La actual campaña electoral ha demostrado el bajo nivel de civilidad que existe en la política mexicana. Se reafirma la cultura autoritaria en la cual el individuo se rinde ante los poderosos sin cuestionar los términos de la sumisión. Tal vez eso explica que se cieguen ante las opciones que tienen delante.
La batalla por la continuidad ha adquirido tonos muy delicados y hasta peligrosos, porque a cambio de sostener el régimen de privilegio están dispuestos a dar al traste con lo poco de democracia que tenemos.
Desde muy temprano empezó la guerra sucia, que hasta la fecha no ha terminado ni terminará, se puede considerar que se empeorará llegando a extremos dañinos. Hoy se llama abiertamente a anular el voto.
Desde muy temprano empezó el asesinato de políticos, a más de un mes de los comicios hemos superado los 60 asesinados, la mayoría pertenecientes a MORENA. Hoy se llama a asesinar al candidato presidencial de éste partido.
Se ha creado un ambiente de crispación que no solamente polariza sino que introduce un clima de tensión inapropiado para la elección de líderes. Esto tiene un impacto deslegitimador muy serio.
Parece evidente que si gana López Obrador estaremos a un paso de los cacerolazos en manos de algunos descontentos, que así como hoy repiten consignas como loros, como por ejemplo que es un candidato socialista populista, sin que evidentemente sepan el significado de los términos, mañana podrán atreverse a salir a la calle a atacar un triunfo legítimo.
La frágil e incipiente democracia mexicana se encuentra bajo ataque y en ese río revuelto unos pocos, como siempre, se levantarán con ganancias dejando enormes perdidas para la gran mayoría.