Asusta y apena leer noticias que llegan de Cuba. La última, la de la carencia de gas licuado del petróleo (GLP) para consumo doméstico, según ha reconocido incluso el diario oficial Granma. El único diario del país ha reproducido una nota de la Unión Cubapetróleo y del Ministerio de Energía y Minas: "Los inventarios que actualmente hay en el país no cubren el consumo, por lo que han existido afectaciones a la venta normada y liberada de GLP y sólo se puede garantizar para los centros que brindan servicios básicos a la población".
Granma, como siempre, culpabiliza a Estados Unidos y al endurecimiento de su política decretado por Donald Trump, quien hace todo lo posible para dar satisfacción a los republicanos anticastristas de Florida y, además, para desviar los focos que le apuntan en el proceso de impeachment al que está sometido.
En el órgano del Partido Comunista de Cuba (PCC) podemos leer: "Cómo sabe la población, el 26 de noviembre de 2019 fue publicado que EE. UU. sancionaba injustamente a la Corporación Panamericana SA (...) [Esta] tenía contratado el suministro de GLP que garantizaría sin afectaciones el consumo de la población y de los sectores estatal y no estatal, pero los proveedores se negaron a realizar los libramientos planificados para finales de diciembre y principios de enero. Desde el momento en que la Corporación Panamericana SA fue sancionada se han estado realizando gestiones para conseguir el suministro de GLP desde otros mercados, lo cual no se ha logrado concretar. Continúan las acciones para lograr la importación de GLP. Finalmente, la Unión Cubapetróleo exhorta a la población a adoptar medidas de ahorro y uso eficiente del gas licuado".
A las carencias de todo tipo que sufre de forma crónica la población de la isla caribeña, con extrema crudeza desde la desaparición de la Unión Soviética en 1991 -que inició el durísimo Período Especial del que Cuba no ha terminado de recuperarse-, ahora se ha añadido la falta de combustible para poder cocinar en los hogares cubanos.
Es terrorífico -y escandaliza- repasar noticias de prensa de hace treinta años, como la que publicaba el diario El País el 15 de diciembre de 1990, bajo el título Enero en Cuba.
El Muro de Berlín ya había caído, pero ni los más reconocidos sovietólogos imaginaban que a la URSS apenas le quedaban doce meses de vida. En la noticia, informaba el diario español que los gobiernos de La Habana y Moscú no habían firmado aún el nuevo acuerdo comercial, particularmente sobre harina y petróleo, indispensables para la vida cotidiana en Cuba. Además, se daba cuenta de la visita del Jefe del Departamento de América Latina del Ministerio soviético de Asuntos Exteriores, Valeri Nikolalenko, quien había añadido nuevos interrogantes sobre las relaciones comerciales entre los dos países tras afirmar que la URSS aplicaría a Cuba "lo más suavemente posible, sus nuevas normas para no perjudicar demasiado la economía de la isla". las "nuevas normas" del comercio con la Unión Soviética -que representaba nada menos que el 80% de los intercambios cubanos con el exterior-, consistían en pagar los suministros de Moscú en divisas, y de acuerdo con los precios de las diversas mercancías en el mercado internacional.
El diario El País informaba que persistía la incertidumbre por las dificultades internas del gobierno de Gorbachov, las que no habían permitido a la URSS cumplir los compromisos que tenía firmados con La Habana para 1990. Era lógico, por tanto, que para 1991 hubiera dudas sobre la capacidad de Moscú para realizar futuras entregas.
Los soviéticos aseguraban mantener su apoyo político a La Habana, y habían comunicado a los dirigentes cubanos que tenían la intención de incluir la situación del país en el orden del día de la próxima cumbre que iba a celebrarse entre George Bush y Mijail Gorbachov en Moscú. Desde el convencimiento de que la hostilidad de Washington hacia Cuba ya no tenía sentido en un hemisferio occidental que había superado la guerra fría, la URSS quería liberarse de la carga cubana con el levantamiento del bloqueo económico norteamericano, impuesto 30 años atrás.
Han pasado tres décadas desde aquel 1989, ha muerto Fidel Castro y su hermano Raúl que le sucedió cedió la presidencia de la República a Miguel Díaz-Canel, en 2018; pero el gobierno cubano sigue sin resolver problemas centrales, estructurales, esenciales para la población del país; y continúa descargando toda la responsabilidad en la enemistad beligerante de Washington, como si ellos no pudieran hacer otra cosa que resistir las embestidas y las agresiones del gobierno de turno en la Casa Blanca; como si las dos únicas posibilidades para Cuba y los cubanos fueran resistir o morir. "Socialismo o muerte" fue la patética y dramática consigna establecida por Fidel Castro desde los años del Período Especial.
Raúl Castro dijo en 2009, cuando ya era presidente y cuando habían disminuido los efectos más duros del Período Especial, que era imperiosa la necesidad de volverse hacia la tierra, de hacerla producir más. Había insistido en que buena parte de la tierra de cultivo estaba ociosa, o deficientemente explotada, y que no podrían sentirse tranquilos mientras hubiera una sola hectárea sin empleo útil. Fue en ese discurso, conmemorativo de los cincuenta años de la Revolución, cuando el dirigente afirmó, para sorpresa de muchos de los que le escuchaban: "No es cuestión de gritar patria o muerte, abajo el imperialismo, el bloqueo nos golpea y la tierra ahí, esperando por nuestro sudor ".
Pues bien, una década después, hoy, el régimen cubano no sólo no ha resuelto el problema de la producción agraria, ni el de la alimentación en general, sino que ha estallado el de la carencia de GLP, esencial para el consumo doméstico.
El Granma no habla ni de plazos ni de vías de solución del problema, y se limita a informar que desde el gobierno se están "realizando gestiones" con otros mercados [sin explicar cómo estos superarán las sanciones de Washington], pero sin identificarlos y, aún menos, sin establecer plazos de resolución de la grave situación. El diario oficialista se limita a pedir medidas de ahorro a la población.
No es difícil imaginar las tremendas consecuencias que una situación así tendría para el gobierno de cualquier país. En Cuba, pareciera, no pasa nada. Pero sí está pasando y el descontento ya es evidente en las calles, aun con el miedo a la mano represora del régimen. Con todo, no estamos ante una situación novedosa.
Hace treinta años, en 1989, la noticia de El País sobre las conversaciones cubano-soviéticas ya daba cuenta del descontento de la población ante la falta de productos a la venta, que se expresaba –decía el diario- por todas partes, en las colas, en los transportes colectivos, etcétera; incluso en las asambleas de base del partido comunista. Las críticas, parecían -según El País- haber superado los límites tolerables por los dirigentes cubanos. Carlos Aldana, entonces secretario del Comité Central del PCC, encargado de la ideología y de las relaciones internacionales, intervino para aplacar los ánimos encendidos y para pedir que se evitara el error de "teorizar sobre lo que nos falta, [y] negar o injuriar lo que hemos conseguido".
Treinta años después, el 16 de enero de 2020, Granma recoge declaraciones del presidente Díaz-Canel, quien -sin abordar el problema concreto del GLP- ha hecho hincapié en "la necesidad de mantener análisis rigurosos, detallados y sistemáticos durante todo el año, [sobre] las cuestiones relevantes para el trabajo de Gobierno en sus diferentes instancias (...) Todo ello sin descuidar ni un minuto las cuatro prioridades fundamentales definidas para el año: el enfrentamiento a la plataforma colonizadora del imperio; la defensa del país; el intenso ejercicio legislativo que permitirá implementar lo previsto en la Constitución; y la batalla económica, en la cual las medidas de ahorro tienen un papel decisivo".
Más y más de la misma receta de siempre: palabrería. Resistir y resistir, sin saber ni cómo ni hasta cuando, y siempre eludiendo cualquier tipo de responsabilidad.
Cuba resiste, pero no será indefinidamente que lo conseguirá. Tarde o temprano tendrá que variar el rumbo. El barco -aceptemos la metáfora- avanza directo contra un impresionante iceberg, pero el capitán y sus oficiales se niegan a aceptar que, efectivamente, es un iceberg. Vienen a decir que es una creación virtual, un efecto óptico creado por los enemigos de la naviera, que quieren desviar el barco de su ruta. Pero el iceberg es real, y el barco Cuba chocará más pronto que tarde con la impresionante masa de hielo y se hundirá. Los costes, de todo tipo, serán incalculables.
Siempre ha tenido problemas con la realidad el régimen cubano. Hace demasiados años que todo se carga a la enemiga relación con los Estados Unidos; aun ahora. Es cierto que el embargo, anacrónico e injusto, está aún vigente, pero no explica todo lo que pasa en la isla. Como siempre se ha hecho, la denuncia del origen externo de los problemas internos ha eximido el régimen de enfrentarse con la realidad de su inviabilidad en el mundo de la era post-soviética.
El problema con el GLP es una buena muestra de la incapacidad para entender de manera efectiva la realidad de la economía cubana y, a la vez, de la voluntad para negar sus carencias. Es cierto que la agresiva política de Trump explica una parte del problema con el gas licuado, pero hay más elementos a considerar.
El economista Elías Amor Bravo, utilizando datos de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) del gobierno cubano ha escrito que, en el periodo 2012-2017 (que son los últimos datos publicados), la producción nacional de GLP fue de 53,3 mil toneladas/año, una cifra claramente insuficiente para el consumo interno, estimado en 129 mil toneladas/año; por lo que Cuba se ha visto obligada a importar el resto. Se ha tenido que comprar en el mercado exterior un promedio de 87 mil toneladas/año, casi el doble de la producción interna cubana. Hemos de decir que el GLP se utiliza en su totalidad en el consumo de los hogares, ya que no tiene aplicaciones en la industria o los servicios. Sorprende, y mucho, que el gobierno no haya tenido una política de generación de reservas de GLP para hacer frente a situaciones como la actual.
La conclusión de Amor Bravo es contundente. Aunque las familias cubanas aumentaron sensiblemente el consumo de GLP entre 2010 y 2017, el proveedor del servicio, el Estado, ha sido y es incapaz de atender las necesidades de la población, y el desabastecimiento está provocado por los límites de la capacidad productiva interna y por las dificultades para comprarlo en el exterior. Esta -concluye Amor Bravo- "es la historia, bien conocida por todos los cubanos. Una sociedad que no sólo no puede elegir libremente lo que quiere consumir, sino que vive racionada porque quien se encarga de producir es ineficiente e improductivo".
Ese mismo economista ya había insistido 2019 en una idea que no es nueva, pero que -continuemos con la metáfora- parece un iceberg ignorado por la dirección del PCC: que el modelo económico cubano no da para más, que la economía está en quiebra completa, absoluta e irrecuperable. Los cuatro motores de la economía cubana están parados o casi: el intercambio comercial, la inversión extranjera, el turismo y las remesas de los que se fueron y envían recursos a familiares que quedan en la isla.
Las exportaciones, incluyendo entre ellas las personas que salen en misión como mano de obra cualificada y barata (a Venezuela y otros países), están a la baja: en 2018, la relación entre exportaciones e importaciones estuvo por debajo del 20 por ciento, una cifra de las más bajas del planeta. Cuba, además, no está en condiciones de pagar sus importaciones porque los limitados ingresos en el exterior le impiden atender correctamente el pago a los proveedores. La inversión exterior está lastrada por la falta de seguridad jurídica y por la asfixiante burocracia del país, además de por la corrupción. El turismo está parado porque sufre los problemas del transporte y las limitaciones impuestas por los Estados Unidos a las compañías y empresas que negocian con Cuba. Las remesas de los emigrantes, tradicionalmente denostados, insultados y penalizados por el régimen, son una fuente de divisas fundamental pero fluctuante y de volumen incierto.
El barco avanza hacia el iceberg con rumbo firme, y la colisión está asegurada. Así pues, habría que corregirlo, pero... ¿poniendo proa hacia dónde? Ni es posible para el régimen cambiarlo todo para que no cambie nada, ni es posible iniciar una especie de perestroika caribeña que tendría unos resultados parecidos a la de Gorbachov. Entonces, ¿qué hacer? De momento, con cifras crecientes, todos los que pueden huir de la isla, todos los que pueden abandonar el barco, saltar por la borda, están haciéndolo.
El trágico final de aquel proceso revolucionario que hechizó e ilusionó a tanta gente progresista hace sesenta años, dentro y fuera de América Latina, está próximo. El iceberg es real, y el barco parece gobernado por incapaces o por suicidas.