Más de cien días después de las elecciones el escenario político parece paralizado. La ciudadanía se debate entre el hastío, la irritación y la incredulidad por la actitud de los diversos responsables políticos. El ambiente, además, está impregnado por la pestilencia creciente y cada vez más insoportable de la corrupción que corroe al Partido Popular.
La parálisis, el estancamiento político, es lo que percibe la ciudadanía, pero éste es −quizá− más aparente que real, porque los contactos y las negociaciones entre las diversas formaciones políticas se están desarrollando mayoritariamente fuera de los focos mediáticos. Por una parte el miedo a agudizar los problemas internos [singularmente en el PSOE y en Podemos], y el horror a defraudar a un electorado al que posiblemente se le convocaría a nuevas elecciones, hace que todos anden con pies de plomo a la hora de mover piezas en la interminable partida para la constitución de un nuevo gobierno. Circulan rumores y filtraciones interesadas en beneficiar a unos y denigrar a los otros; tertulianos y columnistas aportan análisis y valoraciones con más opinión que información contrastada. Todo está redundando en que la ciudadanía evidencie síntomas de fatiga política que eleva los índices de cabreo para con los representantes partidarios.
Estos parecen ser inasequibles al desaliento. Todos repiten varias veces al día −en cada ocasión en la que los medios de comunicación se lo permiten− las mismas ideas de su argumentario más simple y vacuo. El PSOE habla de liderar el cambio y de exigir apoyos a derecha e izquierda, Podemos insiste en que está dispuesto a ceder y a pedir a los demás que cedan también, y Ciudadanos dice que malo sería tener que repetir elecciones, pero peor elegir un mal gobierno. Cansa y mucho leer la prensa o seguir los informativos de radio y televisión. Todo está dicho. Los dirigentes informan de lo que le van a decir a sus adversarios mañana, lo que hace que esos adversarios les cuenten a los medios lo que responderán cuando les digan lo que les han anunciado que les van a decir. Es una especie de juego infantil en el que parece que el que primero que ceda pagará los costos de haberlo hecho.
Algo, no obstante, como decíamos, puede estar moviéndose en el triángulo que forman el PSOE, Podemos y Ciudadanos. Hay que continuar atentos a las noticias, por pesadas que resulten. A ninguno de los tres les interesa repetir los comicios. El anuncio de Pablo Iglesias de consultar a sus bases un posible acuerdo más alejado de lo deseable de su programa de máximos puede ser una señal: así se buscaría el visto bueno de la militancia antes de firmar algo no previsto inicialmente. También el PSOE dice ahora que, si se introducen modificaciones de calado en el pacto con Ciudadanos, serían llamadas a opinar las bases del partido. Incluso los de Albert Rivera han matizado
algunas de sus negativas más intransigentes a una hipotética colaboración con los otros.
El Partido Popular, sin embargo, no juega a nada. Nada se mueve en la madrileña calle de Gñenova. Es realmente extraordinario que Mariano Rajoy continue −más de 100 días después− sin hablar con nadie, sin sumar ni un apoyo y sin dejar de repetir la letanía de abogar por un pacto con el PSOE que –eso dice Cospedal, la Secretaria General, y sabe que miente− permitiría formar gobierno en veinticuatro horas. En el PP si que hay una parálisis total y absoluta.
Lo que está haciendo Rajoy al frente del gobierno es ya más que preocupante. Se ha refugiado en la gestión ordinaria [lógico por estar en funciones], pero no hace nada más, ni siquiera acepta dar explicaciones de esa gestión al Parlamento desde una interpretación pueril de la Constitución. Claro está que por mucho que Rajoy permanezca inmóvil y de perfil el mundo no se para.
España ha incumplido el compromiso de déficit pactado con la UE, y Bruselas parece dispuesta a exigir al próximo gobierno más y más recortes en las cuentas públicas. El PP que desacreditó al Comisario Europeo Moscovici cuando anunció que las previsiones de desfase españolas eran erróneas, ahora dice que todo es culpa de las autonomías. En paralelo, el Banco de España rebaja las previsiones de crecimiento, lo que el Gobierno desmiente con poca convicción. Además, la falta de claridad política está perjudicando la inversión exterior y, paralelamente está afectando a la presencia del Reino de España en el escenario internacional. Ni está ni se le espera en la Unión Europea que padece el desafío secesionista británico y la amenaza diaria del terrorismo islámico, ni en América Latina o en el Magreb escenarios políticos y económicos calientes en este tiempo. Rajoy proyecta su incapacidad y su aislamiento que resulta de su desinterés por la política exterior. Las imágenes de su asistencia a las reuniones internacionales son patéticas. Ni habla ni entiende el inglés, lo que hace que no pueda comunicarse con sus pares sin intérprete. En los plenarios no hay problema gracias a la traducción simultánea; pero en los corrillos, las negociaciones entre líderes y en los recesos de las reuniones, Rajoy está tan aislado y solitario que da vergüenza ajena ver las imágenes de los informativos. Lo único que le faltaba era estar en funciones y, a ojos de cualquier colega europeo, políticamente muerto.
Paralelamente, la pestilencia de la corrupción estructural que existe en el PP es ya insoportable. Esta semana dos empresarios acosados por la Fiscalía han accedido a reconocer sus delitos, a cambio de que se les aplique la atenuante de “confesión tardía de los hechos". Se ha reconocido por primera vez la financiación irregular del Partido Popular. Financiación a cambio de
concesiones de obras, con mordidas, sobrecostes y falseamientos varios. Todo huele a podrido en ese partido. Absolutamente todo. Las causas por corrupción lo han convertido en una organización criminal a la que más temprano que tarde alcanzará la justicia.
La mayor parte de la ciudadanía, según dicen las encuestas, no entiende que los partidos de oposición no colaboren para jubilar a Rajoy y mandar a su partido al ostracismo durante una buena temporada.