Diario de un reportero
Uno se sienta a la orilla del lago y deja que el aire helado le refresque la cara y las ideas, pero no puede dejar de pensar en los títulos. "Si yo hubiera estudiado una carrera sería cuando menos licenciado en algo", repite la voz interior, "pero a estas alturas de la existencia eso ya no me preocupa". Y sigue uno viendo el agua mansa y, más allá, las montañas.
En México también hay muchos que se preocupan por los grados académicos, pero no de los propios sino de los ajenos. No es la primera vez ni será la última. El caso más reciente es el de María Chávez García, quien ocupa u ocupó el puesto de secretaria administrativa (léase bien: administrativa) del fondo sectorial Conacyt-Secretaría de Energía-Sustentabilidad Energética, con todas las mayúsculas que la coyuntura requiere.
Este fondo sectorial, como otros, es un fideicomiso que se constituye para destinar recursos a la investigación científica y el desarrollo tecnológico, y la secretaria (o el secretario) actúa como auxiliar del comité técnico y de administración para el desarrollo operativo de ese departamento, además de supervisar sus actos jurídicos y manejar los asuntos administrativos. No toma decisiones pero vigila la buena marcha de la vaina esa.
El pero que le han puesto los medios y las vociferantes redes sociales es que la señora Chávez García no tiene título – solamente terminó la secundaria –, aunque fue diputada federal y secretaria de la Comisión de Cambio Climático e integrante de las comisiones de Competitividad, y Medio Ambiente y Recursos Naturales, conoció asuntos relacionados con las políticas nacionales de Cambio Climático, y con más detalle estrategias gubernamentales de mitigación y adaptación ante el calentamiento global.
La turba la juzgó antes de ver si cumplía bien con su encargo. Como si al país y al estado no los hubieran saqueado económica y moralmente México y a Veracruz – y a otras partes del país los politiquitos con maestrías y doctorados que estuvieron en el poder e hicieron lo que hicieron. El clásico diría que aistá, como les digo una cosa les digo la otra.
Carnaval y partido
Ya no me gustan los carnavales. Cuando era niño iba a San Rafael, más por el viaje que por la bulla, más por contemplar a las muchachas que veían el desfile que por los carros y las comparsas. Pero de eso ya ha pasado mucho tiempo, más de cuarenta años.
Cuando llegué a Ginebra me sorprendió ver que de pronto – aunque no por casualidad – se juntaba la gente en la plazoleta de mi barrio y llegaba la música y se iba por ahí, de calle en calle, medio bailando, entre cañonazos de confeti y gritos de niños alborozados, y terminábamos en el balneario, donde quemaban al mal humor, y esa era la fiesta. Una de las fiestas, porque uno vive aquí en una celebración constante...
En otras partes, como en Venecia, el carnaval – que era muestra de regocijo – ha pasado a ser temporada de molestias para propios y extraños. Los venecianos se quejan de la multitud de turistas que llega a festejar sin ton ni son, ensucia, hace ruido, y no gasta mucho en la ciudad. Hay restaurantes y comercios que cierran durante estas fechas, y muchos venecianos se van a otra parte mientras la fiesta pasa.
En Londres el carnaval se limita al barrio de Notting Hill, en Kensington, no muy lejos del centro, donde la comunidad afrocaribeña celebra sus raíces durante tres días desde hace más de medio siglo. Tuvo temporadas violentas (casi inevitable cuando hay un millón de personas bailando y bebiendo y fumando), y aunque ahora la fiesta es más moderada sigue siendo fiesta, y muchos vecinos del barrio se van a pasar el fin de semana a otra parte.
Creo que nunca fui a un carnaval en Veracruz, pero no me parece que sea diferente de otras fiestas: se baila, se bebe, se fuma, se da rienda suelta a los placeres de la carne, y la gente se saca el diablo de donde lo tenga. Muchos porteños se van a otra parte mientras dura el asunto porque no les gusta ni la bulla ni los borrachos ni los olores que dejan los borrachos.
Como dije, a mí tampoco me gustan ya los carnavales. Pero eso no significa que los demás tengan que pensar igual.
Lo que me sorprende, y mucho, es la negativa del gobierno de Veracruz a otorgar el apoyo que tradicionalmente se daba al carnaval del Puerto, sobre todo este año que tendría que celebrar cinco siglos de la fundación de la tres veces heroica. La voz oficial habla de moches, y ofrece seguridad (aunque la seguridad sea una obligación de las autoridades y no una concesión de quien gobierna).
Los hoteleros, los restauranteros, los organizadores advierten que el festejo va a desmerecer, y habrá pero el gobernador no está muy convencido porque piensa que el carnaval no produce tantos beneficios como dicen. A ver quién le pregunta si se va a aplicar el mismo criterio a la Cumbre Tajín, por ejemplo, que también cuesta millones.
También puede ser que el gobernador no quiera apoyar el carnaval de Veracruz porque el alcalde es panista y además hijo del ex gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, piedra grande en el zapato político del ingeniero García Jiménez. Si fuera así ya se jodió la transformación (primera, segunda, tercera o cuarta o la que sea), porque la cosa es de otra forma.
Un gobernador debe estar por encima de los intereses partidistas y buscar el beneficio de los gobernados, sean hoteleros, restauranteros, comerciantes o gente que quiere bailar y hacer fiesta para olvidarse de que la cosa está, como dice el clásico, del carajo. No hay tiempo para celebraciones.