Mas que la fidelidad que AMLO se tiene a sí mismo --algo respetable y aun encomiable--me parece interesante la forma en que reitera actitudes y discursos que, se diría, la experiencia debería haberle ya demostrado que consiguen efectos contraproducentes. Luego de tres lustros en inacabable campaña, ya podría haber aprendido que la ostentación de su esencial autoritarismo, aunque bueno y justo, aleja de su simpatía a no pocos votantes. Y sin embargo se mueve, pues aprovecha el bono demográfico: cada sexenio hay millones de nuevos graduados a votantes que lo miran como novedad de la patria (y a los que se darán becas y trabajo).
En la misma medida en que el país ha cambiado, y ha cambiado mucho, es que AMLO se ha ordenado autoritariamente no cambiar él mismo. Sobra decir que muchos de los cambios en el país han sido atroces, que los dolores del parto se han institucionalizado sin que haya “producto”; que el narco ha creado un país fantasma, mezcla de financiera y funeraria; que la aspiración a un verdadero federalismo se convirtió en un criadero de dinosaurios estatales; que al ideal de un sindicalismo libre se lo siguen tragando los compañeros líderes perpetuos; que la anhelada democracia acabó pariendo partidetes de alquiler, politicastros marchantes de voluntades y un aparato judicial y administrativo que convierte un buen cacho del PIB en un tianguis cacofónico de axilas triunfales, discursos gaseosos y sonrisas eternamente promisorias. En fin (aquí le pongo un espacio en blanco para que agregue usted la pesadilla de su preferencia: ).
Lo que nunca cambia es AMLO. Los discursos de quince años se han petrificado, si bien ahora convertidos en la biblia de un partido político sui generis, notoriamente caciquil y con una sola voz que dicta y manda, como en el viejo PRI vetusto del que la izquierda, en otros tiempos, se quería diferente. El dogmatismo de AMLO parece haber extremado no sólo el aliento del PRI, sino de un PRI caduco, del PRI precámbrico que revolotea alrededor de un solo mandamás.
Su voluntarismo parece más fortalecido aunque el discurso sea idéntico: que si la mafia del poder, que si su plumaje es de esos, que si él es honesto, que le pueden decir peje pero no lagarto, que el frijol con gorgojo, que la corrupción se combate con el ejemplo, sobre todo el suyo, que enseñará a los mexicanos que es mejor ser bueno y honesto que malo y corrupto. Y un extenso etcétera.
Lo he visto en campaña en estos días y revivo, fortificado, el fantasma de “Juanito”. Su idea de un buen candidato de MoReNa es que lo represente a él, a AMLO, vicariamente. Que sus candidatos sean réplicas suyas, sus clones o, por lo menos, sus memes. Lejos de inquietarlo, percibo la satisfacción que le provoca que su auditorio, que sabe de memoria su discurso, complete sus frases. Si propone algo, dice que habrá que someterlo al juicio de su partido, pero acto seguido decide que es mejor hacerlo en caliente y lo somete a la mano alzada de la congregación que, semper fidelis, cierra el trámite.
La única diferencia con Trump es que AMLO lleva haciendo esto hace quince años: la voluntad personal como proyecto político; la conversión del desplante individual en demanda colectiva; la seguridad de ser la voluntad popular encarnada; la obsesión histérica contra la prensa que, si osa criticarlo, inmediatamente se gradúa de falsa, calumniosa y corrupta, mientras exalta que sólo es “libre” aquella que lo apoya. Y de nuevo, etcétera.
Si acaso, la novedad es la franqueza con que ahora AMLO asume su talante mesiánico. En un discurso hace un par de días en Ciudad Netzahualcóyotl, en apoyo de su candidata Delfina me conmovió escucharlo predicar que “la verdad es revolucionaria, cristiana; la mentira es reaccionaria, es el demonio”. Tal cual. Un aliento religioso que llama, más que al civismo, a la beatitud. La primera forma de no pecar más es votando por ÉL (o sus discípulos); si alguien continúa pecando podrá ser perdonado por Él, siempre y cuando le pida perdón a Él, que monopoliza las reservas nacionales de culpas y perdones. Qué rara promesa del presidencial como papado, del legislativo como comunión de los santos y del judicial como confesionario…
¿Habrá vivido AMLO tanto tiempo ya bajo la tiranía de su voluntad que se ha convertido en víctima de su propio autoritarismo? A saber… Ya se verá, cuando sea ungido pescador de almas de México, si sólo manda, o si también gobierna.