El cálculo en Los Pinos para el recambio generacional y político en la presidencia del PRI partió de la realidad del agotamiento de la vieja clase política. El ascenso de Manlio Fabio Beltrones, su operación ajustada a los deseos presidenciales y el fracaso electoral en la pérdida de siete gubernaturas el pasado 5 de junio evidenció el fin del PRI histórico.
Desde 1976, el PRI ha debatido entre dos corrientes en tensión dinámica y en situación de suma cero: los políticos y los tecnócratas, el populismo histórico y el neoliberalismo de mercado.
Lo que De la Madrid, Salinas y Zedillo intentaron sin éxito se presentó para el presidente Enrique Peña Nieto como el alineamiento de las reformas modernizadoras de corte neoliberal sin el obstáculo de la vieja clase política. De ahí el salto cualitativo de Beltrones a Enrique Ochoa Reza, con una tibia protesta de algunos viejos cuadros del priísmo de masas.
Pero el cambio estructural en el PRI tiene poco tiempo para descubrir, construir y consolidar a los nuevos votantes, toda vez que las elecciones federales del 2015 y las de gobernadores del 2016 revelaron una fuga de electores. En Los Pinos están desentrañando el misterio: no votaron por las figuras del PRI o fue un voto de protesta contra el costo social de la modernización neoliberal.
En la pugna políticos-tecnócratas De la Madrid resistió el acoso de los populistas y echó a Cárdenas del partido, Salinas no pudo administrar la competencia Colosio-Camacho y al final puso a Zedillo, Zedillo prefirió entregar la presidencia al PAN y no a los populistas y ahora Peña Nieto encara el dilema del relevo de clase política en el PRI o regresar el viejo populismo.
El PRI se enfrenta a la realidad revelada en las últimas elecciones: el voto duro-leal-mínimo del PRI cayó de 70% en los ochenta a 25% en este año. Frente a ello, al PRI le queda como ventaja la existencia de un sistema de partidos competitivo en el que el 75% restante se fragmenta entre cuatro fuerzas: PAN, PRD, Morena y un poco para independientes.
Las presidencias priístas de Humberto Moreira, César Camacho y Beltrones eludieron la necesidad de una gran reforma del PRI y el nuevo presidente Enrique Ochoa Reza tiene la tarea de fundar el PRI como partido para el proyecto neoliberal de nación. El dato mayor indica que en el 2000 Zedillo sí alentó la alternancia y ahora Peña Nieto no la quiere, aunque al final los proyectos de desarrollo del PRI y del PAN son los mismos y de ahí la tersura en alternancias y el aval de la estructura capitalista a la alternancia; y ante adversidades, el neoliberalismo estructural preferirá otra vez la alternancia al PAN para evitar el regreso del populismo priísta con López Obrador.
El problema del PRI de Peña Nieto podría ser el mismo de Salinas de Gortari: la inexistencia de una nueva clase política. Los jóvenes tecnócratas que llegaron con Salinas no supieron resistir las tentaciones del populismo y de la carrera partidista; y los jóvenes promovidos por Peña Nieto se ahogaron en la corrupción y la ineficacia.
De ahí la misión imposible de Ochoa Reza: mantener la subordinación presidencial, justificar los efectos negativos en lo social de las reformas --alzas en luz, por ejemplo-- y buscar nuevos votantes racionales que acepten el sacrificio social para que el PRI gane el Estado de México y la presidencia 2018.