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¿Cuál aldea global?

En su más reciente libro sobre el liderazgo que se requiere para que la humanidad no se destruya a sí misma, Yehezkel Dror alerta en contra de la promoción del tribalismo. Cualquiera diría que se refiere a los esfuerzos aislacionistas de Trump que parece ir en contra de la tendencia a favor de la globalización, que lleva varias décadas apoderada de las grandes instituciones que promueven decisiones en el mundo, especialmente las financieras y de mercado.

La doctrina de la globalización salió de Estados Unidos, apoyada en la Escuela de Chicago para contaminar a los gobiernos. Naomí Klein demostró rotundamente los efectos perniciosos de ese tipo de globalización sobre el mundo, y que se resumen en dos: oligarquización y enorme concentración de la riqueza y ampliación de la pobreza.

Las empresas buscando ahorrar en el costo de mano de obra, llevaron sus operaciones a países hambrientos de empleo, y como modelo copiado esto se generalizó entre empresas de varios países que peleaban porciones del mercado. Esto produjo una nefasta competencia entre los pobres para atraer empresas ofreciendo las mejores condiciones de explotación, el efecto no se hizo esperar: un empobrecimiento que generó un enorme flujo migratorio que iba en busca de las riquezas que se les había arrebatado y que los había despojado de su futuro, con muchas secuelas económicas, demográficas, sociales y políticas en los países expulsores y receptores.

La aldea global no es una realidad de justicia o igualdad sino exactamente lo contrario. Significa que a las grandes mayorías del mundo se les arrebata todo y luego se enfrentan a grandes ejércitos que protegen la entrada a los paraísos construidos con el sudor de la frente de los “condenados de la tierra” (Frantz Fanon dixit).

Frente a los esfuerzos tribales de Trump reaccionan los personeros de las grandes corporaciones exigiendo que no se reviertan las reglas del juego o que se establezcan nuevas que los beneficien, como la reducción de impuestos. Demuestran que el modelo funciona solamente para la oligarquía y crea grandes costos de salud pública, salud social y salud política que son atendidos con respuestas policíaco-militares que enfrentan el síntoma no la enfermedad. Esta doctrina, dentro de la perversidad que la caracteriza ha equiparado pobreza a crimen, y logra que se enfoquen las armas contra el crimen, pero no contra la pobreza o lo que la causa. De cualquier manera toda la sociedad debe lidiar con las anomalías y desajustes estructurales provocados para beneficiar a la oligarquía, se aplasta a la disidencia para que los oligarcas vivan fantasías.

Muchos alertan sobre la dificultad y hasta inconveniencia del discurso tribal de Trump. Pero este se propone reforzar a la tribu a favor de su propia oligarquía, sin incluir el bienestar de las mayorías; parece ser consiente de que las mayorías pagaran el costo de la aventura como la han pagado hasta ahora. Véase la cantidad de negros, hispanos en las cárceles, y correlaciónese con sus niveles de pobreza para ver los estragos cometidos contra la sociedad y piénsese quién irá a la próxima guerra.

El tribalismo también sostiene que la grandeza de la tribu debe imponerse sobre las demás tribus, confrontación no colaboración, y para lo que se requiere reforzar las capacidades guerreras y las armas son para usarse. No es de extrañar el discurso bélico que parece esperar una provocación para lanzar toda la fuerza bélica posible y destruir lo más que se pueda en el menor tiempo posible.

La idea de la aldea global es buena, pero esta parece no ser la mejor, además de haber más de una aldea. La de los neoliberales que propicia desigualdad, injusticia; o la aldea global que refuerza a las oligarquías tribales generando una competencia que aplastará más a los que no tienen nada, ésta tiende más al refuerzo de las tendencias militaristas.

Descomponer el sistema de privilegio reforzado a partir del la Escuela de Chicago requiere mucho más que un líder tribal, más bien sucederá lo contrario, porque ese tribalismo está convencido que el futuro reside en reforzar el armamentismo y llevar a la humanidad al borde de la matazón, como bien sugiere Dror.

Llegó el momento de cambiar el modelo. Hay que modificar las prioridades de las instituciones multinacionales para que apoyen el DESARROLLO, imponer facilidades de crédito a favor de las economías locales, impulsar transferencia de tecnología adecuada a las necesidades locales, imponer impuestos a las empresas que utilizan recursos locales, especialmente mano de obra. Como sugiere Dror, aunque no estrictamente en este sentido, tal vez llegó el momento que los viejos y nuevos colonizadores paguen reparaciones por el daño generado. Será imperativa la distribución de la riqueza, reducírsela al 1% para que se beneficie por lo menos el 60% más bajo. Entonces podremos aspirar a otra aldea global.

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