El hombre común se ve enteramente satisfecho y colmado por lo cotidiano, queda absorbido por ello, encuentra por doquier iguales suyos y posee gusto por la rutina. El hombre corriente no es capaz cuando menos, de sostener un examen plenamente desinteresado sobre la auténtica contemplación; él sólo puede dirigir su atención sobre las cosas en tanto que éstas guarden alguna relación con sus deseos. No se detiene demasiado, no clava su mirada sobre un objeto durante mucho tiempo, sino que se apresura a buscar entre todo lo que se le ofrece, sólo aquello que le es útil, al igual que el perezoso busca la silla y luego no le interesa nada más. Por eso termina pronto con todo, con la belleza de la naturaleza, con el propio espectáculo de la vida en todas sus escenas. No repara en nada, sólo busca su camino en la vida, o en cualquier caso todo lo que alguna vez pudiera convertirse en su camino; sin perder tiempo alguno en el examen de la propia vida como tal.
Hay otra forma de vivir, no tan sencilla, aquella invadida por una ansia casi nunca satisfecha de poder comunicarse con seres similares. Una en la que la contemplación de lo que nos rodea, exige olvidarse de la propia persona y de sus dependencias. Se trata de individuos que desean más el conocer que el querer.
En esa clase de contemplación se encuentra el arte. Éste se puede caracterizar como la contemplación de las cosas independientemente del principio de razón, en oposición al examen a que conduce el camino de la experiencia y de la ciencia. El conocimiento de las ideas es el fin de todo arte. Esto se puede entender a través del siguiente ejemplo: Homero coloca al lado de casi todos los sustantivos un adjetivo, cuyo concepto corta y reduce considerablemente la esfera del primero concepto, acercándolo así a la intuición.
Así mismo, a través del ritmo y la rima en la poesía se consigue una ciega conformidad, previa a todo juicio, ya que seguimos interiormente todo ruido que se repita con regularidad, acompasándonos con él. Por supuesto, también influye en los momentos de arrobamiento la universalidad de los materiales de que se sirve la poesía para comunicar ideas. La naturaleza entera es representable a través suyo. Y presenta las ideas de una manera descriptiva, narrativa o directamente dramática. Así, el hombre, en la hilvanada serie de sus anhelos y acciones, es el gran privilegio de la poesía.
En su sentido más elevado, los artistas son quienes emancipan el conocimiento, que originariamente está al servicio de la voluntad. Manteniéndose atentos con tanta reflexión como sea necesario para reproducir lo captado mediante un arte deliberado –ya sea escultura, música, literatura, u otra forma- y fijar en pensamientos duraderos lo que se balancea en el vacilante fenómeno. Ellos se encuentran en esa búsqueda incesante de objetos nuevos y dignos de estudio.
Sin duda, también la experiencia y la historia nos enseñan a conocer al hombre, pero con frecuencia nos hacen conocer más a los hombres que al hombre. La historia rastrea el hilo de los acontecimientos. Mas el arte es el conocimiento que examina las ideas. El arte reproduce las ideas capturadas a través de la contemplación pura, lo esencial y lo permanente de todos los fenómenos del mundo y, según el material con que los reproduzca, será arte plástico, poesía o música.
El arte saca de la corriente que arrastra el curso del mundo al objeto de su contemplación, aislándolo ante sí, y ese objeto singular, que en esa corriente era un elemento tan insignificante como fugaz, se torna para el arte un representante del todo, que puebla el espacio y el tiempo.
Mientras nuestra consciencia se vea colmada por nuestra voluntad, mientras estemos entregados al apremio de los deseos, con su continuo esperar y temer, mientras seamos el sujeto del querer, no habrá para nosotros dicha o calma duraderas. Se trata de aquel estado exento de dolor que Epicuro ensalzaba como el supremo bien, pues por un instante nos vemos libres del impertinente apremio de la voluntad.
No es una idea tan mía, pues ya lo dijo Arthur Schopenhauer en el siglo XIX. Yo los invito a que entre los dones que puedan pedir esta temporada o entre sus deseos de fin de año, aspiren a detenerse un poco, aminorar la prisa por vivir y detenerse a contemplar lo que los rodea; lo sé, no todo es bello pero algo los maravillará, algo que no les sea útil, algo que no puedan comprar, algo que ha sido simplemente ofrecido por la naturaleza. Por lo pronto nosotros hacemos un alto en el camino, para mí serán días de ocio dedicados a lecturas que haré sin apresuramiento. Continuaremos con estas notas en el 2016.