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El Kiriarcado mexicano

El concepto empleado como título de esta columna pertenece a la teoría política feminista que describe así el patriarcado transversal y multiplicativo, capitalista y poliestructural. Nuestro país está constituido como un sistema social que multiplica la opresión, dominación, violación y subordinación en absoluto. Resulta pertinente para observar el enigma del caciquismo moderno que sigue siendo el verdadero dinosaurio de México y el principal lastre para la modernización democrática.

Más allá de concentrarse en unos individuos, géneros o constructos, el kiriarcado constituye una red de significados estructurales donde se genera y reproduce una cultura: la del abuso. Nociones como la de una República Mafiosa, Narcopaís o Estado Suplantado, se empalman con el neologismo arriba mencionado y coadyuvan a entender una cotidianeidad que inhibe el surgimiento de la democracia y la ciudadanía en países como el nuestro.

La visita de Mario Bergoglio ha confirmado, una vez más, el fracaso de las instituciones modernas y el triunfo de los poderes fácticos e invisibles. La Santa Sede es la embajadora del kiriarcado así como del fundamentalismo terrorista que implica el catolicismo integral intransigente. Sus productos: violencia extrema, corrupción, narcotráfico, prostitución y adoración del poder económico. ¿Es que existe alguna diferencia entre ISIS y el Vaticano?

Una leyenda de la guerra cristera relata que el Gral. Plutarco Elías Calles afirmaba: “Si en México hubiera democracia, el presidente llevaría sotana”. Y, a manera de modus vivendi, la clase política busca legitimarse a través de pactos con la Iglesia Católica. Los concordatos y simonías que se producen permiten la desinstitucionalización así como el gobierno de la informalidad prevaricadora. Podría pensarse que la alienación religiosa impide que la sociedad reaccione para luchar contra este tipo de dominación; sin embargo, el pueblo adopta la cultura y la reproduce en su entorno inmediato. En oposición a la idea de mexicanidad que tiene César Cansino, debe manifestarse que el país es excepcionalmente corrupto, agresivo, asesino, violador y criminal. La cultura priista no es otra cosa que la cultura nacional donde, inclusive, un Agustín Basave consciente de la esquizofrenia que implica un Torn Country, una Modernización Fallida, termina sucumbido a los oros del becerro. El kiriarcado no tiene lugar para el amor, respeto, la paz, libertad o igualdad. Una sociedad de mierda se merece un país de mierda.

Es claro que el Jefe del Ejecutivo mexicano lleva una sotana. La imagen de la recepción que la pareja presidencial hace a Mario Bergoglio alimenta dicha subjetividad no sólo porque el titular del Ejecutivo haya estudiado en una de las universidades representativas de la ultraderecha mexicana, sino porque la coincidencia entre la indumentaria de la Primera Dama y el Obispo de Roma obliga a repensar el kiriarcado.

Los debates feministas plantean que la perspectiva de género se encuentra más allá de la igualdad. Si no hay deconstrucción de nada sirve la equidad. No puede hablarse de liberación si las mujeres modernas son hombres con falda o mujeres con bigote. La ruptura al protocolo que se manifiesta como constante en el comportamiento de Angélica Rivera constituye un punto de admiración para un tipo de feminismo cuya convicción es impostarse un falo que les permita defenderse. Martha Sahagún o Carmen Romano también protagonizaron una influencia histórica. En ambos casos, y a pesar del poder que sus personas implicaban, ninguna hizo algo por cambiar el kiriarcado; más bien lo reprodujeron en una dimensión mayor. Ha sucedido algo semejante con las alternancias políticas, todos los partidos han gobernado bajo la égida de una cultura priista.

En una reseña que Victor Reynoso hace del último libro de Francis Fukuyama, señala el riesgo que implican los países altamente desinstitucionalizados como México. Más que el terrorismo, el riesgo para la seguridad mundial son los Estados Fallidos por las revueltas, rebeliones, enfermedades, corrupción y migraciones que puedan ocasionar. Este fenómeno está haciéndose notar en Europa y Estados Unidos. Las ideas xenofóbicas de los partidos políticos en aquellos países no son creencias o animadversiones gratuitas. Donald Trump puede parecer cómico, pero el realismo político de Samuel Huntington o George Friedman deberían impulsar a México a tomarse más en serio como Estado y a los mexicanos como ciudadanos.

Ricardo Alemán ironizaba sobre los milagros que la Santa Sede empezaba a generar por la redituabilidad electoral que su cercanía implica. La izquierda y el liberalismo jurídico priista han cedido a la simulación del modus vivendi con la Santa Sede y ello ponen en alto riesgo las conquistas del progresismo en los derechos humanos y el orden jurídico mismo. La corrupción del Estado laico no es otra cosa que la ausencia del Estado de Derecho. El gobierno, la ley y el orden no pueden sujetarse a los milagros. No obstante que Mario Bergoglio impulse, con toda su fuerza, la coherencia del Evangelio y el modo de vida, su admirable esfuerzo sólo transluce la inutilidad de la ética misionera. La escasa resonancia que su mensaje ha tenido al interior de la propia Iglesia Católica permite comprender lo que pasará en México. Nada. Es más probable que la situación empeore. En la película mexicana “Un Embrujo” hay una semejanza con dicha situación cuando el Gral. Lázaro Cárdenas visita a los estibadores en los puertos del Caribe y ordena que se mejores sus condiciones laborales. Cuando los trabajadores exigen que se cumplan las instrucciones del presidente, unos días después, cínicamente la clase política les responde que Cárdenas se ha marchado y nada va a cambiar. La Jerarquía de la Iglesia Católica en México, como la clase política, puede simular aflicción por los mensajes del Sumo Pontífice, cuando éste se vaya –como ha ocurrido siempre- no van a hacer nada. Son sibaritas del poder, el dinero y la corrupción. La kiriarquica república narcocaciquil no desaparecerá con Magníficas y Rosarios.

La ingobernabilidad que están generando los poderes fácticos en México requiere salvaguardar la seguridad nacional desde el exterior. Ha comenzado en España un revisionismo histórico de su transición democrática dadas las perspectivas de agotamiento que ha mostrado el sistema de partidos. Surgen voces críticas contra los personajes que encabezaron el Pacto de la Moncloa y tomaron las riendas en los tiempos en que los caudillos ya no existían y era necesarias la madurez y la pertinencia. Las voces críticas respecto de la transición cuestionan los acuerdos de los franquistas con los socialistas moderados para convertir a la nación ibérica en un bloque que detuviera la geopolítica del comunismo. De ahí que la moderación y la pertinencia de la política española llevara a la reedición de un canovismo que se disfrazó de democracia un largo período y permitió el crecimiento económico del país así como una sutil modernización. Afirman los críticos de la transición española que la moneda de cambio fueron las cuatro bases militares de Norteamérica así como la persecución de comunistas y separatistas. La visión romántica del proceso político de cambio democrático que configuraba la transición española como un paradigma para fundamentar los pactos, las teorías del perdón y los comportamientos conservadores, queda severamente dañada. La democracia española es producto de un acuerdo militar entre Francisco Franco y los Estados Unidos.

No obstante la visión negativa que se tiene al respecto, valdría la pena conceder beneficios a un proceso semejante en latitudes como la nuestra. Es indiscutible la importancia geopolítica que tiene un país como México para los Estados Unidos. El intervencionismo así como la constante vigilancia en diversas etapas de la historia nacional, comprueban que la condición mexicana puede atemorizar en cualquier instante al gigante norteamericano. El riesgo que representaban el comunismo y el terrorismo, puede traducirse ahora al que significa el narcoestado.

Quizá es el momento de reconocerlo abiertamente. O México se pone a desarrollar bombas atómicas y pacta con los musulmanes o norcoreanos –lo cual suena más ridículo que imposible- o se les abren los espacios a los norteamericanos que, de todas formas, ya los han tomado. La primera gran base militar norteamericana es la Armada Nacional de México.

Es cuestionable pensar que las bases militares norteamericanas en España fueron el sostén de la transición; empero, de algo debieron de haber servido. Colombia es el país con mayor número de bases militares norteamericanas y las cosas no han mejorado. Aunque debe reconocerse que el deterioro se ha detenido. Si la ruta mexicana sigue por los caminos de Estados Fallidos, no habrá esfuerzo norteamericano ni mexicano que detenga la hecatombe. Aún cuando Donald Trump ganara la primera magistratura estadounidense y fortaleciera el muro fronterizo, la cercanía de un vecino violento y problemático constituye un verdadero riesgo para la seguridad nacional de Norteamérica. Las bases militares permitirían una regulación más oportuna del narcotráfico, el lavado de dinero, la trata de blancas, la exportación de mano de obra barata, el cuidado de los minerales y recursos naturales. Y, sobre todo, el control real de la clase política y religiosa de México. Algo que a los propios mexicanos les resulta imposible.

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