A partir de una experiencia fracasada en resultados de las gubernaturas aliancistas del 2010, las pocas candidaturas únicas PAN-PRD en el 2016 tendrían escaso interés nacional. Y si la jugada final estaría en una alianza para la gubernatura en el Estado de México y luego la presidencial del 2018, las posibilidades son menores por la suma de dos partidos en declive electoral.
Las alianzas del 2010 iban por el mismo camino, pero con habilidad el gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto condicionó el apoyo del PRI a la reforma fiscal de Calderón a la firma de un convenio político para no realizar alianzas electorales en el Estado de México en la gubernatura del 2011 y frenó la alianza PAN-PRD para la presidencial de 2012.
El escenario coyuntural ha cambiado aunque las metas de largo plazo son las mismas. Las alianzas en Oaxaca y Sinaloa fueron descuidadas por el PAN y el PRD y en Puebla el gobernador aliancista Rafael Moreno Valle la proyectó para su precandidatura presidencial. Ahora las alianzas pueden dar sorpresas en Colima, Veracruz y Chihuahua por candidatos opositores competitivos, pero no por el PAN o el PRD.
El PAN no tiene muchos problemas por las alianzas porque hace tiempo que se olvidó de las ideologías y de la ética y el pragmatismo justifica cualquier asociación política; el PRD en cambio, tiene aún en su seno a corrientes que se preocupan por la ideología y por la cesión de espacios ideológicos al conservadurismo panista.
El más necesitado de las alianzas es el PRD por el avance de Morena sobre los territorios electorales perredistas, al grado de que la estrategia perredista busca apenas un piso electoral del 10%, contra el 30% de las dos últimas elecciones presidenciales. La contratación externa de un presidente perredista ajeno a las tribus pero controlado por Los Chuchos fue el primer paso para conservar los espacios electorales mínimos.
El PRD se olvidó de la ideología popular, cardenista, de izquierda. Por eso ha volcado su interés y apoyo en la agenda de las minorías sexuales que implican derechos conservadores y la legalización de la marihuana como evasión de la realidad, en lugar de asumir la bandera de un nuevo proyecto nacional o la lucha por revertir la reforma energética que apoyó paradójicamente el perredismo cardenista.
Nacido del registro del Partido Comunista Mexicano, el largo y sinuoso camino del PRD hacia la derecha comenzó con el abandono del objetivo socialista, después por el fin del proyecto cardenista, más tarde por un gelatinoso centro-progresismo y ahora busca refugio en una socialdemocracia tipo panista. El PRD de hoy nada tiene que ver con el PRD de 1989.
La cesión de ideología y definiciones a favor de alianzas con el PAN sería la última oportunidad del PRD para resistir la fuga de perredistas hacia Morena o el PRI. Pero los datos indican que podría ser demasiado tarde porque Morena va en algunas plazas con candidatos competitivos que no ganarían las elecciones pero sí se llevarían bases perredistas abandonadas por las tribus.
En ese escenario pesimista, la alianza PAN-PRD para el Estado de México y la presidencial del 2018 sería otro fracaso electoral porque la suma de dos fracciones no hace una unidad, además de que representaría el empanizamiento del PRD y no la perredización del PAN.