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Reflexiones desde el Charco

Última Instancia

La semana pasada llovió en Ciudad Juárez, nuevamente la movilidad de la ciudad entró en estado de caos; esto sucede cada vez que llueve, sin importar la intensidad de la lluvia. Harto de esta situación, me dirigí a un área que se inundó a pesar de haber sido diseñada para que eso no pasara, ya que se hicieron pozos de absorción para impedirlo, pero debido a la falta de mantenimiento de los desagües, se inundó al grado de haber dejado a un vehículo sumergido en ella. Las autoridades, en lugar de resolver el problema enviando a una cuadrilla de bomberos a desazolvar el área, simplemente se limitaron a desviar el tráfico.

La intención de haberme dirigido al área inundada fue el meterme en ella descalzo y dar un mensaje a la ciudadanía de que no podemos seguir igual, considerando esas inundaciones como “normales”, asumiendo la actitud de que “eso siempre pasa”, cuando todo es posible de arreglarse, más en una ciudad con tantos recursos, sobre todo humanos y de alto rendimiento y productividad como los que tenemos en Juárez.

Me da la impresión de que los juarenses hemos desarrollado una especie de complejo de inferioridad y de fatalidad de que “las cosas no las podemos cambiar”, cuando vivimos en una de las localidades más productivas del mundo.

Hay poca gente que conoce los datos de nuestra economía, producimos anualmente bienes con un valor que supera los 50,000 millones de dólares e importamos alrededor de 23,000 millones, la diferencia proviene de bienes y servicios proporcionados y prestados por mexicanos, en Juárez proporcionamos logística, servicios de todo tipo que apoyan esta producción y la mano de obra ingeniería, administración, supervisión, control de calidad y todo tipo de aportaciones para llegar a estos niveles de producción.

No obstante tales niveles de productividad, en procesos sumamente complejos, en donde competimos a nivel global, no hemos sido capaces de darnos en los últimos 20 años un gobierno relativamente bueno.

Nuestra ciudad se encuentra en un estado de abandono urbano fatal, no tenemos una sola vía libre de semáforos, las calles están plagadas de baches y charcos, el alumbrado público se encuentra apagado en una gran parte de la ciudad, con dispendios de luces prendidas durante el día. No tenemos drenaje pluvial ni sanitario que medio alivie los embates de pequeñas lloviznas.

Nuestro Centro Histórico se encuentra en ruinas, y a pesar de ciertos esfuerzos de recuperar al mismo, las grandes inversiones públicas educativas que se pudieron hacer ahí se realizaron a 40 kilómetros del mismo, en la llamada rimbombantemente “Ciudad del Conocimiento, que se encuentra en un paraje desértico en donde nada más hay lagartijas.

La dispersión urbana de la ciudad es deplorable para todos estándares de planeación, siendo prácticamente imposible prestar cabalmente los servicios de transporte y seguridad pública. Y, hablando de transporte, tenemos un parque vehicular de quinta, que hacina a los usuarios, y contamina el ambiente echando humo por todos lados con camiones de desecho de los estadounidenses, conducidos por cafres del volante, que constantemente ponen en peligro a sus usuarios al producir un sinnúmero de accidentes de tránsito.

Pero todo este mal gobierno que solo piensa en hacer negocio para sus consentidos y socios se puede evitar, si nos concentramos los juarenses en no seguir subsumidos en la desidia y parsimonia, si comprendemos que debemos de tomar los ciudadanos de bien el poder para que el gobierno se enfoque en la generación de orden, y produsca el bien común.

Ahora, con las modernas tecnologías de la información, y el entramado institucional que hemos creado, podemos agrupar talentos para realizar planes prácticos, para revertir los males que aquejan a nuestra comunidad. Ahora, más que nunca en la historia de la humanidad, es fácil organizarse para cambiar las cosas para bien, haciendo lo necesarios para darnos un gobierno que nos sirva.

Pero para que esto se dé, es necesario generar conciencia de que tenemos todos los elementos para resolverlo, primeramente, interactuando entre nosotros, desarrollando conversaciones de posibilidad de arreglo de todos los males que tenemos, haciendo diagnósticos e inventarios de necesidades y recursos reales y potenciales.

Muchas ciudades del mundo han salido adelante partiendo de su destrucción total, por guerras y calamidades naturales y climáticas. Las calamidades que nosotros tenemos son humanas, que podemos revertir y resolver con comunicación, entrega, compromiso, acción talentosa y eficaz.

Pongamos las manos a la obra, aprovechémonos de la gran ventaja de comunicación de que gozamos, dediquemos parte de nuestro tiempo a resolver los problemas de nuestra ciudad. Estoy seguro de que si lo hacemos, nos daremos cuenta del gran potencial creativo que tenemos para hacer política de la buena, de la que genera frutos y bienes públicos que nos lleven a acercarnos al anhelado bien común.

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