top of page

Una jornada electoral trascendental.

La jornada electoral se celebra tras una campaña a cara de perro, en la que las derechas han jugado a embarrar el campo todo lo que han podido. Es por ello que se trata de ver si el sector mayoritario de los electores volverá a apoyar opciones políticas de progreso como ocurrió el 28 de abril pasado, o si, por el contrario, apoyará al bloque reaccionario que forman aquellos que entienden que el poder les corresponde por ley natural, y están dispuestos a lo que haga falta para recuperarlo. Hace unos años el mapa electoral español distribuía el 80 por ciento de los electores entre dos opciones, PSOE y PP, y ahora la realidad es multipolar: cinco partidos de ámbito estatal más los que tienen su fuerza concentrada en las distintas nacionalidades que conforman el Reino de España.

Varias cuestiones se deben resolver en esta convocatoria electoral.

¿Cuál será la participación? ¿Mantendrá o no el elevado nivel del pasado mes de abril? Por un lado, efectivamente, hace solo unas pocas semanas que los ciudadanos votaron para elegir diputados y senadores en el Parlamento de Madrid. También, de manera singularizada, en las Cortes Valencianas. Ahora, cuatro semanas después, es el turno de elegir alcaldes y concejales para los ayuntamientos, diputados para los parlamentos regionales en doce de las diecisiete comunidades autónomas y, también, los diputados españoles en el Parlamento europeo. ¿Acusará la ciudadanía el cansancio, incluso el asco, por una campaña electoral en bucle desde hace meses? Si fuera así, como auguran muchos analistas, el bloque progresista se verá perjudicado.

El Partido Popular, capitaneado por Pablo Casado, sufrió una derrota sin precedentes el pasado 28A. En cualquier partido democrático homologable en Europa, el joven e impaciente líder habría dimitido. Sin embargo, en un partido de jerarquía casi militarizada como es el de los conservadores hispanos eso no ocurrió. Es cierto que la proximidad de las nuevas elecciones aconsejaba mantener a Casado al timón, pero veremos si un nuevo resultado adverso hace rodar políticamente su cabeza. De la agresividad con los adversarios y del giro reaccionario por la competencia por el voto de la extrema derecha que Vox había recogido en las elecciones andaluzas, Casado y los suyos han pasado a pregonar su centrismo alejado de radicalismos. El problema es que nadie, salvo los creyentes tradicionales de la sigla PP, puede tragarse ese cambio. Pero, ¿volverán a la fe popularista muchos de los que apostataron en beneficio de Ciudadanos y de Vox?

Albert Rivera, quien obtuvo unos resultados el 28A que la acercaron al sorpasso a Casado y al PP, prosiguió en su radicalización cada vez más próximo a la derecha más ultra; cada vez más agresivo, más provocador, más insultante, más descalificador de todo y de todos lo que no sea lo que él representa. ¿Recibirá el apoyo de un número creciente de electores? ¿Desbancará al PP como partido de referencia de la derecha española, y se convertirá en la más nacionalista, recentralizadora y castellanista?

¿Obtendrá una buena cantidad de votos la extrema derecha que Vox representa, la que no sabe hablar más que de las esencias más puras de la españolidad de guardarropa con fuerte olor a naftalina, que además siempre resulta amenazante por su violencia implícita? ¿Quién podrá confiar en ellos para alcaldías y parlamentos cuando es evidente que lo ignoran prácticamente todo en materia de gestión y de administración, cuando desconocen la problemática concreta de los barrios y de los pueblos; cuando es evidente que tienen poco que aportar más allá de los gritos de rigor franquistas?

¿Cuál va a ser la influencia de la crisis catalana, especialmente ahora que a la tensión del juicio en la Audiencia Nacional se ha añadido el espectáculo lamentable de los cinco presos preventivos que han tomado posesión en el Congreso y el Senado, con una parte de la derecha pateando el suelo, gritándoles e insultándolos? La Mesa del Congreso, con el voto de PSOE, PP y Ciudadanos ha decidido la suspensión después de una brutal presión sobre Meritxell Batet, la nueva presidenta, a la que llegaron a calificar de indecente a las pocas horas de ser elegida. Que la nueva presidenta del Congreso y el presidente del Senado sean políticos adscritos al Partido de los Socialistas de Cataluña es una señal con la que el gobierno de Pedro Sánchez ha querido ratificar su voluntad de distensión y de negociación para superar la crisis de Estado en Cataluña. ¿Cómo influirán estos factores en las votaciones de los electores hoy domingo? ¿Cómo va a afectar, en particular a los electores catalanes, la pugna cada vez más agria y descarnada entre ERC y JXCat?

Podemos superó un match ball el 28A, aunque los resultados obtenidos estuvieron lejos de los conseguidos en 2016. Ahora son imprescindibles para que Pedro Sánchez pueda ser reelegido como presidente del Gobierno, y no se han cansado de repetir la idea de que quieren formar parte del Ejecutivo. Incluso Pablo Iglesias ha llegado a decir que sería lógico que él ocupara una cartera ministerial. Además, la crisis interna, especialmente explícita en una plaza tan emblemática como es Madrid, tras el divorcio con el dúo Carmena-Errejón, tendrá unos efectos que sólo podremos evaluar después del recuento de las papeletas que obtenga la formación.

¿Qué pasará con la elección al Parlamento Europeo? La Unión Europea es tan necesaria como siempre, o aún más dada la durísima realidad geopolítica mundial. Buena parte de los europeos, incluso ahora que el Brexit evidencia cuánto frío hace fuera de la Unión, no saben que -a pesar de todo- viven en la región -con mucha diferencia- más habitable del planeta. El Parlamento Europeo es el pariente pobre de las elecciones de hoy, pero es más que nada por nuestra ignorancia sobre lo que en realidad representa y significa en la vida de 500 millones de europeos. ¿Apoyarán los electores las candidaturas europeístas efectivas, sabrán distinguir el grano de la paja?

Son muchas las preguntas que hoy por la noche tendrán respuesta. Es por ello que, para muchos, la de hoy es una jornada de angustia contenida porque es mucho lo que nos jugamos, especialmente la ciudadanía progresista.

Convendría, sería deseable, más bien imprescindible que no se perdiera ningún voto.

Que nadie se quede en casa y que todos los que aspiramos a un ayuntamiento, un parlamento autonómico y un Parlamento europeo con mayorías de progreso convirtamos -mediante nuestro voto- esa angustia por las incertidumbres de hoy en una sonrisa de alegría y esperanza por el futuro.

bottom of page