Gerardo Lozada Morales. Catedrático de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP). Doctor en Ciencias de Gobierno y Política por parte de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Todo extremismo destruye lo que afirma
María Zambrano
Tal vez haber encarnado en un cuerpo masculino me puede desacreditar para generar una opinión sobre el feminismo, sin embargo, la postura democrática que he intentado promover durante varios años en mi corta vida académica me pueda abrir la puerta para escribir lo siguiente:
Cabe reflexionar que hoy vivimos una de las mejores épocas para la reinvención de la democracia tanto en el Estado como en su gobierno y sus instituciones. Puesto que las grandes crisis son oportunidades para mejorar. Empero, pese a creer o a asumir que los “óptimos ideales” han sido alcanzados en la cuestión política, son meros espejismos del dominio de las élites y las oligarquías que controlan a los estados a lo largo y ancho del mundo. México no se salva de dicho malestar.
Traigo a la memoria el grandioso trabajo de la historiadora Michelle Perrot (2008) intitulado Mi historia de las mujeres, en la cual, a través de un trabajo historiográfico denunció que no sólo la historia, sino la literatura, la filosofía, la ciencia, etc., han “invisibilizado” el papel de la mujer al paso del tiempo; es decir, se ha ninguneado y borrado el trabajo de las grandes mujeres que han contribuido a reinventar a las sociedades en todas sus vertientes, como el caso de mujeres brillantes de la talla de Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Luce Irigaray, Luisa Muraro, Virginia Wolf, Victoria Sendón de León, Sor Juana Inés de la Cruz, Jane Austen, Betty Friedan, Marie Curie, Hermila Galindo, Rosario Castellanos, María Zambrano, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Elena Arizmendi, Antonieta Rivas Mercado, y muchas más mujeres destacadas que peco en no pronunciar.
Cabe destacar que la propuesta de la historiadora francesa es certera, y nos exige a todos los que promovemos valores democráticos dentro y fuera de las aulas universitarias, reconsiderar que la cuestión política siempre ha tenido sesgos a favor de quienes se privilegian con el ejercicio del poder, el dominio de la cultura y de la economía.
Para muestra, se puede reflexionar a grandes rasgos el pensamiento de personajes como la triada Socrática, puesto que los traductores de su pensamiento, como Aristóteles y Platón, inventaron los cimientos que dieron más tarde, en la época de la modernidad (S. XVI- XVIII) a los Estados-nación con gobiernos e instituciones. Empero, dichos personajes no pasaron de clasificar sociedades por estratos, justificando las diferencias sociales como la esclavitud, la pobreza, la desigualdad, hasta el grado de determinar el papel de la mujer en el hogar y cosificarla como un simple objeto para la reproducción humana (Cfr. A obras como La política aristotélica y Los diálogos platónicos).
Por otra parte, dichas aberraciones sobrevivieron como un virus en el pensamiento de los contractualistas. Pues Rousseau, Montesquieu, Locke, y Hobbes, los padres del Estado moderno, quienes reinventaron conceptos como: ciudadanía, democracia, liberalismo y republicanismo, no igualaron cívicamente a todos los sectores sociales tras su pensamiento ilustrado, dejando a un lado —de nueva cuenta— a la mujer de toda actividad política, e impidiendo rotundamente que las mujeres pudieran acceder a las universidades para ser parte importante del nuevo mundo que tuvo como eje central a la ciudadanía.
Asimismo, el Estado ya consolidado durante el siglo XX y contaminado con los radicalismos ideológicos del nacionalismo, el fascismo, el nazismo y el comunismo, pasaron de delegar a la mujer al ámbito doméstico a apoderarse de su corporalidad. Los estados nación necesitaron concentrar grandes cantidades de masas sociales para formarlos como ciudadanos, y he de ahí que los servicios de salud comenzaron a surgir para elevar las medidas higiénicas de los nacimientos. El caso más aterrador que ejemplifica la dominación de las corporalidades, fueron los proyectos nazis conocidos como “las casas de Lebensborn”, donde se concentraron mujeres arias para ser simples objetos de reproducción del proyecto nazi. Y que al finalizar la Segunda Guerra Mundial dejaron a muchos niños sin padre y sin madre porque nunca lograron tener una vida común.
No se puede omitir de la conciencia colectiva, las atrocidades que ha generado el Estado. Muchas mujeres, desde el feminismo ilustrado al feminismo liberal y más corrientes feministas, estuvieron insertas en diversas organizaciones y sindicatos buscando el reconocimiento de los derechos humanos, los derechos de los trabajadores hasta impactar en lo político tras ganar el reconocimiento de los derechos civiles como pasó en 1921 en los Estados Unidos y como sucedió en 1935 en el Estado de Puebla, lo cual, posteriormente ayudó a concretar el triunfo del sufragismo femenino a nivel Federal en el año de 1953. Cabe destacar que en la Legislatura mexicana de XXXVII del 1 de septiembre de 1937, pese a la aprobación del presidente Cárdenas para avalar el sufragio femenino, hoy se sabe que por prejuicios conservadores y tradicionales característicos de dicha época el Congreso impidió dicho reconocimiento.
En suma, el presente no puede seguir construyéndose alimentando la negativa de asumir el reconocimiento del papel de la mujer en todo parangón. Mucho menos hacer de la democracia algo excluyente. El mismo Giovanni Sartori denunció el peligro de conceptualizar a la democracia como cualquier cosa. Por el contrario, la democracia debe sumar las diferencias colectivas de las sociedades heterogéneas, llegar a todo tipo de escala legal, gubernamental, política, económica, etc., hasta poder hacer de ella una forma de vida.
No obstante, se debe tener mucho cuidado en los peligros que concentran las posturas antagónicas radicales. En cuidar la salud mental y apartarse de las ideologías de izquierda y de derecha y de aquellas que se disfrazan como centro. En denunciar y exhibir a políticos míseros y vulgares que viven parasitariamente a costa de las desgracias sociales y de las necesidades colectivas. Pues ellos son los únicos responsables de que las relaciones humanas se encuentren segregando y violentando a hombres y mujeres. Lo que no justifica que muchos hombres se aprovechen de su masculinidad para abusar de las mujeres. Todos tenemos la oportunidad de reivindicarnos si nos hacemos conscientes de que existe en hombres y mujeres, y que la ley debe imponer normas de conducta eficientes.
Hoy nos encontramos en una crisis paradigmática que no vislumbra el fin en el horizonte. Y como lo mencionó Hannah Arendt, el espacio público es vital para redefinir la política y la democracia alejándonos de intereses individualistas o materiales, pues ésta debe reinventarse cotidianamente. Y es nuestra obligación en la trinchera donde nos toque estar.
Puede que esta reflexión concentre una dosis idealista, empero, todos tenemos una madre, una hermana, una novia, una amiga, una abuela, una hija, etc., y todos podemos estar sujetos a ser presas de la reproducción de la cultura patriarcal que impera en el país. De ahí muchos testimonios y noticias de hombres y mujeres destrozando la vida social. La democracia implica ejercer una moral y una ética social-secular que ayude a solventar el impacto de la crisis de valores que ha desatado el capitalismo salvaje en el que vivimos desde hace décadas.
Lo que no se vale es radicalizar ideológicamente las conciencias de los jóvenes y de la sociedad mediante el uso indiscriminado de los medios de comunicación y de las redes sociales. Hoy no basta con negar a la violencia, al rencor y al odio. Hoy necesitamos acusar y señalar a los que están polarizando, politizando y violentando las relaciones humanas.
Y que mejor forma que recordar a María Zambrano, quien vivió el radicalismo de las ideologías durante la Segunda Guerra Mundial, y afirmó tras su célebre obra intitulada La agonía de Europa de 1945, que el resentimiento es el primer paso al odio y a la destrucción.