El asesinato de Miroslava Breach es un clavo más en el ataúd de la libertad de expresión mexicana. Entre sus amigos y colegas nadie parece entender el asesinato, ella caminaba por la vida con una buena imagen, cosa poco sencilla en una profesión llena de texto servidores.
Para el crimen autorizado que responde a los intereses de criminales y gobernantes corruptos, la introducción del miedo es fundamental y que mejor que callar a una voz autorizada para demostrar que nadie se encuentra por encima de la violencia brutal que somete a la sociedad
El asesinato de Miroslva y la de los muchos periodistas que caen abatidos o bien que son silenciados, pone en entredicho al gobierno que tiene la obligación de proteger a la sociedad en general, pero más que nada a la voz pública de la sociedad.
Sin menospreciar el tremendo dolor de los familiares de los periodistas asesinados, debemos guardar luto por la libertad de expresión, por la posibilidad de que los medios de comunicación sean un equilibrio ante los poderes, formales y fácticos, porque hoy más que nunca el peso de los criminales es decisivo para la política, y aunque fuera solamente por eso, ahí está el gran fracaso de los que han usurpado a la decencia y la frivolidad como racionalidad de la política.