No pasa un día en que no veamos que es asesinado algún candidato en varias partes del país. Aunque el gobierno se apresura a lanzar hipótesis sobre las causas, cómo si supieran lo que hacen, la razón aparente es que el río de sangre que ahoga al país ha llegado con toda fuerza a la política.
La ola criminal que azota a México parece no hacer excepciones y no deja a nadie afuera. Nadie está a salvo.
No tenemos más remedio que dudar sobre la calidad del próximo Estado, si la amenaza del asesinato pende sobre la cabeza de legisladores, jueces y miembros del gobierno. El pueblo dejará de ser el amo para dejarle el paso a los criminales.
La gran pobreza que arrasa al país aunada a la promesa de enriquecimiento rápido, está lanzando a mucha gente al crimen. Campesinos sin ayuda cultivan droga para sobrevivir y el gobierno arrasa los cultivos pero no les ofrece opción. Hombres y mujeres desempleados o empobrecidos optan por el trasiego o venta de droga y son asesinados o encarcelados sin que se les ofrezca opción.
Llevamos ya un largo plazo dónde el gobierno no puede o no quiere proteger a la gente. En algunos casos son las “fuerzas del orden” que eliminan gente, en otras parecen ver pasivamente como se llevan a cabo venganzas o guerras por el territorio.
La estrategia contra las drogas ha sido una guerra ruinosa cuya salida no se ve cerca y sus estragos avasallan a la sociedad entera.
Seguir con el sinsentido pone nubarrones negros sobre el país y la sociedad. Seguiremos contando muertos y acostumbrándonos a la normalización e institucionalización del mal.