Cuenta la leyenda que un maestro de música, cansado de dos alumnos que preguntaban cosas todo el día, les dijo un día que nunca llegarían a ningún lado con sus canciones. El maestro les estaba hablando a Paul McCarthy y John Lennon, que estaban en la misma clase en secundaria. Esta situación es común dentro de un salón. Los maestros y maestras de arte maltratan y menosprecian a sus alumnos y alumnas todos los días.
En las aulas donde se estudia matemáticas, o ciencia, o cualquier otra materia, se alienta al alumnado por sus logros sin importar lo pequeño que estos sean. En el salón de arte no sucede lo mismo.
Si el maestro se concentra en la técnica, entonces cualquier resultado del talento propio, será amputarlo desde la primera clase. Si una maestra se concentra en “lo espiritual” o “el talento” lo más probable es que sólo enseñe a los que considera talentosos y la técnica, un camino para lograr sobresalir, será ignorada por completo. Este es tanto el problema de la educación pública en México como en Estados Unidos.
Como resultado, no existe la esperanza de que un artista reconocido sea maestro. Su experiencia personal no tiene espacio dentro del currículo educacional. Lo que sucede es que existe una desconexión entre la realidad artística y lo que sucede dentro de un salón. Me temo que el distanciamiento del “mundo real” existe en todas las materias, pero se acentúa en las clases de pintura, música, teatro, y creación literaria.
Como nos dedicamos a educar artistas y no público, las masas no se encuentran capacitadas para la “apreciación” cultural. En esta ocasión no me refiero al marco de valores dentro de la cultura, sino a que el magisterio no tiene como fin enseñar apreciación musical, o cómo comportarse al ir al teatro, o como adquirir el gusto por la lectura, o cómo asistir a un concierto de la sinfónica, o cómo reaccionar ante una pintura, no digamos, de cómo leer un poema. El sistema educativo no tienen otro fin más que el de producir. Se les olvida que para crear una obra de arte, se tiene primero que apreciar y entender, lo que lo hace especial.
La reflexión no es parte de la disciplina, la apreciación no es parte de la elaboración. Se nos enseña a dibujar, pero no a reconocer un buen dibujo. Se toma como un hecho que se aprecia algo porque se produce. Nada hace más daño a un artista.
En los concursos de aficionados, se reconoce a un cantante con “talento” pero ni siquiera se habla de su técnica. Se trata de ver quien canta menos mal. Inclusive, los que juzgan son otros artistas que en su mayoría no saben una partitura musical. Esto refuerza la “imagen” romántica que tenemos del artista. Olvidamos que la técnica, las relaciones personales, las posibilidades económicas, y el conocimiento del mercado son los que mantienen a un artista trabajando.
Juan Gabriel, por ejemplo, se le dibuja como una cantante que se hizo solo. No fue a la escuela, ni estudió, y llego a ser artista internacional por su “talento” puro. Pero poco se habla de su trabajo incansable para lograr mejores técnicas musicales, del uso de los adelantos técnicos en el estudio de grabación y de su cientos de horas bajo los mejores
maestros musicales. (Sólo googleen al arreglista Eduardo Magallanes Calva para entender que Juan Gabriel no es un improvisado.)
No es extraño que cuando me dicen que quieren aprender a tocar el piano, se desanimen cuando les digo que tienen que aprender a leer notas y un poco de técnica. Igual pasa en las escuelas. El énfasis está en el producir, y producir.
El talento no se puede enseñar, ni juzgar, pero la técnica que es el motor del talento. Lamentablemente, son pocos los maestros a quien interesa formar las dos cosas.