y luego centelleas bajo los cascos y bajo las ruedas; como tú, que no has servido para ser ni piedra de una lonja, ni piedra de una audiencia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una iglesia; como tú, piedra aventurera; como tú, que tal vez estás hecha sólo para una honda, piedra pequeña y ligera...
PIE PARA EL NIÑO DE VALLECAS, DE VELÁZQUEZ
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota del Niño de Vallecas exista, de aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto, antes hay que resolver este enigma. Y hay que resolverlo entre todos, y hay que resolverlo sin cobardía, sin huir con unas alas de percalina o haciendo un agujero en la tarima. De aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida.
Y es inútil, inútil toda huida (ni por abajo ni por arriba). Se vuelve siempre. Siempre. Hasta que un día (¡un buen día!) el yelmo de Mambrino —halo ya, no yelmo ni bacía— se acomode a las sienes de Sancho y a las tuyas y a las mías como pintiparado, como hecho a la medida. Entonces nos iremos todos por las bambalinas. Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas, y el místico, y el suicida.
León Felipe (1884-1968), al lado de otros nombres tales como Miguel Hernández (1910-1942), Gabriel Celaya (1911-1991), César Vallejo (1892-1938) y otros más nos han legado su voz de proclama y arenga, necesarísima en estos tiempos de incertidumbre y globalización.