¿Quién no ha oído hablar de la hermosa muchacha tratada como sirvienta, casi esclava, que tiene que atender a su madrastra y a sus hermanastras? Sí, efectivamente, se trata de la Cenicienta, el clásico cuento de Charles Perrault; y como muchos de ustedes saben, el francés recogió ése y otros cuentos de la tradición oral, fijándolos pero también suavizándolos, para quitarles lo áspero, lo crudo de las historias. Así consiguió presentarlos como cuentos infantiles.
Perrault escribió esos relatos cuando contaba con 55 años, y los título Cuentos del pasado; sin embargo, pronto se conocieron como Cuentos de mamá ganso porque la portada tenía la ilustración de una gansa. Se publicaron en 1697. Su característica moral los convirtió en lecturas para niños, pues si ustedes los han leído, se habrán dado cuenta que al final de cada uno aparece una moraleja. Además, ése es su público más idóneo, ya que en las historias aparecen hadas, ogros, animales que hablan, así como brujas y príncipes encantados.
El francés registró en tales relatos costumbres de su época, en la que la mayoría estaba inconforme con su situación y, para dar esperanzas a la gente en un período histórico, por lo regular incluía finales felices en sus escritos. Eso es precisamente lo que explica Iser, que las obras literarias se nutren de los sistemas vigentes; que son una combinación de normas extratextuales y de repetición de elementos de la literatura precedente, lo cual constituye el horizonte, el marco situacional para el diálogo entre texto y lector. Así, la ficción reposa en su función, misma que permite entender la relación de comunicación entre ficción y realidad.
Pero resulta que, aunque es la versión más conocida, no es la más antigua. Antes que Perrault (1628-1703) ya había llevado a cabo un trabajo monumental Giambattista Basile (1570-1632). El italiano incluyó “La gatta cennerentola” entre los 50 relatos de su gran obra titulada Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille (El cuento de los cuentos, o el entretenimiento de los pequeños), en cinco tomos, y que posteriormente fue conocida como Pentamerón, porque se cuentan durante cinco jornadas.
Andando el tiempo, en el siglo XIX los hermanos Grimm, Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), también crean su propia historia incluida en el libro titulado Cuentos de la infancia y del hogar, en dos volúmenes, publicados en 1812 y 1815, respectivamente. Colección que ampliaron en 1837 y 1857. Por supuesto, la variación de los hermanos Grimm está modificada, aunque tiene mucho en común con la francesa y la italiana. Ellos no pensaron inicialmente en un público infantil y sus textos, como buenos filólogos y folcloristas, estaban plagados de eruditas notas a pie de página.
Como dijo Aristóteles, los buenos escritores retoman las historias ya existentes y les dan un nuevo y buen tratamiento. Eso hicieron los autores mencionados antes, pues tal historia se remonta a la antigüedad clásica, sólo que entonces nuestro personaje se llamaba Ródope. Se cree que proviene de Egipto. También Herodoto y Estrabón la narran a su manera; el primero la ubica en Samos, que fue compañera de esclavitud de Esopo y que fue liberada por un hermano de Safo, y que después se hizo rica porque se dedicó a la prostitución. Cinco siglos después, Estrabón coincide en algunos puntos con Herodoto, pero en él ya se habla de que ella pierde uno de sus calzados, a través del cual la encuentra un monarca egipcio y se casa con ella.
Hay otras variaciones, una del romano Claudio Eliano (175-235), otra china y una más vietnamita. En las variaciones, como en la música, se tiene un esqueleto, una serie de motivos que reaparecen y que permiten al receptor reconocer la historia de la que se le habla. En este caso es fácil enumerar tales motivos: la mujer joven, bella, criada, uno de cuyos hermosos zapatos pierde y llega a manos de un hombre, príncipe, monarca, soberano que se casa con ella y terminan siendo felices.
Esta historia, como otras de la literatura clásica, dio pie al síndrome o complejo de la Cenicienta. Normalmente se le aplica a algunos niños huérfanos y luego adoptados o a mujeres jóvenes, bellas y sumisas. Los primeros describen falsas acusaciones acerca de ser maltratados o descuidados por sus madres adoptivas; y las segundas, a pesar de sus rasgos positivos, no son ni fuertes ni independientes, y por lo regular son ‘rescatadas’ por un hombre.
Existen otras variaciones más allá de la literatura, como La Cenerentola, o La bontà in trionfo (1817), una ópera cómica de Gioachino Rossini (1792-1868). En su muy reciente obra, The Seven Basic Plots, Why we tell stories, Christopher Booker agrupa los temas tratados en la narrativa en siete grandes conjuntos: Overcoming the monster, Rags to riches, The quest, Voyage and return, Comedy, Tragedy, Rebirth. Éstas, podríamos llamar, parcelas básicas –escenarios– que sirven de trasfondo, de razones para contarnos historias, tienen que ver con nuestros sueños y temores. El segundo grupo se relaciona con el deseo de la mayoría de la gente: que la suerte dé la vuelta para ponerse de su lado, sobre todo, cuando su vida es infortunada, precisamente como en la Cenicienta.