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Migración. Castigo y dolor

Estados Unidos creó un sistema de cuotas para visas de reunificación familiar, el criterio no parece responder a la cantidad de solicitantes sino a cuestiones geográficas y de preferencia social y política, y como toda burocracia ineficiente fue generando un rezago que llega al grado que un mexicano tiene que esperar hasta 10 años para que se resuelve su petición, decía un amigo, qué si era en la tarde o en la noche.

Los republicanos endurecieron la legislación migratoria y entre sus perversiones reclasificaron retroactivamente los delitos, las fallas menores se convirtieron en felonías, así si una persona tenía una queja por disputa familiar, lo que no es excusable, o manejar bajo la influencia de alguna sustancia, lo que era una pena menor, ahora es un delito mayor y amerita la deportación. Esos son los criminales peligrosos que angustian a Trump.

Si una persona ajusta su status migratorio debe presentarse para una entrevista. Normalmente los mandan a Ciudad Juárez sabiendo que al momento de salir del país se activa un castigo de 10 años para no volver, con ese truco separan familias y generan un sufrimiento desmedido a la gente.

Luego vinieron las deportaciones masivas, Obama deportó tres millones en 8 años, y la agencia migratoria se dio vuelo realizando redadas en lugares de trabajo, con Trump éstas llegaron hasta los hospitales. Se establecieron retenes en los puntos de salida para encarcelar a los que abandonan el país. Esto responde en parte a que las empresas carcelarias cabildearon para modificar la ley forzando el encarcelamiento y ampliando las sentencias.

Todos los detenidos tienen derecho a una audiencia ante un juez migratorio, pero como la burocracia es inoperante y las detenciones son masivas, el rezago alcanza los 600,000 casos y la gente dura detenida largos años esperando su audiencia, para luego ser deportada. Fui testigo experto en un caso de deportación y le comenté a la abogada defensora que esa persona no había cometido ningún delito y me respondió: violó la ley migratoria y eso es un delito. Estados Unidos criminalizó el trabajo, así un trabajador honesto que migró en busca de un futuro mejor, se convierte en delincuente por el hecho de cruzar la frontera sin documentos.

Con el asilo político Estados Unidos se ha alejado del humanitarismo. Si una persona pide asilo en un puerto de entrada de inmediato es encarcelado ante la premisa que es “un peligro para la comunidad”. La víctima se volvió peligrosa. Si estando documentado en el país y pide asilo antes de un año su juicio será en libertad. Actualmente hay un rezago de 500,000 solicitantes y solamente el 18% se aprueba. El gobierno de Trump pretende dificultar el asilo para deportar rápidamente a los solicitantes.

Tiene razón el gobierno mexicano al decir que la migración es un problema estructural, sin reconocer que fue provocado por las políticas económicas. Aquí Estados Unidos juega una parte importante. Ambos países deben resolverlo.

La economía de Estados Unidos requiere de los migrantes, hay empresas que no pueden funcionar porque sus migrantes se fueron por miedo. Una empresa en Texas dice que los estadounidenses no aguantan el rigor del trabajo. Cuándo puedan tendrán que emplear trabajadores de mayor salario lo que encarecerá los productos y elevará la inflación.

México no puede incorporar esa fuerza de trabajo porque la economía crece muy poco y no absorbe ni el crecimiento vegetativo, mucho menos un influjo elevado de deportados. Queda la opción de la economía informal que muchas veces roza al crimen organizado, por comercializar mercancía de contrabando por ejemplo.

El sufrimiento de los migrantes engrosa el bolsillo de los carceleros, muy ligados al partido Republicano por cierto. Un preso cuesta en promedio 31,286 dólares anuales, si sumamos el rezago de 600,000 migrantes al de 500,000 solicitantes de asilo, encontramos que Estados Unidos gasta $34,414,600,000 en encarcelamiento anual. Ese dinero invertido en la economía generaría maravillas. Inclusive para los que trabajan de celadores y funcionarios en las cárceles. Si se invirtiera un tercio en la economía mexicana, especialmente en las zonas expulsoras de población, se frenaría la migración de inmediato y ambas economías crecerían robustas.

Estados Unidos podría invertir en la creación de empleos de alto nivel en México, por ejemplo para su industria aeronáutica y de seguridad, con componentes estadounidenses y aprovechando ese mercado de consumo para vender productos estadounidenses, aunque sus empresas producen mucho en China.

Pero se impone la idea de castigar y dar lecciones ejemplares que alejan al otro. Y por eso, Trump gastará más en la satisfacción del odio, aunque eso arruine al país y destruya a cientos de miles que todo lo querían era construir un futuro promisorio para su familia.

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