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Es un desmadre

Diario de un reportero

Estoy seguro de que todos conocemos a alguien que tiene una opinión sobre el desmadre del jueves pasado en Culiacán. Hay de todo: quienes ven pruebas de que México es un Estado fallido, quienes aplauden que se hayan salvado cientos de vidas de inocentes, quienes hubieran hecho las cosas de otro modo.

También hay quienes parecen decepcionados porque no se derramó sangre, quienes tienen acceso a información que nadie más tiene (como mi amigo, que me decía algo y – antes de que yo tuviera tiempo de dudar – agregaba que se lo había dicho el presidente, o el secretario, o el gobernador. Ahí me jodía yo, porque no era cosa de irle a preguntar al presidente, al secretario, al gobernador ni a nadie si habían dicho lo que decía mi amigo).

Hay quienes sienten que las manos de la DEA y de la CIA estuvieron en Culiacán (por supuesto, no ofrecen pruebas de lo que dicen) , quienes adivinan una complicidad entre el gobierno y los carteles, quienes están convencidos de que no se puede cambiar si se siguen haciendo las cosas que se hacían antes, quienes citan frases apócrifas en las redes sociales para demostrar que el gobierno no sabe lo que hace o para probar que sabe lo que está haciendo.

Lo que no hay es información clara. Cada quien tiene una versión de lo que pasó en Culiacán la semana pasada, y cada quien interpreta las cosas como puede para que se adapten a su visión del mundo. Los hechos son otra cosa.

El ejército detuvo a Ovidio Guzmán – narco hijo de narco – y lo dejó ir porque cientos de sicarios bloquearon calles de Culiacán y carreteras de acceso a la ciudad, balacearon las calles y amenazaron con matar a cientos o tal vez miles de civiles que nada tienen que ver ni con la autoridad ni con los delincuentes.

El gobierno cedió. El ejército dejó ir a quienes había detenido. No hubo más muertos. Y la vaina se volvió un escándalo, sobre todo en las redes sociales. Ya no importa qué dijeron los voceros, quién ordenó qué, qué salió mal. Sabemos que todo salió mal. Lo que no podemos decir es que el Estado mexicano es un Estado fallido.

La vida de una nación no se mide en sexenios ni en meses, mucho menos en horas. La impresión que uno tiene – desde lejos, con acceso a la misma información y tal vez a las mismas fuentes – es que México quiere cambiar. Muchos piensan que se puede cambiar haciendo lo que se hacía antes, y otros quisieran que cambiara, sobre todo que cambiaran los demás.

Otros creen que las cosas van en buen camino (sí, hay quienes señalan que poco ha cambiado, aunque no entienden que la vida de una nación se mide en generaciones). Total, es una vaina, y hay mucho que decir y mucho que explicar, aunque eso no vaya a pasar ahora.

Lo único que no sirve en este momento es la opinión desinformada, la injuria, la burleta de quienes nunca han estado en la posición de tomar decisiones que pueden costar vidas. Y de eso están llenas las redes sociales.

Hace quince años, Geoffrey Goodman, quien fue periodista político, advirtió que "los políticos desprecian cada vez más a los periodistas y al periodismo contemporáneo, y los periodistas ven con creciente ironía a los políticos y al papel que éstos tienen en la sociedad".

"La corrosión mutua que hay en la relación entre la vida política y los medios es causa importante de la extendida desilusión pública con la política y quizá con la democracia misma", señaló Goodman. Aistá.

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