“Y miré cuando él abrió el sexto sello, y he aquí que hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre”.
“Y el cielo se retiró como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla fueron removidos de sus lugares.”
“Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes;
“y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero,
“porque el gran día de su ira ha llegado, ¿y quién podrá permanecer de pie?”
Apocalipsis (atribuido a Juan Evangelista).
Fue re-vivir aquel día de hace 32 años y muchos otros telúricos que hemos debido sufrir, que hemos podido sobre-vivir, aunque no tan intensos ni destructivos como el de 1985 -también en 19 de septiembre- y sus 40 mil muertos no oficialmente reconocidos y sus 400 edificios derrumbados. Y sus miles de construcciones que se mantuvieron en pie y siguieron siendo viviendas a pesar de las resquebrajaduras, menos las 44 que ayer finalmente se cayeron, entre ellas una escuela, la Enrique C. Rébsamen, que conmemora en su nombre a nuestro Rébsamen fundador de la Escuela Normal Veracruzana, pero que en adelante nos traerá el recuerdo de la tragedia en la que murieron 30 niños (¡ellos no, por dios!) y otros más están desaparecidos, esperando que los encuentren, vivos entre los escombros, las manos desnudas y la apuración de la esperanza que quitan palmo a palmo el cemento caído y los fierros retorcidos, con ternura casi, para que no vayan a caerse otra vez y aplasten esas vidas nacientes que aún perduran en un agujero; vidas aferradas a la vida, que tanto les promete en su condición de niños.
La esquina de las calles Rancho Tamboreo y Calzada de las Brujas, en Villa Coapa, mediado el sur de la Ciudad de México, es el lugar de la tragedia que se nos va a tatuar en la memoria para siempre, como la de los 49 bebés quemados en la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora, el 5 de junio de 2009 que los mexicanos tampoco podremos olvidar nunca.
En las horas que vienen, en los días siguientes, iremos sabiendo de milagros (ojalá) y de salvaciones insólitas que le robaron una muerte a la desgracia. Pidamos para que sean muchos los rescatados, todos los que están ahí abajo si fuera posible, y pidamos para que sirva de algo que pidamos…
19 de septiembre otra vez. Qué tendrá esta fecha que es tan dañina para México y Veracruz (Javier Duarte el depredador nació en ese día también, lo que ya no resulta raro). La de 1985 cayó en jueves y la de ayer nos sobrevino en martes, ambos días no feriados, que agarraron a la población trabajando y a los niños en las escuelas.
Pero no olvidemos que los sismos y los huracanes nos traen asoleados (es un decir) desde hace ya rato. Oaxaca y Chiapas hace una semana; Puebla, Morelos, el Estado de México y la CdMx ayer. La legendaria solidaridad del pueblo mexicano está realizando una prueba de esfuerzo mayor en esos días. Y por fortuna, todos una a una se han puesto a trabajar por los hermanos devastados.
Qué gusto da vivir en un país así, que consigue hacer de su desgracia un día de fiesta nacional.
Ahí están, vélalos usted, participe al igual…
Que sea la garra suave, que perdure la esperanza…