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De crónicas urbanas a literarias…

La crónica, como bien saben ustedes y según definición del diccionario de la RAE, se refiere a un texto que sigue el orden del tiempo. Dos acepciones más, que no necesariamente están peleadas con la anterior, es la narración histórica que sigue el orden natural de los acontecimientos, y el artículo periodístico que versa sobre temas de actualidad.

Esto viene a cuento porque este año vio la luz el libro titulado Mujeres eternas, crónicas de Adriana, cuya autora es la juarense Adriana Candia. Se trata de la recopilación de textos que ella publicó en diarios y revista de Ciudad Juárez, entre los años 1986 y 2009. Es importante lo que Adriana explica claramente en su nota inicial:

Mis ideas de lo que debería ser la profesión: casi como una carrera de servicio social, de búsqueda de un mundo más justo, entraron como guante a mi nuevo cargo. Buscando las situaciones especiales, a los personajes que de ninguna otra forma harían noticia, comencé a mirar entre los más desposeídos y los más interesantes, aunque a veces olvidados: el pícaro, el huérfano que vendía limones en la víspera de navidad, los que con poco hacían proezas. Empecé a describirlos en unas cuantas pinceladas, en un ejercicio literario que me resultaba totalmente gratificante.

Este interés de Candia por esos personajes olvidados que de ninguna manera eran noticia, nos lleva a la reflexión, antigua por cierto, respecto al fondo y la forma.

Contra lo expresado por Óscar Wilde, y Góngora, por ejemplo, León Tolstoi hablaba del papel del arte (y ahí está la literatura) en la vida del hombre y de la humanidad. Su definición está dada a partir de que es uno de los medios de comunicación entre los seres humanos, ya que –sostiene– transmite sentimientos y emociones.

Afirma Tolstoi que el arte es un medio de fraternidad entre los hombres, que los une y que es indispensable para la vida de la humanidad, que si no fuéramos capaces de conocer los pensamientos de nuestros antecesores y de transmitirlos a nuestros sucesores, seríamos como animales salvajes. El arte nos permite conmovernos con las vidas ajenas.

Eso sucede con las historias de Adriana Candia. Nos conmueven los 47 años de Kika y sus salidas y regresos a su casa de adobe en el cerro. También la de Ninfa, la “pobrecita seño”, “desesperada por mantener completa, su «chapa de maestra antigua»”. Y la de

doña Elena “que tenía un corazón de cristal” y “un marido extraordinario que aceptaba con amor casi todos su caprichos, como ése, de dar cobijo a desamparados”.

Esas y otras mujeres son las protagonistas de estas historias. El libro está organizado en seis secciones, como lo explica su autora en la nota introductoria. El eje de la primera es la frontera, la línea que sus personajes (el sastre, la cajera, el carpintero, el electricista y el mecánico, entre muchos otros) cruzan con constancia. Una segunda parte está dedicada a la vida nocturna de Ciudad Juárez. “Los oficios de Eva” se titula la siguiente, en la que aparecen “la maestra invidente y la desocupada lavandera”. La cuarta parte aborda el tema de la maternidad. La “Travesía es la quinta”; la vida de algunas mujeres fuera de la frontera está tratada en ella. En la última, como explica su autora, es “el intento de retratar lo que fue la vida en los barrios populares y colonias marginales de Ciudad Juárez hasta el siglo pasado”.

Un aspecto de los estudios literarios actuales es reconsiderar lo local y por ende, lo regional. Ese conjunto de elementos y características presentes en la obra de Candia, que dan valor y carácter tanto a nuestra ciudad como a la autora, es lo local de su obra. Sin embargo, el término local está inserto en uno más amplio, lo regional. El clima, la topografía, el tipo de empleos, la arquitectura, las creencias religiosas y otros elementos más, presentes en la obra de Adriana, constituyen nuestra identidad. De ahí la importancia de leer sus relatos.

Además, su estilo es el camino que ha seguido en su creación y que a la larga también ha influido en escritores más jóvenes. Esa senda nos muestra el cambio casi imperceptible pero firme de nuestra cultura regional. En un sentido más explícito y amplio, global podríamos decir, lo notamos en su cuento titulado “De partos”.

Es conveniente, si queremos incidir en nuestro entorno, reflexionar en los contenidos de la literatura regional, en esas costumbres que han pasado de adultos a infantes. Sin importar si esas manifestaciones artísticas sean calificadas de balbucientes, sencillas, o elegantes, recargadas, tal legado cumple una función profunda, es una interpretación del mundo que nos rodea, de una época, de una cultura que nos es propia.

Concuerdo con las palabras de José Manuel García-García, cuando sostiene que “Adriana Candia [es la] precursora de la crónica breve fronteriza desde el punto de vista femenino”. He ahí la importancia de la obra de Candia en la historia regional, que trae ante nuestros ojos personajes estimables que bien podrían ser nuestros vecinos.

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