Hace unos días se llevaron a cabo las elecciones en los Estados Unidos. Supuestamente, los electores escogieron presidente, junto con otras cosas que se debían decidir pero que a la grandísima mayoría de los habitantes del mundo no le debe importar. Contra muchos pronósticos, ingentes deseos y cojas encuestas, todo hace indicar que Donald Trump será el 45º ocupante del puesto de presidente de ese país.
El mundo se hace garras las vestiduras. Muchos tiemblan y se dicen sorprendidos porque la Hilaria algo hizo o dejo de hacer para que Donaldo la venciera. Ella culpa a los jefes del FBI porque debe culpar a alguien.
Parecería, por otro lado, que de los habitantes del planeta se apoderó la ceguera o media humanidad supone que lo que desea que suceda es lo que ha de suceder.
Por cierto, las empresas encuestadoras, ligadas o no a poderosos medios de comunicación, fueron incapaces de anunciar el resultado final con seguridad. Para ello hay solamente de dos sopas: o sus encuestas sirven para maldita la cosa y la gente sigue pendiente de sus estupideces, aunque ya no sean indicativas de las tendencias, o son tan cabrones que prefirieron guardar para sí los resultados y provocar el shock de la sorpresa. Cualquiera que sea la respuesta, han demostrado que las empresas encuestadoras son otra más de las actividades que deberían desaparecer a la voz de ya… Pero mientras haya pendejos que les paguen por nada y otros del mismo talante que creen todo cuanto les dicen, ahí los hayan.
Hoy, Donald, sí, ese individuo con nombre de personaje de Disney, apellido modificado, cabellera retocada y discurso fundamentalista, ha provocado cierta temblorina por doquier. Lágrimas y temores se han disparado y, aunque no sea para menos, no deberíamos “hacernos tarugos”, como le dijo Chachita a Pepe el Toro. La victoria de Trump no es más que un reflejo del pensamiento y los deseos de los votantes en Estados Unidos.
Decía don Germán Arciniegas que los héroes tienen de divino lo que de milagroso tuvo Simón Bolívar: nada. Quienes a lo largo de la historia han sido elevados a la heroicidad, no han hecho más que sintetizar los anhelos de un grupo numeroso, a veces mayoría, y se han atrevido a encabezar la lucha para hacerlos realidad. Nadie habrá de negar que para obtener lo que uno pretende siempre hay que batallar. A todos nos resulta obvio que los cambios se logran a partir del vencimiento de las resistencias y que el conservadurismo y la defensa de las tradiciones siempre forman parte de la posición más cómoda, pues no se requiere presentar nuevas ideas. Aun para lograr que las cosas sean como antes, es decir, echar reversa, tiene uno que pisar el acelerador y actuar a merced del análisis vectorial de fuerzas.
La sociedad norteamericana se ha expresado por Trump porque ya se encuentra hasta la madre del fracaso del modelo neoliberal en el que fue metida desde los gloriosos tiempos de Ronald Macdonald Reagan, sus antecedentes y sus consecuentes. ¿A quién representa Hilaria sino a ese grupo hegemónico que ha tenido la sartén por el mango durante las últimas cuatro décadas?
Ahora bien, como suele suceder en estos casos, los que ya están hasta el cepillo suponen que los políticos encumbrados tienen la culpa de todos los males y además de votar contra ellos, es común buscar chivos expiatorios. También ya es tradicional que los inmigrantes sean el blanco preferido en todas las latitudes. Así como los gabachos que sienten ser representantes de la pureza humana y formar parte de la selección divina le achacan sus males a los de los ojos rasgados, a los de piel oscura, a musulmanes, judíos y ateos, a homosexuales, mujeres y pandilleros, a los pobres, pacifistas, vegetarianos y comunistas (creo que todavía hay uno que otro), lo mismo sucede en Europa, pero el vértigo de la información de nuestros vecinos nos enceguece. Asomémonos a los avances de las derechas en Austria, Francia, Gran Bretaña, Holanda o Bélgica. Hitler, Goebbles y Himmler empequeñecerían.
Ronald Macdonald Trump ha sabido escuchar las quejas de los sectores estadounidenses más golpeados. No son los más jodidos, pero sí los que más están perdiendo en esta etapa salvaje del avance liberal. Y vienen con todo para hacer crecer más las ganancias que, al mismo tiempo, ampliarán la brecha entre los que todo tienen y los que ya quisieran tener para tragar.
Trump logró su triunfo y a su alrededor se agolparon como lapas sobre las rocas, para ya no desprotegerlo, los sectores que han pasado los últimos tiempos negando el calentamiento global, los que pugnan por el final de las restricciones a los organismos modificados genéticamente, los que claman la destrucción de toda tolerancia a quienes manifiestan preferencias sexuales diferentes a las establecidas por las normas tradicionalistas, los que niegan la posibilidad de un trato igualitario para toda la especie humana y por los supremacistas anglosajones. No es algo que haya nacido el 8 de noviembre, a partir de ese día se exacerbó.
A partir del día ocho, se desataron las actividades para amarrar el apoyo popular que logró el populista Trump. Ya les dijo todo lo que querían escuchar, ahora tendrá que ir cumpliendo con algunas promesas de campaña. Dado que la gente votó contra la tradicionalidad y el tradicionalismo de los políticos, no por Trump, en tanto éste no tome las riendas del cumplimiento, las hordas de inconformes comenzarán a actuar por su cuenta.
¿Suena conocido el asunto? Ya veremos, mientras tanto las plañideras están a todo su vuelo.
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