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Navarra, una nueva trinchera para el cinismo del Trío de Colón.

Pasan los días, han pasado semanas después de las dos citas con las urnas, las legislativas y las locales y autonómicas [dejemos ahora las europeas] y los actores políticos centrales siguen sin pactar definitivamente los gobiernos municipales y autonómicos que hay que organizar. La situación empieza a resultar llamativa; o absurda, según se mire. Si se tratara es de un partido de balonmano, los árbitros no pararían de pitar juego pasivo a los dos bloques que pugnan por los diversos poderes. Los de azul y los de rojo no hacen más que amenazarse, descalificarse y enviarse mensajes poco amistosos unos a otros; y no sólo los rojos a los azules y viceversa, sino también entre los componentes de ambos bloques.

El juego pasivo es uno de los resultados de la complicada realidad que han dibujado las urnas, pero también del miedo de todos a cometer errores, a exponerse al calvario de la lapidación pública tanto por los adversarios como por los propios enemigos internos de cada formación.

La pelota la tiene Pedro Sánchez, que juega con los rojos pero no quiere que se le note demasiado, especialmente ahora que sus compañeros de camiseta, los que comanda Pablo Iglesias, han cogido una letanía monótona tras la que quieren ocultar el descenso de su representatividad y, también, el enfrentamiento interno que sufren. Además, el líder socialista quiere ganar peso en Europa, y necesita el apoyo del francés Macron con quien fue el primero en reunirse después de la última cita electoral.

El PP y Ciudadanos están con la pantomima de los tira y afloja para la constitución de gobiernos entre conservadores y reaccionarios, pero en ocasiones muy destacadas para gobernar necesitan incorporar a la ultraderecha de Vox; unos parientes con los que Rivera y Arrimadas no quieren aparecer en público por el rechazo que eso les genera en Europa. Las presiones que están recibiendo desde París y Bruselas son conocidas. Veremos qué pasa finalmente, que no está claro a estas alturas, aunque la derecha siempre es muy desacomplejada para gestionar sus trapos sucios.

Mientras esto ocurre, el País Vasco parece un amigable parque natural con todos los colores del verde, en buena medida gracias a que allí se habla educadamente y nadie dice una palabra más alta que otra. Mientras tanto, Cataluña es la antítesis. Quién nos lo iba a decir hace diez años.

Barcelona bien vale una misa, e incluso Ernest Maragall estaría dispuesto a ir a comulgar y arriesgarse a dejar de hacer manitas con los de Puigdemont, si los Comunes de Colau le abrieran la puerta del Ayuntamiento de la capital de Cataluña. El resultado es incierto a estas alturas, pero si hubiera que apostar habría que hacerlo por la actual alcaldesa, que -con la abstención de Valls- podría reeditar el gobierno con el PSC y hacer tándem con Jaume Collboni. Sería un golpe bien duro para el independentismo.

Todas las organizaciones políticas están, pues, en ese partido virtual que destaca por el juego pasivo; haciendo y diciendo lo que creen que les conviene, lo que les interesa, aunque hoy sean cosas que negaban ayer o afirmando otras distintas a las que aseguraban en campaña electoral hace sólo unas semanas. ¿Podemos llamar a eso cinismo?

Seguramente sí, pero la política partidaria no es un juego de niños ni una comedia de enredo. Con todo, convendría tener cuidado porque hay cínicos y cinismos que van más allá de lo tolerable en una democracia madura.

No hay más que ver lo que está pasando en Navarra, donde la constitución del nuevo gobierno autonómico está abriendo los informativos de todas las televisiones españolas; es noticia de apertura en las radios y primera a tres columnas en la prensa.

Navarra es una región uniprovincial bien particular, como sabe cualquiera que simplemente la haya recorrido. Con una gran personalidad global navarra, y con un foralismo muy vivo, de Olite hacia el sur, incluyendo Tudela, es una subregión cercana en todos los sentidos a Aragón; y de Olite hacia el norte, incluyendo Pamplona, es otra claramente vasca. Siempre ha sido difícil gestionar Navarra, que ha contado con una derecha y una ultraderecha potente que han jugado de forma continuada la carta de la amenaza de la anexión al País Vasco.

Pues bien, el resultado de las elecciones pasadas dio 19 diputados a la coalición Navarra Suma (formada por Unión del Pueblo Navarro apoyada por el PP y Ciudadanos), 11 al Partido Socialista de Navarra (PSN-PSOE), 9 a Geroa Bai (próxima al PNV), 8 a EH Bildu (la izquierda independentista), 2 a Podemos y un diputado a Izquierda-Ezquerra. Es decir, que si funcionasen los acuerdos entre partidos progresistas, el PSN debería formar gobierno con Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezquerra, pero necesitarían la abstención de EH Bildu en segunda votación.

Pues bien, el Trío de Colón ha puesto el grito en el cielo. Como son la lista más votada, reclaman el poder, y acusan de traición y amenazan a los socialistas con el fuego del infierno si aceptan la abstención de EH Bildu. Son los mismos que formaron gobierno en Andalucía con Vox; son quienes se tragan todas las amenazas anticonstitucionales los de Abascal a las mujeres, a los inmigrantes, a las pensiones, a las autonomías, etc., etc.; son los que quieren replicar esa alianza en Madrid, capital y comunidad, donde los más votados fueron Más Madrid y el PSOE; son los que quieren mandar en Castilla-León y Murcia, donde también vencieron los socialistas.

Así pues, resulta que los del Trío de Colón son los que amenazan con la llegada del Anticristo si Pedro Sánchez no le para los pies a su compañera María Chivite y aceptan la abstención de EH Bildu.

Haría bien el líder del PSOE en no dejarse abrumar por la derecha mediática, ni asustarse por las descalificaciones de Casado y Rivera. Más allá de que no logrará evitar que continúen atacándolo por tierra, mar y aire, no necesita hacer un pacto con EH Bildu. Simplemente se trata de aceptar la abstención de los de Otegui sin contrapartidas.

Además, mientras no se demuestre lo contrario, Otegui y EH Bildu están tan dentro de la Ley de Partidos y de la Constitución [aunque no comulguen con ella] como está Vox, Abascal y sus cofrades. ¿Por qué, entonces, renunciar a cumplir en Navarra lo que han dicho las urnas?

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