Las ideas sobre la literatura, como sobre cualquier arte, o cualquier aspecto de la vida, son muy diversas. Dependen en primer lugar de quién las emita; no es lo mismo la opinión de un conocedor que la de un inexperto, o la de un joven y la de un viejo, o la de un liberal que la de un conservador. Precisamente, de ese conjunto de ideas previas, conocimientos que posee quien expresa un juicio, surgen las mejores discusiones sobre la ciencia y el arte.
Óscar Wilde destacó por su inteligencia y brillantez, y por su notable descripción de la aristocracia y la nobleza, en la que se desenvolvía plenamente. Es más popular por su creación literaria, por ejemplo, por su famosísima novela El retrato de Dorian Gray, publicada originalmente como cuento, en 1890, y ampliada a novela en 1891. Así mismo, es el autor de una excelente obra de teatro, Salomé, cuya fuente bíblica es bastante bien conocida, y la cual fue prohibida su puesta en escena. Entre sus maestros se cuentan nada menos que Walter Pater y John Ruskin. Su vida sexual lo llevó al escándalo y murió, según dicen, en la indigencia y bastante joven.
Pues Óscar Wilde no sólo fue creador sino que también escribió algunos ensayos sobre estética. Uno muy estudiado es el titulado “La decadencia de la mentira”, en el que el rasgo metaficcional salta a la vista. Su estructura nos recuerda los diálogos de Platón, pero en el irlandés los dos personajes que dialogan llevan los nombres de sus hijos, Cyril y Vivian.
En este texto, Wilde sostiene –contra aquellos críticos que dicen que el Arte nos hace amar más a la Naturaleza–, que cuanto más estudiamos el Arte, menos nos preocupa la Naturaleza; que lo que el Arte nos revela es la falta de plan de la Naturaleza, su extraña tosquedad –recordemos que Wilde era un hombre fino en su vestimenta, aunque extravagante–, su extraordinaria monotonía, su carácter completamente inacabado. Sin embargo, alega que si la Naturaleza no fuera tan imperfecta, no existiría el Arte. Además –y quizá en esto tenga razón–, con una Naturaleza cómoda, la Humanidad no hubiera tenido la necesidad de inventar, por ejemplo, la arquitectura. Todo en ella, afirma Wilde, está supeditado, dispuesto, construido para uso y goce nuestro.
Él defiende la mentira en el Arte, explicaré por qué. Dice que contra los antiguos historiadores que nos presentaban ficciones deliciosas en formas de hechos, los novelistas modernos (una escuela de novelistas que aumenta a diario) nos presentan hechos estúpidos a guisa de ficciones, pues va directamente a la vida para todo, pero encuentran la vida cruda y la dejan sin cocer. ¿Y cuántos de nuestros contemporáneos no hacen lo mismo? Sin embargo, en literatura nos gusta la distinción, el encanto, la belleza. Si un novelista toma a sus héroes de la vida, no nos diferenciamos de ellos nada más que en pequeños detalles: la ropa, la religión, el físico, los gestos habituales y cosas así. Dice
que Shakespeare estuvo lejos de ser un artista perfecto, pues le gustaba demasiado inspirarse directamente en la vida, copiando incluso su lenguaje mundano. En todo caso, el autor debe crear la vida, no copiarla.
Lo único bello es aquello que en realidad no nos concierne. En cuanto una cosa nos es útil o necesaria, nos afecta de cualquier manera, por pena o por placer, o se dirige a nuestra simpatía, o es una parte vital del ambiente en que vivimos, está fuera del dominio del Arte (cuestión que ya había explicado ampliamente Schopenhauer).
Otro punto importantísimo, el cual comparto en su totalidad, es el que él menciona como un perfecto error: la modernidad de forma y asunto.
El Arte si inicia con una decoración, un trabajo puramente imaginativo y agradable; toma de la vida entre sus materiales toscos, la crea de nuevo y la vuelve a modelar en nuevas formas; conserva entre ella y la realidad la infranqueable barrera del bello estilo. Nos recuerda que el Arte antiguo tomó la vida a su servicio y creó una raza de hombres nuevos, cuyos dolores fueron más terribles que ningún dolor humano y cuyas alegrías fueron más ardientes que la del individuo corriente. Todo ello ornado con pedrerías de palabras maravillosas y enriquecido con una noble dicción.
Así, no ha habido gran dramaturgo que no reconociese que el fin del Arte es, no la verdad simple, sino la belleza compleja. La condición misma del Arte es el estilo. La Vida como material no debe ser confundida con un método artístico, porque luego se calcan los personajes directamente de la vida y se reproduce la vulgaridad hasta en los detalles más insignificantes. Estas obras son muy aburridas.
Por eso algunas corrientes artísticas como el romanticismo o la mitología griega han dado grandes obras, ya que al caer la oscuridad, la naturaleza es de un efecto increíblemente sugestivo y lleno de belleza, o como cuando del abismo salían los monstruos a voluntad del escritor. La Vida, concluye Wilde, adquiere, gracias al arte, no sólo la espiritualidad, la hondura de pensamiento y de sentimiento, sino también la turbación o la paz.
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