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México: gasolina, leche, pollo

Dice la leyenda que George Bush padre perdió la reelección ante Bill Clinton porque no supo cuánto costaba el litro de leche. (Unos aseguran que Clinton le hizo la pregunta a Bush durante un debate, otros sostienen que la pregunta la hizo un reportero del San Francisco Chronicle o un entrevistador del canal WFAA de Dallas a finales de febrero de 1992. Algunos aclaran que la pregunta fue sobre el paquete de pan, y no sobre el costo de la leche. Pero no hay datos que permitan comprobar ninguna de estas cosas.) Desde entonces, el ejemplo se usa para ilustrar la distancia que separa a gobernantes de gobernados: quienes toman decisiones no saben cómo viven quienes van a resultar afectados por las medidas que se dictan desde oficinas donde el precio de la leche (o de las tortillas o de los frijoles o de la gasolina) importa poco. Alguna vez – no recuerdo si fue en Montevideo o en Aguascalientes – tomaba una cerveza con Herminio Blanco, quien negoció el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Le pregunté si conocía el principio del medio pollo. Me dijo que no. Abrimos otra cerveza y le conté: el principio del medio pollo consiste en que los dos nos sentamos a comer y pedimos un pollo. Tú te comes todo el pollo y yo nomás te veo. Los índices macroeconómicos dicen que nos tocó a medio pollo por cabeza. Herminio no estuvo de acuerdo... Lo mismo pasó con el alza a las gasolinas. El ajuste – por usar una expresión – lo propusieron personas que no saben (ni les importa) cuánto cuesta el kilo de tortillas, ni va al mercado a comprar lo que se necesita para que la familia llegue a la semana que viene. Se trata de ajustar los indicadores macroeconómicos. Quienes aprobaron el alza de las gasolinas tampoco saben (ni les importa) cuánto cuesta un kilo de azúcar o medio kilo de cebollas, ni cómo viven los que no tienen dietas ni bonos ni gastos de representación ni vales para gasolina, y – en el caso de Veracruz – no han cobrado varias quincenas ni aguinaldo. Aunque es improbable que esas personas (o esas organizaciones políticas o esas instituciones) acepten recortes sustanciales en sus ya de por sí sustanciales privilegios, uno sabe que por ahí puede empezar la respuesta a la pregunta presidencial: eso habríamos hecho. Ningún legislador puede recibir – que no ganar – tanto dinero adicional a su salario por el solo hecho de ir a trabajar. Ni vales de gasolina ni gastos para decenas o docenas de ayudantes y asesores que colaboran en el triste quehacer de no hacer nada. Es una vergüenza que no sufren los diputados y los senadores que en teoría representan a todos en todos los niveles. Ni los ministros de la Suprema Corte, ni los consejeros ni los magistrados tienen por qué ganar tanto dinero. Nadie tiene derecho a lo excesivo mientras alguien carezca de lo básico. Nadie. Ni los funcionarios políticos o religiosos, ni los dirigentes sindicales ni ninguna otra persona que reciba dineros públicos. Ningún funcionario tiene derecho (tal vez con la excepción de los secretarios de despacho) a disponer de vehículos oficiales, escoltas y gastos de representación, ni a que le paguen la factura del teléfono o las compras del mercado – o ninguna otra cosa que no tenga que ver con su encargo – porque los demás no disfrutan de esas concesiones. Ni en México ni en Veracruz. Si bien se mira, la teoría del medio pollo también puede aplicarse a las formas de hacer política: uno exige sus derechos reales o imaginarios, toma calles, saquea comercios, toma edificios, bloquea carreteras, baila sin ropa, grita sin resultados, denuncia sin consecuencias, espera sin esperanzas, o recibe de vez en cuando portafolios culpables o despensas o vales. Unos obtienen lo que quieren, que no era mucho. Otros se quedan como estaban. Ese es el medio pollo que nos toca. La mejor muestra de que hay una democracia es que uno puede protestar. Uno puede votar también. Y después hay que obedecer. Pero no. Eso era antes. Lo que nos queda como sociedad es mostrarle al sistema que sabemos qué hace falta, y enseñarle cómo hacer las cosas. O suplir al Estado y asumir la defensa y el avance de nuestros propios intereses sin violentar las leyes. No es cosa fácil. Hasta ahora no todos han logrado aplicar o aprender los principios reales de la democracia. La vida política en México, y en Veracruz, ha sido un asunto que no ha ido más allá de lo personal. Cada quien ha tenido su medio pollo. Ha llegado el momento de que todos tengamos la parte que nos toca del pollo, y de que todos sepamos cuánto cuesta.

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