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Golpe de Estado

Un domingo en la mañana me llama mi contacto con el periódico UnoMásUno para avisarme que mi colaboración de ese día era la última. Abundó: el Secretario de la Defensa le habló al director del periódico exigiendo mi salida, aunque yo publicaba en el suplemento dominical, que yo creía no tenía muchos lectores. En ese mi último artículo yo abordé el tema de la concesión para el hijo del general secretario para construir una base militar en la sierra de Chihuahua. El secretario no reclamó que yo mintiera o difamara a su hijo, sino que se supone que esa concesión no debía hacerse pública. Así que mejor callar al mensajero imprudente.

Desde los años tempranos de la revolución mexicana se hizo evidente el nivel de corrupción de los militares, dos frases destacan por su claridad en el tema: La del Gral. Arnulfo R, Gómez que dijo que no hay general que aguante un cañonazo de $50,000 pesos. Y la que se le atribuye a Plutarco E. Calles: “no hay general que aguante las caricias del tesorero general de la federación”.

Hay casos extremos de corrupción como el de Abelardo Rodríguez que estaba relacionado con el mundo del juego y apuesta en la frontera de Baja California, o los ranchos de Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí que dijo: “la moral es un árbol de moras”. Puras finas personas.

Cuándo finalmente los militares dejan la presidencia mantienen una relación conveniente con los civiles; los civiles gobiernan, los militares declaran su lealtad al régimen, pero son dejados en libertad para “aprovechar las ventajas del sistema”. El juego de la corrupción se extiende a todos los que tienen acceso al poder. Les toca administración de aduanas y el manejo del presupuesto militar sin supervisión.

Este arreglo sirvió para que los militares hicieran el trabajo sucio, especialmente la represión masiva o selectiva. Se encargan de masacrar a la guerrilla rural y a urbana con métodos que no le pedían nada a las dictaduras latinoamericanas. También México se aventaba a los detenidos políticos desde aviones y se desaparecía inocentes en los hornos crematorios en los cuarteles. Los maestros, ferrocarrileros, estudiantes, electricistas llegan a conocer el peso de la bota militar. La lealtad al poder civil les permitía defender sus propios intereses bajo el régimen de la “revolución mexicana”.

En la época priista, México prácticamente no envió estudiantes a la Escuela de las Américas en Panamá, de cuyas aulas salieron algunas de las bestias que dieron golpes de Estado en Latinoamérica; pero desde 2001 los militares mexicanos asisten al nuevo Western Hemisphere Institute for Security Cooperation, dónde absorben la doctrina militar estadounidense que entre otras cosas considera que si los civiles son incapaces de gobernar, deben ser depuestos por los militares. Eso se acompaño con el Plan Mérida que facilitó súper armar al ejército, fuerza aérea y la marina.

Pero los militares callaban, hasta que llega el General Guillermo Galván, secretario de la Defensa con Calderón y encargado del baño de sangre en la fallida guerra contra el narco. El curriculum oficial del general Galván omite las instituciones dónde estudió, podemos suponer que tal vez pasó por Fort Bening. Este militar se atrevió a romper con la vieja tradición y lanzó una perorata anti izquierdista contra el gobierno actual, lo que llevó a pensar que se rompían reglas y acuerdos viejos y que posiblemente levantaba la cabeza el Pinochet mexicano, apadrinado por los gringos. Entre otras cosas muestra que no hay homogeneidad entre los militares.

Otra de las razones para pensar en el golpe de Estado es que los militares se dicen agraviados. Para ellos al parecer la historia de su abuso no existe y hasta mandaron a hacer una encuesta sobre la estrategia contra el crimen. Les preocupa mucho que se ven mal y estarán enojados porque tuvieron que aceptar que se equivocaron en el operativo en Culiacán.

Los militares están y han estado relacionados con la represión. Son culpables de haber torturado, desparecido y asesinado inocentes y fueron socios de una política de control y ataque a la libertad de aquellos que se oponían al régimen.

Queda la pregunta de si los militares deben guardar silencio. En principio no porque representan el brazo represor del Estado y su voz adquiere un tono superior. En el sistema autoritario, los militares vestidos de uniforme y protegidos por la institución deben guardar silencio, en especial cuándo de dar cuentas se trata. Los militares mexicanos ocultan todo, se han ocultado tras el silencio y la opacidad. Viven en una realidad paralela. Tomó mucho tiempo para que permitieran que los familiares de los 43 entraran a la base militar y en ese tiempo pudieron limpiar todo, si es que había algo.

En pro de la democracia, si los militares quieren participar que se sometan a las reglas de la transparencia y la rendición de cuentas, quieren jugar a la democracia, que sean demócratas. Que se quiten el uniforme y jueguen con las reglas del juego, de otra manera traicionan a su comandante en jefe.

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