En la historia reciente del capitalismo ha habido periodos en los que la desigualdad económica se ha atemperado. Por ejemplo, en 1980 en Estados Unidos la tasa de crecimiento del ingreso que recibía 5 por ciento de la población más pobre era 3.3 por ciento, mientras el ingreso del uno por ciento más rico creció a una tasa de 1.4.
Sin embargo, desde entonces y en un entorno de inestabilidad que desembocó en las recurrentes crisis ocurridas durante lo que va de este siglo, se ha provocado un movimiento contrario muy notorio. En 2014, el ingreso del grupo más pobre no creció, mientras para la cúspide de la pirámide el aumento fue de 6 por ciento. En ambos casos las tasas se calcularon para el periodo de los 34 años anteriores.
Además, el crecimiento promedio del ingreso en el primero de esos periodos fue de 2 por ciento y en el segundo 1.4. La diferencia repercute de modo adverso también sobre los más pobres. Estas tasas están ajustadas para compensar la inflación. (La información proviene de D. Leonhardt: Our broken economy, in one simple chart, NYT, 7/8/17).
La fuerte concentración del ingreso es una marca de los efectos del proceso de cambio tecnológico, la reorganización de los mercados, especialmente el laboral y de la exacerbada expansión financiera (la exuberancia irracional a la que aludió Alan Greenspan en 1996) que desembocó en la crisis de 2008. A pesar de la recuperación de las economías más ricas, persisten los desajustes en las cuentas fiscales y en la gestión de la política monetaria.
Las condiciones económicas y las diferencias sociales se vinculan de modo complejo con los cambios políticos que se observan en países como Estados Unidos y los de la Unión Europea; también en China y Rusia. Resurgen las fuerzas políticas de derecha e izquierda con inclinaciones populistas, nacionalistas y autoritarias. Como diría Dorothy: Ya no estamos en Kansas. El mundo de la segunda posguerra no existe más y esto dicho sin nostalgia, pero sí con inquietud.
No hay una evidencia clara de que los factores que llevaron a la crisis se hayan superado y persisten situaciones que apuntan a formas de la acumulación del capital y movimientos especulativos que pueden recrear episodios similares a los que se han dado desde el comienzo de este siglo.
En este entorno, la desigualdad crece. Se crean menos empleos, la tecnología desplaza al trabajo y mientras se generan nuevas formas de consumo se profundizan las diferencias en los mercados.
Pero hay otra línea de cambios significativos que cada vez más tendrán que considerarse en el tema de la desigualdad social. Esta línea no es la que convencionalmente atiende a la conformación y dinámica de los mercados, aunque eventualmente tendrá que ver plenamente con todo eso.
Aquí me refiero a los avances cada vez más notorios en el campo de la revolución cognitiva y, en especial, a los desarrollos en el campo de la biotecnología y la inteligencia artificial. Dorothy tampoco reconocería el lugar donde se encontraba.
Desde distintos campos se señala la gestación de un cambio crucial en el proceso evolutivo que ha marcado la historia del desarrollo de los humanos. Ahora somos nosotros los que tomamos un control creciente de las transformaciones propias de la especie.
Hace poco tiempo se conocía la composición de unas cuantas de los miles de proteínas que codifican los genes en las células, ahora se conoce una parte mucho más grande y se avanza en el conocimiento del ADN del genoma. Hay más investigación básica sobre la influencia genética en el comportamiento.
Recientemente se anunció la capacidad de reparar un gen transmisor de una enfermedad en el embrión humano, lo que indica las posibilidades de la ingeniería genética. Las implicaciones para la ciencia son evidentes, pero más allá de eso se abre un abanico de cuestiones muy amplio, entre ellas: aspectos legales, éticos, sociales y también económicos.
Asimismo se avanza en la utilización de computadoras y en la medicina de reparación de partes del cuerpo para crear ciborgs. Esas criaturas eran antes imaginadas, pero que ya combinan capacidades orgánicas con dispositivos cibernéticos. No solo se altera así la manera de percibir el mundo sino, igualmente, como se actúa en él.
Estas son, claramente, manifestaciones novedosas y con un enorme potencial de diferenciación social, sobre todo cuando se contrapongan con los recursos disponibles para tener acceso a los nuevos productos. La posibilidad de adquirir estas capacidades de curación o de mejoramiento físico y mental en el mercado tendrá un efecto diferenciador muy grande y, con ello, generará nuevas formas de desigualdad y brechas más grandes.
La capacidad de burlar a la muerte aunque sea por un rato y extender la duración de la vida es un asunto presente y tiene ya repercusiones económicas relevantes. Ahí está la dificultad para mantener los esquemas de pensiones o servicios públicos de salud mientras aumenta la edad de la gente. Otra vez, la diferencia de acceso al mercado es clave y las consecuencias serán más graves.
Tomado de La Jornada