Las películas, las grandes películas lo son porque comparten los rasgos estéticos de las creaciones artísticas, a saber, un fondo y una forma. Parece muy simple, a primera vista, más complejo resulta emitir un juicio sobre ellas. Para ello es muy adecuado diferenciar la naturaleza (filosofía de la objetividad, teórica) de la libertad (filosofía de la subjetividad, práctica), que explicó ampliamente Kant en su obra.
Uno de esos largometrajes de los que vale la pena su análisis, es La jaula de oro. Se trata de la opera prima del hispano-mexicano Diego Quemada-Diez, quien fuera camarógrafo del encumbrado cineasta Alejandro González-Iñárritu. Fue estrenada en el Festival de Cannes en el 2013.
El espacio de la acción abarca la travesía en tren desde el sur de México, hasta el norte, cuyo destino de los pasajeros es los Estados Unidos. Fue filmada entre Guatemala, México y Estados Unidos con actores no profesionales e incluso indocumentados reales. El tiempo es actual. A pesar de que el tema ha sido ya lugar común en el cine (de hecho, ya se le cataloga como género), la emigración hacia los Estados Unidos es tratada en este film de una bella manera, incluso en algunos momentos nos topamos con escenas sublimes.
Para afirmar lo anterior nos remitimos a Kant, como mencioné antes. El alemán distinguió entre belleza y sublimidad –aunque ambos juicios se emiten desde la subjetividad del receptor, difieren en el nivel de acercamiento del receptor–. Para los dos se requiere que en nuestra emisión del juicio no haya involucrado algún interés de nuestra parte, por mínimo que sea.
La mayoría de los comentarios críticos aluden a su contenido. Y sólo algunos opinan, aunque superficialmente, sobre la forma, es decir, sobre las características que permiten calificarla de gran obra. El discernimiento sobre lo bello, tanto de esta película como de otro tipo de obras –trátese de pinturas, esculturas, música, literatura, etcétera–parte del individuo, mas es un juicio que aspira a ser universal, porque la obra tendrá el calificativo de bella a través de la unanimidad resultante de todas las épocas y de todos los pueblos, con respecto al sentimiento causado por la representación de la película; tal es el criterio empírico, que procede de los fundamentos, profundamente ocultos y comunes a todos los seres humanos.
Respecto a lo sublime en esta obra, éste va surgiendo conforme avanza la historia. Tres adolescentes procedentes de los barrios bajos de Guatemala se embarcan rumbo a los Estados Unidos en busca de una mejor forma de vida; a ellos se une un indígena tzotzil que no habla español. Conforme estos chicos se van “perdiendo” en el camino (primero desiste Samuel, quien se regresa a su casa); luego desaparece de escena Sara, que es
raptada por un grupo tratante de blancas. Chauk y Juan continúan su camino, sólo para que este último vea morir a su amigo indígena, alcanzado por una bala de los Minuteman.
Hace ya tiempo escribió John Keats: “La primera cosa que se me ocurre al oír la Desgracia que ha caído sobre otro es «Bien, es inevitable, tendrá el placer de poner a prueba los recursos de su espíritu»”. Esa actitud precisamente es la conveniente para emitir un juicio estético. El juicio sobre lo sublime es un juicio particular, pero que se atribuye un valor universal, ya que aspira a un sentimiento de placer y no de conocimiento del objeto. En el caso del sentimiento de lo sublime, no se siente solamente atraído por el objeto representado, en este caso por lo ocurrido en la película, sino también repelido; y es mayor cuanta más violencia parecer ejercer a la imaginación. Además, ninguna forma puede contener lo sublime propiamente dicho, ya que descansa únicamente sobre ideas de la razón.
La obra de Quemada-Diez incluye más seiscientos actores no profesionales, como fue el caso de Chauk, interpretado por Rodolfo Domínguez Gómez, indígena tzotzil que vive en Chiapas. Él participó en el casting convocado por el director, y luego de un curso de seis semanas, participó en la película y aprendió algo de español. Paradójicas resultan sus palabras cuando cuenta que antes de participar en este película, él tenía intenciones de irse a Estados Unidos, pero después de ver todo lo que pasan los migrantes para cruzar la frontera, y entender cuál es su destino final, desistió.
Esta película fue galardonada con un gran número de premios durante el 2013, entre los que se encontraron 14 nominaciones al Premio Ariel, de los que se llevó nueve, en los que cabe destacar el de Mejor Fotografía y Mejor Guion Original –de la autoría del director– (precisamente relacionados con la cuestión de su estética como obra artística).
Con algo del estilo semidocumental, La jaula de oro puede también ser clasificada en ese género tan extendido en el cine, el road movie. Esta áspera película ha sido alabada por el trabajo que el director logró con los tres jóvenes protagonistas. En contra se ha mencionado su final, “más que evidente” dicen; quizá se deba al hecho de que no nos gusta reconocer que estamos hasta el cuello en tal sistema de vida.
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