Las elecciones de junio de 2016 han marcado un inesperado quiebre político histórico en el país. En columnas anteriores habíamos planteado que este quiebre estaba por venir, pero a todos nos tomó desprevenidos que el mismo llegara a través de un repudio generalizado a los regímenes estatales, dado por la vía democrática en las elecciones locales.
Las reacciones del gobierno federal han sorprendido, ya que se han salido, a lo menos en apariencia, del esquema típico de la forma en que el PRI tradicionalmente ha reaccionado ante las derrotas electorales.
Lo que ha acontecido es:
1. La renuncia de Manlio Fabio Beltrones a la Presidencia del PRI.
2. La virulenta reacción de los gobernadores en los estados en donde el PRI perdió, promoviendo reformas de leyes para proteger sus intereses y permanecer en la impunidad y para sacar dinero antes de irse.
3. La intervención de la PGR promoviendo acciones de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en contra de las reformas de los gobernadores.
4. La elección como presidente del PRI de Enrique Ochoa, ex-director de la Comisión Federal de Electricidad, un tecnócrata muy de las confianzas del Presidente Peña, pero alejado de los círculos del PRI.
5. La petición del PRI de expulsar de ese partido a los gobernadores de Chihuahua, Veracruz y Quintana Roo, por actos de corrupción.
6. Ahora, en Chihuahua, un Juez de Distrito concede la suspensión en un amparo concedido a un grupo ciudadano, en donde se ordena la suspensión de los procesos de contratación de deuda pública por $6,000 millones de pesos.
Todo lo anterior nos hace pensar que los esquemas del PRI para ejercer el poder podrían estar cambiando. Sin embargo yo no creo que puedan cambiar, sin que antes se destruya el edificio institucional que ha construido el PRI desde su creación.
He sustentado en reiteradas ocasiones que el PRI no es un partido político, sino un sistema político en sí mismo, que fue creado para otra época, circunstancia y momentos históricos de México, cuando era necesario pacificar al país, después de una sangrienta revolución, y era necesario un sistema de repartición del
poder, como mero botín de guerra, en donde el juego democrático no tenía participación alguna.
Desde el año 2000, el paradigma político de México no se ajusta a tener a un partido político como el PRI, que ha venido generando en nuestra democracia naciente una anomalía en su desarrollo. El PRI no fue hecho para subsistir dentro de un ambiente democrático.
El PRI es un edificio vetusto que no se puede adaptar al Siglo XXI, en donde tenemos en México elecciones libres, y en el entorno internacional nos encontramos constantemente vigilados por órganos internacionales que protegen derechos humanos, principios democráticos y un mercado libre dentro de una economía globalizada.
Ante esta situación, ¿qué puede suceder en México? Lo que todos esperamos es que siga un camino hacia la consolidación democrática plena. En mi estado de Chihuahua, pretendemos hacer una reforma del poder político que haga que partidos autocráticos como el PRI desaparezcan. Por ejemplo, el establecimiento de elecciones primarias, que saquen a los partidos políticos de las manos de pequeñas camarillas que monopolizan al poder. Establecer mecanismos de participación ciudadana eficaces, a través de un gobierno que sea transparente y abierto a la ciudadanía, que haga que la rendición de cuentas y la evaluación de los servidores públicos se conviertan en cuestiones cotidianas, previniendo la corrupción y castigándola cuando se de.
En suma, pretendemos tener un gobierno enfocado en la persona, legitimado por la sociedad, que garantice la seguridad humana integral, a través del pleno respeto a los derechos humanos y al estado de derecho.
A nivel federal, será necesario que se venza al PRI en las próximas elecciones para que se de este cambio de paradigma político. El grave error de los gobiernos del PAN de principios de siglo, fue que no comprendió que el sistema de poder en México debió haberse reformado, se creyó que con las elecciones bastaba, aunque, en última instancia, la democracia funcionó en México, pero nos pudimos haber ahorrado muchas penurias que vinieron a perjudicar a los ciudadanos con menores ingresos, que son los que sufren de forma más grave las consecuencias de la corrupción, que crea monopolios, que afecta a nuestra economía, que hace que los salarios no suban por la falta de productividad que todo ello genera.
El reto que tenemos por delante es dar los pasos necesarios para fortalecer a nuestra democracia y crear instituciones fuertes que aguanten los embates de los grupos de poder que pondrán grandes resistencias a operar en estos entornos nuevos.
Este es el gran reto que nos presentará el nuevo paradigma político que tenemos que forjar.