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Sobre el pesimismo

Toda obra literaria –y todo escrito si está bien elaborado– muestra una visión de la vida. En los textos (trátese de una novela, un poema o un drama) pueden detectarse la forma de pensamiento del autor y su idea de la historia, por supuesto, a través de la voz de sus personajes. También es fácilmente calificable de optimista o de pesimista una expresión artística, sin olvidar que la emisión de tal juicio sobre las obras es de carácter subjetivo, como lo planteó Kant, aun cuando dicho juicio aspire a ser universal.

Define el diccionario el pesimismo como la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto desfavorable, en su primera acepción; en la segunda, como una doctrina que insiste en los aspectos negativos de la realidad y el predominio del mal sobre el bien. Por otra parte, su definición del término contrario, el optimismo, es la siguiente: la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable, y doctrina que atribuye al universo la mayor perfección posible. Como lo pueden demostrar de inmediato los pensamientos del lector, estamos ante un espectro cuyos extremos son los conceptos mencionados.

Esto viene a cuento porque tres de mis autores preferidos son profundamente pesimistas: Arthur Schopenhauer (1788-1860) –tendencia que después vemos en Friedrich Nietzsche (1844-1900) y León Tolstoi (1828-1910), incluso en Jorge Luis Borges (1899-1986)–, José Saramago y Quino, el creador de la famosa Mafalda.

Quiero recordarles algunas de las frases pronunciadas por el filósofo alemán, en las que es posible detectar su idea del mundo:

“La felicidad es solamente la ausencia del dolor”.

“La vida es sólo la muerte aplazada”.

“El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales”.

“A excepción del hombre, ningún ser se maravilla de su propia existencia”.

“Hay seres de los que no se concibe cómo llegan a caminar sobre dos piernas, aunque eso no signifique mucho”.

“La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”.

“Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para brillar”.

“Pocas veces pensamos en lo que tenemos; pero siempre en lo que nos falta”.

“Se dice que la maldad se expía en aquel mundo; pero la estupidez se expía en éste”.

Tenemos también palabras del portugués José Saramago (1922-2010), que incomodan y que nos obligan a buscar argumentos para justificar nuestra conducta:

“Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”.

“Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal”.

“No creo en dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en dios, no lo necesito y además soy buena persona”.

“Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio. Que es bueno para mi salud. Pero nunca he escuchado a nadie que le diga a un deportista; tienes que leer”.

“Para qué sirve el arrepentimiento, si eso no borra nada de lo que ha pasado. El arrepentimiento mejor, es sencillamente cambiar”.

“El éxito a toda costa nos hace peor que animales”.

“No es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo”.

“Yo no escribo por amor, sino por desasosiego; escribo porque no me gusta el mundo donde estoy viviendo”.

“El poder real es económico, entonces no tiene sentido hablar de democracia”.

“Si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada”.

“Espero morir como he vivido, respetándome a mí mismo como condición para respetar a los demás y sin perder la idea de que el mundo debe ser otro y no esta cosa infame”.

“De esa manera estamos hechos, mitad indiferencia mitad ruindad”.

Por último, el pesimismo cargado de ironía también se encuentra en las famosas viñetas de Quino, Joaquín Salvador Lavado Tejón (1932).

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