Continuemos hablando de poesía. Las estaciones del año determinan en mucho las actividades del humano, aunque la tecnología ha visto un apogeo en espiral, las personas aún se ajustan a lo que el clima les pide, como sucede con la vestimenta, o con los alimentos. El verano pide la vuelta por la playa, en mínima ropa; pero el invierno exige el abrigo y las botas; las ensaladas están muy bien en las noches de calor, pero el cuerpo se reconforta con las cremas y las sopas los días grises y fríos.
No hemos llegado todavía, oficialmente, al invierno, pero los días ya se han presentado fríos y algunas personas disminuyen su salidas y permanecen más horas en sus casas. Para esos momentos de tranquilidad va este fragmento de un “Jardín de Invierno” del chileno Pablo Neruda (1904-1973).
Llega el invierno. Espléndido dictado me dan las lentas hojas vestidas de silencio y amarillo. Soy un libro de nieve, una espaciosa mano, una pradera, un círculo que espera, pertenezco a la tierra y a su invierno. La tierra vive ahora tranquilizando su interrogatorio, extendida la piel de su silencio.
Ha sido bastante común analogar las estaciones del año con la vida; como en estos versos de Garcilaso: “Coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto, antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre”. Aquí tenemos otro poema, éste es del también chileno Vicente Huidobro (1893-1948) y se titula “Invierno para beberlo”.
El invierno ha llegado al llamado de alguien Y las miradas emigran hacia los calores conocidos Esta noche el viento arrastra sus chales de viento La amargura teme a las intemperies Pero nos queda un poco de ceniza del ocaso Seducciones de antesala en grado de aguardiente Alejemos en seguida el coche de las nieves Afuera se acerca el coche de las nieves
Trayendo su termómetro de ultratumba Y me adormezco con el ruido del piano Cuando se estrujan las nubes y cae la lluvia Cae Nieve con gusto a universo Cae Nieve que huele a mar Cae La nieve perfecta de los violines Cae La nieve sobre las mariposas Cae Nieve en copos de olores Nieve a paso de flor Nieva nieve sobre todos los rincones del tiempo Calentad vuestros suspiros en los bolsillos Que el cielo peina sus nubes antiguas Lágrimas astrológicas sobre nuestras miserias Y sobre la cabeza del patriarca guardián del frío El cielo emblanquece nuestra atmósfera Entre las palabras heladas a medio camino Ahora que el patriarca se ha dormido La nieve se desliza se desliza se desliza
Por último, tenemos una sección de éste de Rubén Darío (1867-1916), “Invernal”, más cercano a la vida citadina que caracteriza nuestras vidas.
Noche. Este viento vagabundo lleva las alas entumidas y heladas. El gran Andes yergue al inmenso azul su blanca cima. La nieve cae en copos, sus rosas transparentes cristaliza; en la ciudad, los delicados hombros y gargantas se abrigan; ruedan y van los coches, suenan alegres pianos, el gas brilla; y si no hay un fogón que le caliente, el que es pobre tirita.
Yo estoy con mis radiantes ilusiones y mis nostalgias íntimas, junto a la chimenea bien harta de tizones que crepitan.
Dentro, el amor que abrasa; fuera, la noche fría; el golpe de la lluvia en los cristales, y el vendedor que grita su monótona y triste melopea a las glaciales brisas. ¡Oh! ¡Bien haya el brasero lleno de pedrería! Topacios y carbunclos, rubíes y amatistas en la ancha copa etrusca repleta de ceniza. Los lechos abrigados, las almohadas mullidas, las pieles de Astrakán, los besos cálidos que dan las bocas húmedas y tibias. ¡Oh, viejo Invierno, salve! puesto que traes con las nieves frígidas el amor embriagante y el vino del placer en tu mochila.
Entre tanto hace frío. Yo contemplo las llamas que se agitan, cantando alegres con sus lenguas de oro, móviles, caprichosas e intranquilas, en la negra y cercana chimenea do el tuero brillador estalla en chispas. El Invierno es beodo. Cuando soplan sus brisas, brotan las viejas cubas la sangre de las viñas. El Invierno es galeoto, porque en las noches frías Paolo besa a Francesca en la boca encendida, mientras su sangre como fuego corre y el corazón ardiendo le palpita. ¡Oh crudo Invierno, salve! Dentro la negra y cercana chimenea
el tuero brillador que estalla en chispas; fuera, la noche fría.
Creo -y sé que múltiples voces se levantarían de leer esto- que la banda y los paseos por los parques se disfrutan enormemente en los días calientes; mas la filosofía y la poesía son un refugio para el espíritu en las épocas invernales. También sé que nuestra actual forma de vida ha demandado de nosotros que nos entreguemos, casi sin protestar, a un frenesí consumista. Pero algunos hay que todavía disfrutan de la maravilla que es la vida.