Para todo fin práctico Donald Trump ha conseguido la nominación del Partido Republicano como candidato a la presidencia de Estados Unidos en las elecciones del próximo noviembre. Los delegados que aún le faltan los conseguirá en las primarias restantes hasta el 7 de junio. La convención de ese partido habrá de ratificarlo, o bien, provocar una ruptura interna cuyas repercusiones no pueden estimar los líderes republicanos.
Son estos líderes los más acalambrados con el proceso de elección que está en curso y el éxito de Trump, que dejó fuera poco a poco a los otros 16 aspirantes a la nominación.
Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, figura prominente del partido y quien encabezará la convención, expresó ese acalambramiento hace unos días cuando dijo públicamente que no estaba preparado para respaldar a Trump como el candidato. Apeló a los principios del partido que no ve encarnados en el candidato y en la necesidad de que pueda unir al partido. El caso es que los votantes en las primarias le han dado a este más 10 millones de votos hasta ahora.
Quienes respaldan a Trump siguen el estilo tosco y factual del recién convertido en figura política y claman por el reconocimiento de su triunfo en las primarias. Quienes se oponen a él no pueden más que admitir su éxito, pero no aciertan a armar un escenario interpretativo congruente con las formas tradicionales del análisis político en ese país.
Lo que es evidente es el rechazo de los electores republicanos a los políticos tradicionales que operan desde Washington, del color que sean. Trump y Sanders (a pesar de ser un senador) simbolizan ese rechazo y algunos de sus argumentos tienden a coincidir desde la derecha y la izquierda, como ocurre con las críticas al libre comercio.
El caso Trump exhibe esa ruptura con el núcleo de los intereses que controlan tanto el gobierno como la oposición. Habrá de reconfigurarlo según sus propias inclinaciones y los apoyos que consiga. Se extiende, así, la brecha abierta entre los políticos profesionales y los ciudadanos en todas partes, como sucede en la Unión Europea y en México.
El voto popular no define al ganador de las elecciones en Estados Unidos, lo hacen los votos emitidos en el Colegio Electoral, se necesitan 270 para ganar las elecciones. Ese Colegio está compuesto por 538 electores que dan su apoyo a uno de los candidatos en función del voto de los ciudadanos. Se puede
llegar a la presidencia sin tener más de 50 por ciento del voto popular; diez hombres han ganado así, entre ellos Bill Clinton con 42.9 por ciento en 1992, y George Bush II con 47.8 en 2000.
La elección de Trump no está asegurada, y al parecer los líderes republicanos estiman que no recuperarían el control del Ejecutivo e incluso perderían a mayoría en el Congreso con este candidato. Pero con lo ocurrido en las primarias habría que estar preparado para cualquier resultado.
En el caso de Estados Unidos no se trata solo de un asunto interno. Según lo que ha dicho Trump, como presidente alteraría de raíz aspectos claves de la política, las relaciones internacionales y la gestión económica, con gran impacto en la situación internacional. Y a quienes han votado a su favor, no parece importarles. Quieren muro en la frontera, proteccionismo comercial, y aislacionismo en términos militares; promueven valores conservadores que se alejan del modelo vigente entre los republicanos tradicionales y los ideólogos cercanos al partido. Marco Rubio, la estrella ascendente del partido duró muy poco, y Cruz, más fundamentalista que el resto de los aspirantes, también fue desechado.
Podría decirse que las condiciones del mundo admiten muchos cambios del statu quo, sobre todo con las hondas repercusiones de la crisis de 2008 y la imposición de un estancamiento crónico en la economía. Además están los efectos de la guerra en Medio Oriente y África del Norte, que generan el desplazamiento de millones de personas hacia Europa y la extensión del terrorismo. Entonces, habría que ir definiendo los escenarios posibles.
Aquí entra de modo relevante el caso de México. Trump no se ha contenido en sus ataques a la relación que existe entre ambos países. Ha postulado la migración, el comercio, el financiamiento como una pérdida neta para Estados Unidos.
Amaga con construir un muro para frenar las corrientes de personas que pasan ilegalmente; de alterar los acuerdos del NAFTA (lo que está previsto en el acuerdo bajo ciertas condiciones); de imponer aranceles a los productos exportados desde acá y sanciones a las empresas de allá que trasladen su producción (el caso de Carrier, que produce aires acondicionados hacia Monterrey es ilustrativo).
Sí, es una propuesta altamente aislacionista y de naturaleza populista, y el hecho es que por ella han votado mayoritariamente los electores republicanos en las primarias. También muchos demócratas que apoyan a Sanders y retrasan la prevista elección de Hillary Clinton como candidata.
El gobierno mexicano necesita un plan coherente para enfrentar a un posible presidente Trump. Es una responsabilidad política y económica, aunque no se crea que ocurrirá. Los ajustes en la diplomacia que
se han hecho, como un nuevo embajador en Washington y un subsecretario de Relaciones Exteriores, no son suficientes.