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Presidencialismo: La enfermedad de las democracias latinoamericanas

Durante un evento académico para discutir las formas de gobierno en América Latina realizado en uno de los centros intelectuales más progresistas de la BUAP, hace ya varios años, los intelectuales del momento prochavistas y priistas guadalupanos, mostraron escasa tolerancia o verdadera mala educación, cuando fueron incapaces de escuchar y analizar una ponencia fundamentada en la hipótesis de Juan Linz respecto a la incapacidad del presidencialismo para soportar las presiones de contextos como el latinoamericano. En la región deben reconocerse las dificultades del gobierno presidencial intensificadas por el estancamiento económico, los clevajes sociales, narcotráfico y faccionalismo político. La pregunta de Juan Linz sigue teniendo una vigencia importante para cualquier golpismo latinoamericano: Si en 1973 Chile hubiese sido Parlamentario, ¿se habría dado el Golpe de Estado? Más allá de las pasiones revolucionarias, divas intelectuales y nacionalismo anti-imperialista, la respuesta es NO.

La fragilidad del esquema presidencial lleva a Linz para proponer el Parlamentarismo como forma adecuada de confrontación entre el Poder Ejecutivo y Legislativo, omitiendo la participación no institucional del Ejército, la Milicia e Imperialismos.

Esta idea no puede ser discutida seriamente ni por la derecha o izquierda radicales. La Revolución y Contrarrevolución no entienden de ingeniería constitucional. La Revolución y Contrarrevolución observan la legalidad para incumplirla y destruir al otro. La Derecha, sobre todo, es la que más simpatiza con el golpismo, las dictaduras castrenses y el intervencionismo imperialista. La propia España de Linz sufrió la violencia política del clerofascismo cuando el franquismo dinamitó, desde el exterior, la legítima república parlamentaria española.

La crisis del presidencialismo ha acompañado las experiencias democráticas de América Latina generando desencuentros que siempre terminan en la revolución, Golpe de Estado o Intervencionismo Norteamericano.

México se ha visto confrontado desde 1994 a estos escenarios, y la Reforma del Estado no atiende la alta probabilidad del fracaso presidencialista fuera de Estados Unidos.

La izquierda mexicana finalmente ha tomado parte en la constitución del gobierno, y tiene que enfrentarse a las crisis de gobernabilidad que el presidencialismo latinoamericano tiene. No obstante, a sabiendas de cómo termina la historia, la parlamentarización del presidencialismo no ocurre y el blindaje de la legitimidad electoral así como la lealtad castrense, son sólo formas huecas.

El fantasma de la Decena Trágica ronda y pocos lo perciben, los traidores de siempre mantienen el guión de la época –no saben hacer otra cosa– y apuestan por el desorden y caos para conseguir el intervencionismo exterior. La Derecha espera, como en 1913, elevar a su Victoriano Huerta para que la Santa Sede, España y los Estados Unidos legitimen el linaje de la oligarquía hispanista criolla.

López Obrador dice admirar a Benito Juárez, pero cada vez se comporta más como Francisco I. Madero. Ambos se distinguen por un fervor de ser mártires que no falta mucho para que la Embajada Norteamericana, el Partido Católico Nacional –digo, el Partido Acción Nacional– y un León Toral, les de gusto.

Es incomprensible que, así como en el gobierno maderista, el presidente López Obrador considere democráticos los actos de la ultraderecha, no controle al Ejército y ceda tantos espacios a sus enemigos.

El presidente Madero nunca creyó en la traición de Victoriano Huerta, admitió que la prensa fuera crítica y severa hacia su persona como nunca antes y pactó con los nacionalistas católicos y neoporfiristas para gobernar inocentemente. Al final, en diez días, nadie llegó para defenderlo o apoyarlo. Su muerte fue necesaria para dar rienda suelta a la anarquía que beneficia el negocio de la guerra, a los rencores y envidias tan característicos del ADN hispanoamericano y el derramamiento de sangre que hace recordar a los pueblos, de vez en vez, cuánto valor tiene la vida.

México no necesita mártires sino líderes capaces de hacer los ajustes históricos necesarios para mejorar las condiciones estructurales que disminuyan la brecha entre ricos y pobres, que acaben con la pigmentocracia y promuevan instituciones evolutivas. El neoliberalismo sigue boyante y se han afectado en nada los intereses de la Mafia del Poder.

El apoyo clientelar a las clases sociales populares en nada sirve, es aspirina para el cáncer. Si no hay expropiaciones, nacionalizaciones y validación significativa del discurso progresista, de nada habrá servido la llegada de López Obrador a la presidencia de la república. Los triunfos iniciales de la 4T en nada se comparan con las vergonzantes capitulaciones que han ocurrido después.

La experiencia de Puebla ha sido colocada como modo ejemplar del proyecto morenista; empero, también deja entrever los amarres y entuertos que marcan al Movimiento de Regeneración Nacional. Un gobernador que se toma la primera foto del momento con el Obispo, que deja a la Ultraderecha en control de las principales dependencias estatales como Desarrollo Social, Educación, Gobernación, Infraestructura y Comunicaciones; el Poder Legislativo, Judicial, así como la burocracia de los principales gobiernos locales, sólo lleva a considerar Morena como un gobierno discapacitado. Fue prudente el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas al decir que AMLO no tiene nada que ver con las Izquierdas Mexicanas.

Vox, el partido español de la ultraderecha mexicana, tiene la misma conducta que Alfonso XIII, Ramiro de Maeztu o la Colonia Española de la época de Madero. Ni qué decir de los generales que cada vez admiran más a Victoriano Huerta, Augusto Pinochet o Francisco Franco. Sólo falta el Henry Lane Wilson, Mister Danger, que tanto anhela la oligarquía.

Como situación fortuita y contradictoria, la permanencia de López Obrador depende de la permanencia de Donald Trump; al menos en eso sí coincide con Benito Juárez.

La ultraderecha mexicana necesita del apoyo exterior norteamericano; empero, Estados Unidos ha podido entender que las tormentas desatadas por estos grupos, aunque al principio sean un buen negocio, con el tiempo son causas de graves problemas que contagian a Norteamérica. La intervención francesa en México, la experiencia del Segundo Imperio, alentó a la fuerza y combatividad del Ejército Confederado que casi gana la Guerra Civil de Secesión Estadounidense. La Cristiada movilizó a la Santa Sede que se plantó con mucha fuerza en territorio norteamericano y después manipuló su política exterior y las decisiones gubernamentales. El neoliberalismo ha generado la emigración más grande a Norteamérica, la mexicanización del sur estadounidense que tanto aterra a Samuel Huntington y George Friedmann. De Narcotráfico mejor ni hablar, ahí están las

consecuencias de Posadas Ocampo ¿Qué pasaría esta vez si apoyan el derrocamiento de López Obrador?

Norteamérica debe promover la parlamentarización de Latinoamérica y los nacionalistas Católicos deben aprender a ser mexicanos. Es una verdad de Perogrullo que los modelos parlamentarios son capaces de digerir sistemas multipartidistas y retóricas intransigentes de mejor manera que el presidencialismo. Del mismo modo, un personaje puede permanecer en el poder ampliamente sin violentar las características de la democracia procedimental.

En cuanto a las políticas públicas, se entiende que México es el traspatio de una de las principales superpotencias y tiene que habérselas con el modo de implementación que aprueba el ejecutivo estadounidense. El Newdealismo ahora viene de Norteamérica y la derecha lo sabe; sin embargo, su egoísmo, clasismo, ambición y pertenencia religiosa, no los deja admitirlo. Prefieren acatar el Lobby Gay de la Santa Sede antes que entender la urgente necesidad de formar parte del capital social para salvar a nuestro país y una buena parte de la población latinoamericana.

Si Donald Trump es derrumbado por el Impeachment o pierde las elecciones, López Obrador, como Vicente Fox, se quedará en el sueño de la enchilada completa y la impotencia absoluta.

Joy Langston ha cuestionado hasta el exceso la necedad de la ultraderecha y sus círculos intelectuales para confrontar al Presidente López Obrador. Ellos son los primeros antidemócratas y las democracias tienen el derecho a defenderse. Benito Juárez huyó y fusiló en nombre de la república y soberanía mexicana, mató las ideas clerofascistas con toda la razón de un pueblo independiente y victorioso del imperialismo. La ultraderecha mexicana seguirá jugando a Adolfo Hitler mientras la República de Weimar, la república amorosa, no confronte a los enemigos históricos del pueblo mexicano.

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