Primero van tres estampas de la dialéctica poder terrenal-poder espiritual:
--En la reunión entre los tres grandes en Yalta en 1945 para repartirse el mundo después de la derrota del fascismo, un invitado quiso asistir: el Vaticano. Cuenta la leyenda urbana que Stalin, sin pestañear, sólo dijo: ¿cuántas divisiones tiene el papa?
--A comienzos de 1979, con apenas unos tres meses de haber sido designado papa, Karol Wojtyla llegó a México como parte de una estrategia geopolítica sobre la guerra fría: el sistema político mexicano era considerado ateo y represor de la religión. Pero el entusiasmo que desbordó las calles conmovió al alto prelado, la reforma política de 1978 se le había adelantado y entonces prefirió el calor religioso. Por eso dicen que a México llegó el cardenal Karol Wojtyla y salió el papa Juan Pablo II.
--La real politik es casi siempre escabrosamente descarnada: la corrupción, la violencia, la crisis económica y todos los pecados del mundo en efecto son producto de debilidades de la fe y del materialismo humano, pero en la realidad representan más bien ejercicios dominantes del poder. Y como el mundo lo gobierna la economía, no pocos especialistas se preguntan que cuál es la moneda del Vaticano y dónde está su banco central para participar en la reorganización del deteriorado orden de Bretton Woods de 1944.
La visita del papa Francisco a México formaba parte de la geopolítica espiritual del Vaticano, no tanto por los problemas de la fe que existen pero que no son dominantes por los volúmenes de ciudadanos: encuestas recientes han señalado que los creyentes católicos en México han disminuido entre 10%-12% en los últimos diez años, aunque los mexicanos que participan en ceremonias religiosas han aumentado en correlación directa con la crisis de pobreza. La peor crisis actual de México no es de religión, ni económica, ni de pobreza (a pesar de ser extrema), sino de violencia. Pero la violencia no ha sido producto de un colapso de la fe en la aún mayoría católica nacional, sino una severa crisis estructural del sistema político priísta, del régimen de gobierno y del Estado nacional. Y no sin cierto cinismo, algunos expertos en temas de seguridad se preguntan: ¿cuántos sicarios tiene el Vaticano o cuál es su ejército transnacional para influir en la disputa decárteles del territorio nacional?
Es verdad que el materialismo sin fe es el camino más corto al infierno, pero la iglesia católica tiene más problemas hacia su interior que en su influencia espiritual: el mundo construido por el Concilio Vaticano II 1962-1965 con su aggiornamento o actualización de realidades se ha desmoronado, no sólo por el fin de la guerra fría sino por la fase de realismo espiritual que ha derrumbado las religiones convencionales y ha fortalecido las religiones fundamentalistas.
Los pilares fundamentales del catolicismo --la fe, la familia y el miedo-- han transitado a los creyentes justamente de la religión a la creencia: los derechos de las minorías sexuales, el aborto, la eutanasia que viene, los abusos sexuales de sacerdotes, la legalización del consumo de algunas drogas, el divorcio, la
disociación entre fe religiosa/realidad de explotación económica y el ecumenismo en el diálogo entre religiones ha debilitado al catolicismo porque ha destruido sus valores esenciales.
Ante ello, todas las religiones enfrentan la prueba de la realidad: el creyente que exige que la religión lo saque de sus penurias. En México se esperaba que algún discurso del papa Francisco encauzara una solución a la crisis de violencia, pero en el fondo la criminalidad responde a disputas por el poder terrenal, a la corrupción del sistema político y de gobierno y al acaparamiento de las riquezas fruto de la criminalidad. Y como ya no existe siquiera la amenaza de que los pecadores se van a ir al infierno por la eternidad, entonces la sociedad mexicana que padece en su cotidianeidad el efecto nocivo de la violencia quedará decepcionada con la visita del papa. La realidad mexicana a partir del jueves 18 de febrero será la misma que había antes.
El problema radica en el hecho de que la mayoría de los mexicanos conoce la ineficacia del sistema/régimen/Estado para resolver la crisis de violencia y entonces le queda la esperanza de que la religión le dé respuestas; pero la fe no mueve montañas sino que remueve espíritus, y los espíritus necesitan, para su convivencia terrenal, de un Estado hobbesiano --coercitivo-- para dominar a los grupos que viven de la explotación del prójimo. Sólo las religiones guerreras han podido mantener la cohesión social-espiritual.
El mundo seguirá necesitando de los consuelos de las religiones, pero la solución de los problemas se resolverá sólo por la dinámica de las clases sociales. Así como el dólar pudo mantenerse cuando pasó de moneda fuerte a una estrategia de diplomacia financiera, así el Vaticano necesita de una diplomacia religiosa más activa y coercitiva para contribuir a algunas soluciones. Pero la iglesia católica mexicana justifica al grupo criminal Los Zetas--“hermano Zeta”, dijo el padre Alejandro Solalinde hace poco-- porque supone que todos los enemigos del sistema/régimen/Estado son los buenos.
El Vaticano puede sacar lecciones políticas de la visita del papa Francisco a México más allá del calor humano conmovedor y la fe de los mexicanos, pero parece que a Roma le sigue haciendo falta una geopolítica mundial más activa si quiere evitar deserciones de creyentes que quieren soluciones y no espiritualidad.