Los conceptos y frases pierden contenido a partir de un uso prolongado y frecuente, el abuso los vuelve huecos. Esto sucede especialmente cuando se los usa fuera de contexto o se aplican para diversas situaciones aunque no sea pertinente. Uno de esos conceptos es “crisis”, que hoy en día al usarse para todo ya no quiere decir mucho; otro es populismo, hemos llegado al extremo de que cualquiera es populista, los hay de izquierda y derecha, democráticos y totalitarios y hasta los que no se visten bien se les puede tildar como tales; otro concepto es “Todos”.
Los políticos tienen una cierta fascinación con el concepto Todos, lo usan para cualquier cosa y hasta para justificar sus infamias, también lo hacen en un intento de apropiarse de la representación hasta de sus enemigos.
Se puede entender que ellos se abrogan el derecho a hablar en nombre de todos, porque en la teoría de la representación aquel que logra representar a la sociedad, automáticamente engloba a todos; pero ahora tenemos que lo hacen mucho antes de haber conseguido la autorización para hacerlo, que es cuando ganan una elección.
Idealmente, cuando alguien gana una elección automáticamente adquiere el compromiso para gobernar en nombre de “todos” y no solamente de la facción que dice representar. Pero por desgracia es no es así, porque eso es solamente un discurso y no un compromiso político. Es así que hay políticos sin un mandato serio que pretenden erigirse en esa voz autorizada y única.
Un político que es electo con una fracción minoritaria del voto, habla como si todos hubieran salido gozosos a elegirlo para que los represente. Y no obstante el hecho de ser de minoría impone su visión, aunque muchas veces lo hace asistido por las fuerzas represivas que lo obedecen, no porque tenga una mayoría tras de sí, sino porque al haber ganado tiene la potestad de manipular los instrumentos del Estado, y bien que echa mano de ellos, especialmente del aparato represivo.
Así que fuera del discurso, el compromiso para gobernar para el bien común es inexistente, los políticos suplantan las voluntades particulares simulando que configuran una voluntad general artificial y si lo forzamos, hasta falsa. Los políticos gobiernan para aquellos que los apoyan o bien a cuya corriente de pensamiento pertenecen, en ocasiones, lo hacen a favor de los grandes intereses que presionan a su favor, ya sea porque pueden manejar recursos de presión, o porque corrompen y sobornan a los políticos para que actúen a su favor. Este es un argumento en contra de la reelección, porque los políticos se pliegan ante los intereses que les aseguran recursos para reelegirse con lo que cada vez se alejan más de todos los que creen los eligen para que los sirvan. El Todos sufre una metamorfosis simbólica y se voltea en la práctica en contra de la mayoría.
Así resulta que Todos perdemos cuando el país se hunde, aunque no todos ganamos cuando hay bonanza. Todos ganamos en el futbol, aunque a la hora de perder, los derrotados son unos ratoncitos verdes sin talento.
Hubo un candidato que planteó la frase genial de “!La solución somos todos!” porque el país se encontraba al borde del abismo, por supuesto que no dijo que el problema no somos todos, ni lo creamos todos, más bien, la responsabilidad era del gobierno al que él había pertenecido. Él había colaborado a hacernos avanzar hacia el precipicio y ahora nos llamaba a dar un paso adelante al elegirlo, porque no era posible que corrigiera lo que descompuso, como en realidad sucedió. Después de su sexenio habíamos caído. Pero no todos caímos, el, su familia y contlapaches salieron muy bien librados.
Lo mágico del discurso político es que se puede soslayar la responsabilidad de los que crean los problemas, para que de manera abstracta nos digan que pongamos manos a la obra y reparar lo que no habíamos descompuesto. O ya de perdida, que sepamos aguantar y continuemos dándoles la oportunidad de seguirnos engañando.
Esa también es la magia y perversión de la política.