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Orlando: otro 9/11, religión y la pequeñez de Trump y Hillary

El ataque contra civiles en un bar gay de Orlando la madrugada del domingo atrapó a la comunidad de inteligencia y seguridad nacional de los EE.UU. con los dedos en la puerta. Pero hay un dato revelador: el atacante hizo una llamada inexplicable al teléfono de emergencias para dar su mensaje y este dato pudiera confirmar el dato secreto de su agresión.

El teléfono estadunidense de emergencias es el 911, pero ese número fue una clave usada en los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres gemelas con aviones secuestrados. Así, el teléfono 911 sería el recordatorio del 9/11 del 2001, hace simbólicamente quince años. Las agresiones en Orlando serían asimismo la evidencia de que luego de tres lustros el terrorismo islámico volvió a ingresar a territorio estadunidense a aterrizar a la población, después de que George W. Bush lo territorializó en el medio oriente con los ataques a Irán y Afganistán.

Y con dos datos más: el de Orlando sería el primer ataque del islamismo terrorista contra una minoría sexual, más allá de las respuestas militares, a un año de la legalización en los EE.UU. de matrimonios gay y en medio de las celebraciones festivas.

La interpretación de los ataques en Orlando atrapó a los analistas fuera de forma. El discurso retórico de tolerancia con el islamismo del presidente Obama había permeado y relajado en el establishment de la comunidad de analistas oficiales y periodísticos. Obama y Hillary Clinton habían hecho esfuerzos por mantener la campaña presidencial lejos del conflicto del terrorismo islámico, Obama por su cercanía al islamismo y Clinton por su guerrerismo impulsivo.

En este sentido, el más claro análisis de lo ocurrido fue publicado ayer lunes en el The Washington Post: “La nueva normalidad: cuando la tragedia ataca, los estadunidenses permanecen divididos”, escrito por la periodista Karen Tumulty, y el dato es mayor por el hecho de estar escrito por una mujer. “Las ansiedades del país se han vuelto a encender” y el miedo ha regresado a las casas de los estadunidenses, “tenemos que encerrarnos de nuevo”.

El problema de la circunstancia es peor: “desde el 9/11 no se había traído a toda la nación un momento como éste. Desde entonces, la calamidad perece sólo para empujar a la izquierda y a la derecha a mayor separación, mientras la fe en las instituciones se deteriora más”.

Cada quien lleva agua a su molino: Obama hacia su agenda fracasada del control de armas, Trump dice que la tragedia confirma su propuesta de cerrar la puerta a los musulmanes y Hillary extiende sus alas de halcón para justificar su política guerrerista en el extranjero.

El peor peligro, recuerda Tumulty, es politizar demasiado el dolor de una nación. Y tiene razón: George W. Bush inventó inteligencia, con la complicidad del premier inglés Tony Blair, para apanicar al mundo con una supuesta compra de uranio por Sadam Hussein y a partir de ahí invadir Irak y Afganistán en una guerra cruel, criminal y potenciadora del terrorismo, cuyo efecto se advirtió en Orlando.

Tumulty descubre tres temas de seguridad: un hecho criminal, religión en temas sexuales y un acto terrorista. Y tres temas de la cultura y política estadunidense: derechos de homosexuales, control de armas y pánico social en los estadunidenses.

Lo que queda de nueva cuenta es el hundimiento de la sociedad estadounidense en el pantano del pánico social como en tiempos de Bush.

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