Hace pocos años, del Vaticano emergió de entre las cenizas la noticia de un decreto papal con el cual se canceló la existencia del limbo. Unos aplaudieron, otros no entendieron y la mayoría de los interesados en asuntos de esa naturaleza, ni siquiera se enteró. Con o sin anuencia de la jerarquía, mi situación actual es de “individuo en situación de limbo”.
Al momento de comenzar a escribir este párrafo, cumplo mi enésimo día sin conectividad a la internet. Si usted ha llegado hasta esta parte de la lectura, significa que el problema se ha resuelto, al menos de manera parcial. En la época de la modernidad líquida, como la ha definido el sociólogo polaco-británico Zygmunt Bauman, estar fuera de la red, es como dejar de existir; no implica la muerte, pero no significa vivir… “ni soy de aquí, ni soy de allá”, dijo el indeciso Facundo. Lo mío no se debió a una paradoja a la hora de elegir el camino a seguir, sino a la confianza en las instituciones públicas y privadas. Antes de que se me tache de ingenuo o de pendejo, habré de explicar la anterior afirmación y si aun así no hay un cambio en su percepción, ni modo.
Mi vena nómada se alborotó y he cambiado de domicilio. Debe convertirse uno en albañil, herrero, fontanero, electricista, pintor, yesero, techero, carpintero, jardinero, azulejero, pulidor y cargador o pagar para que alguien haga el trabajo que uno no puede o no está dispuesto a hacer. Además, debe estar pendiente de que conecten el agua, la electricidad, el gas… ¿y la intenet? También.
Ha sido un trabajo arduo, con algunos obstáculos, con ciertos plazos no cumplidos, ha habido palabras no respetadas, trabajos vueltos a hacer por problemas en su ejecución y cosas por el estilo que siempre forman parte de una mudanza y entre quien cuenta con recursos limitados para tal fin. Sin embargo, hay satisfacciones y ya casi puede verse la luz al final del camino. ¿Y la internet? No la han conectado…
-Señorita, buenas tardes. Me cambiaré de casa y quiero tramitar el cambio de domicilio en el servicio de internet.
-Debe traer su número de contrato, su identificación oficial y un recibo de servicios en el nuevo domicilio.
¡Vaya! Al menos no me pidió la identificación y huella genital del perro, porque ni mascota tengo.
-Todavía no me muevo, señorita. Deseo saber cuánto tardan en hacer el cambio a partir de la solicitud, porque no quiero quedarme sin servicio en la casa vieja, ni llegar a la nueva sin que lo haya.
-Ah, no se apure. Al día siguiente de que usted haga la solicitud se hace el cambio.
-¿De un día para otro? ¡Guau! Me parece increíble.
Confiado en la voz de las empresas socialmente responsables, de los servicios que han llegado a proporcionar la modernidad en la era de la información y de ya varios años de mover a México, seguí la recomendación y solicité el cambio un día antes de la mudanza. ¡Craso error!
Me atendió una mujer malencarada, que ya desde que discutía con el cliente anterior desbordaba prepotencia e intolerancia al universo todo. Al medio día que llegué a la oficina, ya tenía yo más de ocho horas de friega continua para lograr el cambio. Yo iba sudado, sin rasurarme, hambriento y con
ganas de ir a dormir un buen rato. Al ser llamado para la atención de la señorita X, simulé mi mejor sonrisa y, papeles en mano, me acerqué de la mejor manera.
Primero me amenazó que si no llevaba todos los requisitos, no sería posible dar entrada a mi trámite. Saqué mi credencial para votar (de algo sirve la desgraciada), el recibo más reciente del agua y el número de mi teléfono con todo y clave lada. Estiré la mano e intenté entregarlos en la suya propia, aunque con una seña me ordenó que se los dejara sobre el escritorio.
-Ah, pero usted ya debe estar informado que este cambio le costará chingocientos pesos, señor.
Ya medio en tono mamón, cosa que no se me da mucho, saqué mi cartera y le dije: -¿Se los pago aquí o debo traerle un recibo de la caja de cobro?
-¡No! Se verá reflejado en su próximo recibo.
Siguió tecleando en su procesador. Me preguntaba entre qué calles está el nuevo domicilio, que si estoy dispuesto a recibir los mismo servicios o quiero cambiar y ya no recuerdo qué otras pendejadas. Concluyó diciendo que en un lapso de cuatro a diez días hábiles, un técnico se comunicaría conmigo para hacer el cambio. Fotocopió los documentos, escribió algo en ellos y me dijo que ya estaba en marcha el cambio.
-Muchísimas gracias, señorita. ¿Sabe? Me cambio mañana y no me gustaría estar tanto tiempo sin servicio de internet, ¿hay alguna manera de que esto se haga más rápido?
-¡Ya le dije que de cuatro a diez días hábiles!
Seis días hábiles después (ocho naturales y sin internet), acudí a la misma oficina con ganas de pelea. Ella no estaba. Me atendió otra joven y le expliqué mi caso de inatención por parte de la compañía y de su pinche compañera. Revisó en el sistema y me dijo que le daba mucha pena, pero que no estaba registrado ningún trámite de cambio de domicilio en mi cuenta y que si lo quería, debía comenzar de nuevo el proceso.
Por estar en otros trámites, llevaba todo a la mano y volvimos a empezar. Me dijo que haría todo lo posible para que el mismo día llegara el técnico a hacer el trabajo. No fue así, pero 24 horas después se anunciaba mi salida del limbo cibernético.
¡Pude regresar! A pesar de la desaparición forzada impuesta por la fulana ese día que yo había sudado tanto. Me doy la bienvenida de nuevo.
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