Como todas las series televisivas, esta semana llega a su final el programa de Chabelo en Televisa, llamado En Familia. Pero no todas las series pueden presumir como la de Chabelo: ¡cuarenta y siete años al aire…! Las opiniones se han dividido y van desde quienes protestan hasta los que agradecen el final tan esperado. En medio quedan a quienes les importa una pura y dos con sal.
Los enojados con Azcárraga –y con la vida– han argumentado que eliminar este programa significa “el final de una tradición familiar mexicana”. Otros esperaban que sus tataranietos también participaran de la catafixia, para dejar las neuronas embarradas en la pantalla de la tele a cambio de un cojín para la almorrana, distribuido por la mueblería patrocinadora, y los más cuerdos siguen esperando la tecnología para que cuando Chabelo grite “¡Va a haber gansitos!”, el aparato comience a vomitar una cascada de pastelillos envueltos en papel celofán.
No quiero hablar de los que nada les importa este trascendental hecho en la vida mexicana y mucho menos de quienes hasta fiestas han organizado para mostrar lo contento que se ponen porque al fin desparece de la pantalla el merolico. Han de ser puros amargados.
Chabelo nace como personaje en los años en que la televisión mexicana surgía como mero muestrario de mercancías. Y así creció, se hizo vieja y de la misma manera sigue funcionando. Claro, como copia de la mayoría de televisiones en el mundo. Chabelo no ha sido más que un agente de ventas de decenas de compañías que imponen sus productos a los consumidores por medio de denigrantes participaciones de quienes van a ver qué les toca y a salir en la tele para que todo mundo los vea –lo importante es el mundo del cual forman parte: parientes, vecinos, amigos, enemigos, conocidos, pretendientes, quien esté en los círculos en los que se mueven–. Televisa solamente cobra la renta del tiempo de transmisión. Si lo hizo por 47 años, imagínese usted si era o no negocio.
Pero el negocio terminó. Ni Azcárraga se encabronó, ni Chabelo se cansó, ni a nadie de los que deciden estas cosas, se le ocurrió pensar que era una porquería de programa. A pocos les importó la dignidad pisoteada de los concursantes, la indiferencia para quienes se pasaban meses y meses tratando de conseguir un pase para presenciar la grabación del programa ni el maltrato dado a los que lograron entrar a uno de los casi 2500 programas.
Cientos de miles de personas habrán dormido el sueño de los justos esperando que Chabelo, sus patrocinadores o sus encargados de la producción les echaran un lazo. A cambio de salir en la tele estaban dispuestos a ser considerados como en cualquier centro de trabajo, como lo hacen las autoridades de este país, piltrafas a las que se les puede tratar como sea porque ya nada tienen que perder. Por un regalo, un premio de los patrocinadores, aguantaron desprecios, maltratos, gritos, amenazas y la mayoría salió con las manos vacías.
Gracias a Chabelo, millones de cuates encendieron el televisor el domingo por la mañana para embobarse con divertidos concursos, fabulosos premios e interminables anuncios comerciales. Los encargados de la familia podrían estarse en la cama un rato más, mientras la nana Chabelo mantenía en la hipnosis a millones.
Gracias a la tradición mexicana En familia, millones de mexicanos se convencieron de sus adicciones a las golosinas industrializadas. Gracias patrocinadores de Chabelo por todos los casos de cáncer, de úlcera, de obesidad infantil, de caries, de desnutrición, de diabetes y todo lo que se haya acumulado
de manera colateral. Con gran orgullo hoy podemos afirmar que gracias a Chabelo somos the number one in the whole world en las afecciones mencionadas y en la adicción a la comida chatarra. No todo el mérito es de Chabelo, ya que ha sido ayudado por Televisa, los productores de esas cochinadas, nuestras autoridades, nuestros padres, nuestros profesores. Gracias a todos por su apoyo incondicional a Chabelo y sus patrocinadores durante este casi medio siglo.
Gracias a Chabelo –sin olvidar jamás a Chespirito, Viruta y Capulina, Cepillín y tantos otros genios de la pantalla chica– por hacer de cada mexicano un ser exigente de televisión sin contenido, hueca, cargada de banalidades. ¿Fue lo que les impusieron los empresarios de los medios? Tan obedientes ellos como la borregada que ha aceptado sin chistar toda esta basura por décadas.
Pero no hemos de llorar por Chabelo y los que ya se le adelantaron en el camino de la desaparición de sus imágenes porque ya no los necesitamos. La tele ha pasado a segundo plano. Ya la mayoría no quiere salir en ella, prefiere sus fotos en el feisbuc contando las historias que jamás habrán de salir en la tele, aunque se parezcan a las de las telenovelas y los programillas de chismes. La banalidad ahora está más a nuestro alcance; eso sí, sin dejar de seguir las tradiciones alimentarias que nos ha legado Chabelo para el bien de la patria y de la familia-unida-jamás-será-vencida.
Con un gansito en el tracto digestivo, deglutido con una coca, o una tecate laic acompañada de esas frituras que parecen excremento de perro croquetero con principios de disentería (les llaman chetos y se escribe shit-os), la masa de pobres se sienta a disfrutar de su entretenimiento favorito.
Porque Chabelo nació para los pobres de pensamiento y se quedó con los pobres de ingresos. Los pobres de neuronas que lograron mayor cantidad de lana, decidieron dejar en el abandono al amigo de todos los niños. Tomaron otros modelos, tan vacuos como el anterior. Aunque ya no se dejarían maltratar por hacerse de un sillón de muebles troncoso con tapiz de pelur emulando piel de salvaje leopardito de zoológico (como los diseños de los calzones de rumbera de los años cuarenta), ahora son fieles seguidores de deportes espectáculo, de series de detectives superchingones y del bicbroder trasnacionalizado. Pero se siguen tragando la basura que les vendió Chabelo todos estos años.
Adios, Chabelo. Qué bueno que ya te vas, aunque se deberían ir contigo todos los de tu ralea. Tus seguidores te echarán de menos mientras esperan en las filas del seguro popular y llenan los panteones sin alcanzar las tres cuartas partes de la dichosa esperanza de vida que tanto nos presume la secretaria de salú.
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