Esta elección está demostrando la disfuncionalidad del sistema partidista mexicano.
La finalidad de los partidos políticos es tomar el poder, por supuesto se supone que lo hacen con inclinaciones ideológicas que deben convencer a los votantes. La fidelidad ideológica ha sido abandonada, la lealtad a las ideas y las instituciones se ha perdido y el oportunismo parece dominar las decisiones de actores políticos.
El sistema partidista mexicano ha registrado una cierta dinámica controlada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que fue hegemónico, pero posiblemente estemos en el umbral del fin de este sistema. Tal vez está elección no pueda ser dirigida por el poder presidencial, ni por los cálculos del autoritarismo mexicano.
A juzgar por las encuestas el gran perdedor parece ser el PRI. Perderá la presidencia, la mayoría de las gubernaturas, la mayoría de las senadurías y posiblemente quede como fuerza minoritaria en la cámara de Diputados. ¿Qué le sucederá al partido sin contar con posiciones de poder desde las cuales tradicionalmente ha logrado movilizar a sus bases? Una opción puede ser la desbandada de cuadros hacia otras fuerzas, a partidos con los que guarda afinidad ideológica como MORENA o a otros como el PAN cuya distancia se eliminó hace mucho, hoy tratan de perfilar una alianza electoral para no perder todo, o sea, la verdadera cara del PRIAN. La otra opción consiste en convertirse en un partido de base que haga trabajo de masas. El gran obstáculo que encontrarán es que los gobiernos neoliberales destruyeron esas bases de apoyo, golpearon a los sindicatos, anularon a las organizaciones campesinas, los jóvenes no creen en ellos y los profesionistas no lo ven como un instrumento de movilidad política.
El Partido de la Revolución Democrática terminará su declive. Su representación ha ido declinando, carecen de credibilidad y lo poco que rescaten será en alianza con el PAN, lo que muchos ven como contra natura; dejó de ser una opción de izquierda y los pocos izquierdistas que quedan se moverán hacia MORENA o a otras fuerzas. Su opción será convertirse en una fuerza marginal con influencia casi nula, o desaparecer.
El PAN debe ganar la elección para lograr recomponerse. El proceso de selección de candidato produjo fracturas posiblemente difíciles de recomponer. De perder quedará un partido disminuido con una fuerte posibilidad de enfrentar a otro partido de derecha que logre unir a los inconformes del PAN, a los que se le sumen algunos elementos de PRI y PRD. Hubo un intento no tan amplio en el pasado con poco éxito, pero está nueva coyuntura presentará nuevas oportunidades para la formulación de un partido de centro derecha u otro de extrema derecha.
Encontraremos un fuerte movimiento de políticos oportunistas en busca de espacios. En el sexenio que termina vimos el acomodo de diputados, senadores y políticos locales. Antes de las elecciones algunos políticos ya empezaron a cambiar de partido y seguramente veremos una dinámica acelerada en los próximos seis años que recomponga fracciones parlamentarias y elecciones intermedias.
MORENA en campaña parece tratar de convertirse en una especie de frente nacional, que de ganar tendrá el reto de encontrar terrenos propicios para gobernar, por supuesto que requiere de mayoría legislativa aunque será inestable. El gran dilema que tendrá es: constituirse en una especie de PRI de los 50s y 60s del siglo pasado que conlleva el riesgo de repetir los vicios y virtudes que le permitieron al PRI dominar 70 años, o volverse una nueva alineación de fuerzas que consolide fuerzas locales y regionales que construyan un federalismo fuerte. Esta última opción representaría una reforma política de gran calado que lanzaría a la política mexicana a otra dimensión.
Aunque no fue la intención, esta elección presenta una oportunidad para una reingeniería partidista y política profunda. El reto consiste en que quién llegue tenga la audacia e inteligencia para entender esa gran posibilidad.
Meade, que no tiene posibilidades, sería un pelele de fuerzas conservadoras muy interesadas en preservar el sistema autoritario y los privilegios que conlleva.
Anaya tiene juventud y ambición, si no le gana el apetito partidista y los resabios autoritarios del sistema, puede guiar al país hacia un futuro radicalmente distinto donde sería actor fundamental.
AMLO no tiene nada más que ganar después de la elección más que los libros de historia, y puede dedicarse seis años a recomponer el sistema político, lo que le ganaría un doble lugar en la posteridad.
La moneda esta en el aire para la gran apuesta del sistema político mexicano en el siglo XXI.