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De mi Cuaderno de apuntes: El juicio estético

Además de Óscar Wilde, de quien hablamos la semana pasada, de Arthur Schopenhauer, por supuesto Aristóteles y Platón, hay muchos otros autores que se han preocupado por emitir sus concepciones acerca de la belleza. También Immanuel Kant hizo lo propio en su conocida obra Crítica del juicio. Veamos un poco de sus ideas.

Para empezar, su obra está organizada en dos grandes partes, una dedicada propiamente a la Crítica del juicio estético, divida a su vez en dos secciones –«Analítica del juicio estético» y «Dialéctica del juicio estético»–, y Crítica del juicio teleológico, también con dos secciones –«Crítica del juicio teleológico» y «Dialéctica del juicio teleológico». Todo lo anterior seguido de unas «Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime», con cuatro secciones; y precedido por una «Introducción».

Kant divide el campo de la filosofía en dos especies de conceptos, los de la naturaleza y el de la libertad; la una, por tanto, sería filosofía de la naturaleza, y la otra práctica, una filosofía moral. Los conceptos morales se fundan en el concepto de libertad y excluyen toda participación de la naturaleza. Nuestro entendimiento de las leyes de la naturaleza es teórico, por otra parte, el concepto de libertad proviene de la razón y es puramente práctico. Así, el conocimiento teórico de la naturaleza, deduce las leyes, consecuencias que no salen de los límites de la naturaleza. Como podemos darnos cuenta, existe un abismo insondable entre el dominio del concepto de la naturaleza (o lo sensible) y el dominio del concepto de libertad (o lo suprasensible).

Pero, dice Kant, existe un término medio entre el entendimiento y la razón, dicho término es el Juicio. Además, él divide las propiedades del alma, del espíritu, de la mente, en tres: la facultad de conocer, la de sentir y la de querer. La facultad de conocer es el entendimiento y se refiere sólo al conocimiento teórico de la naturaleza. La facultad de querer es determinada por el concepto de libertad y tiene que ver con la razón. La de sentir tiene su sitio entre las dos facultades anteriores, la de conocer y la de querer, ya que la naturaleza en general es objeto de los sentidos. Y uno puede seguir muy bien el hilo, pues bajo el punto de vista lógico, es claro el paso del entendimiento a la razón.

Y toda vez que el juicio es la facultad de concebir lo particular como contenido en la general, dicho Juicio es reflexivo. Así mismo, el acto mediante el cual el individuo descubre las leyes de la naturaleza, le causa un gran placer, y a veces una admiración tal, que no cesa sino hasta que el objeto le es suficientemente conocido. Luego, con el fin de experimentar ese placer, deseamos conocer más de la naturaleza. ¿Les suena esto a aquello de una persona que se enamora una y otra vez de una nueva persona cuando se ha cansado de la anterior? Cuanto más penetremos en el interior de la naturaleza –o de una persona o de un aparato electrónico o de una planta– y mejor conozcamos lo que desconocemos, tanto más la encontraremos uniforme y simple en sus principios.

Continuando con lo anterior, Kant llega a la conclusión de que la representación de un objeto es puramente subjetiva, es decir, tal representación está directamente relacionada con el sujeto y no con el objeto, lo que da por resultado una cualidad estética; y lo que en ella pueda servir para el conocimiento del objeto, constituye su valor lógico. Mas el elemento subjetivo –el placer o la pena mezclada en tal representación– no puede ser un elemento de conocimiento del objeto; en otras palabras, esa representación del objeto se halla ligada a un sentimiento y es estética. Si de esa comparación de la imaginación –entre el objeto representado y el objeto de la naturaleza–, hecha de acuerdo al entendimiento, resulta un sentimiento –ya sea de placer o de pena–, debe estimarse como apropiada al juicio reflexivo. Así, el objeto juzgado se llama bello, y si es juzgado de un modo aceptable para todos se llama gusto, o sea, no sólo satisface al sujeto creador sino a todos los que lo juzguen.

Finalmente afirma que el juicio del gusto tiene, como cualquier otro juicio, la pretensión de tener un valor universal, ya que el principio del placer se halla en la condición universal, aunque subjetiva, de los juicios reflexivos. Todo lo anterior tiene que ver con la capacidad que tenemos los humanos de hallar en nuestras reflexiones sobre las formas de las cosas –tanto de la naturaleza como del arte– un placer particular. Kant igualmente sostiene que el juicio estético mantiene no sólo una relación con lo bello, como juicio del gusto, sino que también la tiene con lo sublime, pues se deriva de un sentimiento del espíritu.

Aunque Kant es un poco rebuscado y repetitivo a la hora de exponer sus ideas, con paciencia se pueden desmenuzar. Ustedes pueden encontrar esta importante obra filosófica en la biblioteca Cervantes virtual –tiene sus maravillas el internet–.

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