Narré en un libro reciente que en 1959, luego de La región más transparente, Octavio Paz –que respira en esa novela por medio de Manuel Zamacona– manifestó sus reservas en una carta a José Bianco: “Mis sentimientos frente a [Carlos] Fuentes son ambiguos –fue amigo mío, muy amigo; después de la novela, dejé de verlo; ahora nos hemos vuelto a ver–. No puedo evitar quererlo; no puedo evitar que me irrite... y me defraude.”
A partir de 1965, la amistad retomó su cauce y alcanzó su perigeo, como se desprende de la correspondencia accesible. A fines de ese año, Paz y su esposa Marie José Tramini pasan unas horas formidables en Roma con Fuentes y Rita Macedo, con Juan Soriano y Diego de Mesa. Una reconciliación basada en el afecto, pero también como una alianza ante causas comunes. El poeta tutor que ya rebasa los cincuenta años y el narrador discípulo que casi alcanza los cuarenta se convierten en un equipo de dos: critican la situación política y cultural de México, abominan de los escritores “oficiales”, planean revistas, se recomiendan lecturas y amigos, analizan la política internacional, se platican proyectos escriturales y se dedican halagos estentóreos.
En febrero de 1966, por ejemplo, Paz celebra al “vertiginoso Carlos Fuentes –exaltado, atropellado, al galope, al borde del precipicio siempre y siempre lúcido en plena velocidad”. Si Fuentes se piensa barroco, Paz agrega que sí, pero a la manera hispanoamericana: los barrocos europeos “eran (y son) lentos –demasiadas plumas, moños lazos, dioses y diosas, joyas. Su vuelo es el del pavorreal”, mientras que el vuelo de Fuentes es el de un avión. Arrastrado por la analogía, Paz razona un catálogo de velocímetro: en América hay “escritores lentos, minerales como Vallejo o vegetales como Neruda, y veloces como Huidobro y tú”. Mas no se trata de la “velocidad en línea recta, sino en espirales, círculos, triángulos”.
Fuentes (que evitaba viajar en avión) responde de París en abril con una comparación terrenal y autoincriminante: “¡tus ensayos son como volcanes y yo una pompeyita que siente la cercanía de la lava! [...] Tu prestigio aquí es enorme: nos has liberado a todos del cerco provinciano”. Eres, agrega en mayo, “el turning point en el que están resurrectos y afinados los poetas de las generaciones anteriores”. Cuando termina Zona sagrada (1966), Fuentes avisa a los Paz que ha decidido dedicársela. Agradecido, Paz olvida que ya utilizó la analogía y vuelve a la velocidad:
tú eres veloz –no en línea recta, a la europea, sino en espirales, curvas, zig-zags, como muchos americanos que admiro, de Huidobro a Pound. Neruda es lento –como el océano, como la
borrachera de vino tinto, como los barcos de carga; Borges es lento –como la sabiduría, las higueras de la India, la buena sociedad argentina [...] Tú perteneces a la raza veloz –los rápidos como el colibrí (¡cuidado! es el pájaro de Huitzilopochtli).
Una carta de Paz, firmada en Delhi en agosto de 1966, contiene un extravagante párrafo obsesivo compulsivo dedicado a cantar –con una mano en la ironía y otra en la verdad– la velocidad cosmopolita de su amigo:
Eres un verdadero meteoro: un día entre los hiperbóreos; otro, entre los ecuos, samnitas, lingarinos, tirrenos y caudinos; otro más entre los gascones, alódragos, aquitanos, merovingios y otros gabachos; después reapareces entre los carajas, cayapos, páparos, caparachas, tamanacos y los célebres tentenelaire –para no hablar de los gelfes, cenetas, garamantas, muleques, cambujos, ochavones, calpamulos, canacas, gachupines, osmantíes, ugrios, cálibes, gépidos, hérulos, cancos, catos, canamanes, gomeles, antrigones, caparos, masienos, pésicos, cibarsos, secuanos, poblanos, taitas, leteos, texanos, cusitas, neoyorqueños, ostipersas, falsatenses y mexicanos...
Luego del atado de mapamundi, razas y gentilicios, Paz cierra con un remolino de jitanjáforas, jabberwockies y cortazarismos que festejan sus escritos veloces, vibrantes, valientes, variados y veros. Convin- céntricos y, en una palabra, palabrillameantes, sin nada dialectoso ni patriocraso, sin torrecismos ni hiperbodetismos, sin ayañezmos, salazuelas y demás mexipocresías. Franvura y branqueza en la falsitura preporreptante. ¡Y qué estiligente! Prosífico prolipoeta. Yo agravero tus generofraseos. Tú me estipremias y animulas.
Y sin embargo, la amistad se ahoga cada tanto entre raspones y silencios. Luego de la ruptura de 1988, en una triste carta a Pere Gimferrer, Paz evoca “la vieja y sincera amistad que me une (o unía, no sé) a Fuentes. Una amistad resignada desde hace años a sus intermitencias y a sus desapariciones”. Como treinta años antes frente a Bianco, Paz lamenta de nuevo que Fuentes haya sido un amigo “inconstante y escurridizo”.
¿Se publicará algún día esta correspondencia completa y bien editada? Ojalá. Sería aleccionador que las esposas de ambos escritores, Marie José Paz y Silvia Lemus, reconciliasen a sus maridos en la superior realidad de un libro. Sería un libro imprescindible para conocer mejor sus obras, sus afectos y tiranteces; un libro que, además, lanzaría luz necesaria sobre el atribulado tiempo que compartieron.
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