A un mes de haberse celebrado las elecciones, el candidato ganador convocó a uno de los perdedores para un desayuno amistoso en su propia casa. Y si bien se trató de un gesto civilizado y democrático de ambos, que se les debe reconocer, surgieron a la vez muchas opiniones, comentarios y hasta cuestionamientos, que han fluido lo mismo por las redes sociales que en los medios de comunicación. Algunos señalan la ambivalencia de la política en el sentido de que tras atacarse severamente en sus campañas se sientan ahora muy quitados de la pena a tomarse un cafecito, sin dar a conocer a la opinión pública lo que ahí trataron o acordaron, lo cual hubiera sido mucho mejor en términos de un encuentro transparente y sustentado, con argumentos y razones. En otras palabras, criticaron que independientemente de este positivo encuentro, ellos fueron los responsables de la polarización social que se registró y en buena medida se mantiene, mientras que pareciera pactaron antes, durante y después del 1 de julio. Otro significativo segmento de ciudadanos dicen haber confirmado lo que ya desde antes de que concluyera las campañas percibía como un pacto político de alto nivel, con el propio presidente de la República, Enrique Peña Nieto, para facilitar el triunfo de López Obrador, no sólo para que se liberaran de las acusaciones de corrupción, sino incluso con el fin de negociar algunas posiciones de sus colaboradores en el gabinete mismo, como podría ser el nombramiento de José Antonio Meade, en el Banco de México. No han faltado quienes por su parte, han especulado de qué se trata de presiones de poderes fácticos, sobretodo vinculados al poder económico a fin de que el presidente virtualmente electo dé pruebas de que no habrá virajes contrarios al modelo de economía mixta, libre mercado, estabilidad cambiaria, seguridad jurídica de las inversiones, etc. Asimismo, han fluido comentarios en el sentido de que López Obrador, más allá de la abrumadora votación en su favor, no puede gobernar sin considerar otros grupos e intereses, que le obligan desde ahora a tratar de conciliar y seguir adelante con su programa de gobierno, en la medida de lo posible. Y así también, abundan aquellos que no olvidan que en pasadas elecciones López Obrador no actuó como ahora, pues en su momento fue y se comportó como un mal perdedor. Y que hoy en cambio al ganar, entonces si dialoga y trata de conciliar, convenencieramente. Desde luego, existen posicionamientos más simples y directos, en el sentido de que a imagen y semejanza de lo que ocurre en una familia, cuando entre los hermanos o algunos miembros de la familia se generan diferencias y conflictos, debe llegar el momento de la reconciliación para salvar la unidad familiar en aras de una real o aparente e interesada convivencia. Y quedó a la vez, abierta la expectativa de que pasará en el caso de Ricardo Anaya, en el sentido de que si habrá un encuentro o entrevista con el mismo trato que se le dispensó a Meade. Y de paso, con menor importancia e insistencia, si también se tomará López Obrador un tiempo para tenderle la mano al “Bronco”, personaje que tanto insistió para que “se dieran la mano” los candidatos a la Presidencia, al menos en dos de los debates que se celebraron. En fin, opiniones van y vienen como expresión de nuestras libertades que en todo caso nos conducen a defenderlas y privilegiarlas, pues una opinión pública alerta, lúcida y crítica es indispensable para que México prospere realmente por encima de siglas, ideologías y partidocracias. Mantengámonos entonces muy alertas y participantes, analicemos y opinemos en nuestros propios espacios, porque sólo así tendremos los buenos gobernantesgobernantes que merecemos
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